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El nuevo perfil del adicto a la heroína

El consumo de esta sustancia repunta en España. Álvaro cuenta que se enganchó tras un "varapalo emocional"

Bárbara Ayuso
Un agente muestra un paquete de heroína decomisada en una operación en Cataluña en 2014.
Un agente muestra un paquete de heroína decomisada en una operación en Cataluña en 2014.J. S. (EFE)

Hace tres años que el jaco se quedó con el sitio que ocupaban los motivos. "¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?" se pregunta Álvaro (nombre ficticio) parafraseando a Mark Renton, protagonista de Trainspotting. Dice que la película, en muchos sentidos, condensa cómo se siente con esta adicción: "Cuando eres yonqui todos tus problemas se reducen a uno: saber si hay heroína o no. Lo demás desaparece, y eso es formidable", asegura. Consume unos 20 euros diarios y no tiene problema en denominarse yonqui, aunque su historia nada tenga que ver con el retrato del término arraigado en el inconsciente colectivo. Álvaro no es el adicto marginal de los ochenta, estragado por las enfermedades y que utiliza jeringuilla. Es uno de los llamados "nuevos consumidores" que atestiguan que la heroína puede ser una droga del pasado, pero toma posiciones en el presente.

La sustancia experimenta un repunte en España, sin alcanzar las dimensiones de "epidemia" que sacude algunas ciudades de EEUU. Aquí el consumo se mantiene estable y desde Sanidad lo califican de "residual", pero los expertos coinciden en que son muchos los síntomas que alertan de un regreso silencioso de la heroína a nuestro país. Las incautaciones han aumentado en los últimos años y se han desmantelado laboratorios en varios puntos de la geografía española.

"La verdad es que es algo que me imaginaba, porque hace no mucho he conseguido comprar caballo hasta en 12 casas distintas en el Puente de Vallecas", explica Álvaro. Ahora la consigue en el poblado de Valdemingómez, uno de los mayores centros de distribución de droga de Madrid, y confirma que la demanda ha aumentado. "La gitana que me lo vende dice que tienen tres proveedores de heroína para todo el poblado", cuenta. "Se lo compres a quien se lo compres, la calidad y el precio es igual: 5 euros la micra o 10 euros el gramo". Ha escuchado que existen otros puntos de venta más céntricos en Madrid (en Laguna o la Plaza de la Luna), pero desconfía de ellos.

Tiene 42 años, y su perfil encaja con la mayoría de aspectos del nuevo patrón de consumo de una vieja conocida. Posee todo lo que Trainspotting subestimaba en el monólogo inicial: la casa, el trabajo, la familia, el televisor grande. Y además, esnifa heroína. "Empecé por un varapalo emocional hace tres años. Yo soy de carácter ansioso y pesimista, y el speed o la cocaína lo que me provocaban era el efecto contrario que buscaba", explica. Se cansó del efecto recreativo de las demás drogas y de la factura del día siguiente: "Cuando bebía y esnifaba farlopa, muchas veces perdía los papeles. De repente probé esto y hostias, al día siguiente no tenía ningún problema de nada, no había metido la pata. Me ayudaba a estar de la forma que quería estar. Relajado", dice. La primera vez erró con la dosis y quedó al borde de la deshidratación. Hasta que alcanzó el equilibrio con las cantidades, se dormía frecuentemente y llegó a perder el gusto de algunos alimentos, pero pronto lo recuperó. La heroína esfumó los dolores musculares, y la consumía al terminar la jornada laboral. "Sin la droga, podía tocar la guitarra como mucho cuatro horas, el cuerpo no me daba para más. Con ella, puedo estar ocho", dice. Dejó el resto de sustancias. "Hasta los tercios se me calentaban". Todo parecía bajo control.

Adicción, uso y abuso

A los dos o tres meses, el fantasma despertó. "Empecé a notar una dependencia física y psicológica. Me cogí una semana de vacaciones para intentar dejarlo, porque ya no reservaba la heroína para el fin de semana. Había añadido un día más, un día más, y al final consumía todos los días", recuerda. No lo consiguió y pasó su primer "mono". "No fue tan duro como en las películas, porque me imagino que en los ochenta los monos eran así por la pureza de la droga y por la jeringuilla", aduce. Empezó a esnifar también en el trabajo y a aumentar los viajes a Valdemingómez. Aunque querría ir solo una vez al mes - "coincidiendo con el día que cobro"- acude dos, para minimizar el riesgo de ser parado por la policía. Utiliza las cundas que parten de la zona de Embajadores, donde sufre los episodios "más desagradables" de su adicción. Según explica, la mayor parte de los consumidores tienen una edad y un perfil similares al suyo.

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Fracasado el primer intento, acudió a un Centro de Atención a Drogodependientes (CAD) de la Comunidad de Madrid, donde confirmaron lo que intuía: estaba utilizando la heroína como antidepresivo o ansiolítico. Algo que coincide con el patrón de consumo detectado en los últimos años, tanto en EEUU como en Europa. "Lo utilizo como motivación para hacer cosas, para activar las neuronas, para superar un mal trago o un problema", reflexiona. Sin embargo, su experiencia difiere en uno los lugares comunes de los nuevos consumidores: no utiliza el opiáceo para rebajar el efecto de otras drogas. "Hace doce años un colega mío palmó por eso. Se ponía hasta arriba de todo, y cuando llegaba a casa tomaba heroína para dormir. Un día su novia no consiguió despertarle. Su muerte se me quedó muy grabada", recuerda. Por eso intenta no mezclar sustancias, aunque confiesa que de vez en cuando coquetea con la cocaína. Y se mortifica por ello.

Le recetaron metadona, pero tampoco funcionó. "La médica me ha sugerido tomar antidepresivos, pero el problema que tienen es que no me van a dar la misma satisfacción que la heroína. Y además, muchos añaden el problema de la anorgasmia", dice. Le preocupa que esta vía remedie la adicción, pero no la abstinencia. En el centro de ayuda descubrió algo más: "Los consumidores siempre establecemos jerarquías. Cuando solo bebía alcohol, los farloperos eran lo peor. Cuando coqueteé con el speed, para mí los heroinómanos eran un mundo aparte. Y de repente, en los centros nos ponen a todos juntos. Todos somos adictos, incluso los que tienen adicción al juego", explica. Cree que la distinción entre drogas blandas y duras es una patraña.

Mientras baraja sus opciones bajo supervisión médica, Álvaro convive con el estigma. Es consciente de la imagen que proyecta la heroína en la sociedad, y con qué se asocia , pero no quiere recibir discursos al respecto. Por eso elude el tema en su entorno, donde afirma ser "prácticamente el único" que la consume. Afronta las incursiones al poblado entre la vergüenza y el miedo. "Intento que nadie que me conozca me vea por la zona, no quiero que sepan a qué voy a allí", dice. Alguna vez ha tenido que disimular frente a conocidos. "He elegido esto sabiendo lo que provocó a muchos en el pasado, pero libremente. Y también autoengañado, pensando que soy diferente y especial, y voy a saber controlarlo. La típica gilipollez que pensamos todos. Pero no quiero compasión", subraya.

La semana pasada su médico le preguntó si se veía dejando por completo la heroína. "Yo tengo el deseo de todo yonqui, el sueño del deseo controlado, el consumo controlado", dice, y hace una larga pausa. "Querría superar el abuso y quedarme en el uso, pero como soy un poco bipolar sé que tendré que escoger entre una de las dos vías: o todo o nada", concluye. Aunque su experiencia sea diferente, comparte ambición con el yonqui del pasado: quiere quitarse. Espera que "este año o el que viene" sea el de la nada. Precisamente la fecha del estreno de la segunda parte de Trainspotting.

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Sobre la firma

Bárbara Ayuso
Periodista en EL PAÍS Audio. Ha desarrollado su carrera en diarios como EL PAÍS y ABC y revistas como Jot Down y Forbes. Es licenciada en periodismo por la Universidad San Pablo CEU y coautora de 'Viaje al negro resplandor de Azerbaiyán'.

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