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¿En qué aciertan los expertos?

El ensayo de Philip Tetlock cobra actualidad como argumento de alerta contra la incompetencia de los analistas en los casos de Trump, el Brexit o las elecciones

No existe un hábitat más propicio para la vida de los expertos que un escenario electoral, mejor aún si es volátil e incierto. Proliferan entonces expertos de todas las especies y de todos los géneros. Intérpretes de gestos. Asesores de imagen. Psicólogos, parapsicólogos, sociólogos, politólogos, todos ellos reivindicándose necesarios en el cráter de la gran especulación. Y perfectamente prescindibles.

No se trata de un escarmiento gratuito. Es casi, casi, la conclusión de Philip Tetlock, un psicólogo y sociólogo canadiense que se ha tomado el tiempo para desenmascarar a los expertos. Y para demostrar que sus posibilidades de acierto en diagnósticos y predicciones de cierta corpulencia o envergadura equivale a las que aportaría el azar.

De otro modo, los expertos no hubieran subestimado la irrupción política de Donald Trump. Ni la hubieran caricaturizado en una anécdota. Un mayúsculo error de cálculo que se añade a deslices tan embarazosos y tan recientes como la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Sólo unas horas antes de producirse, los especialistas perseveraron todavía en la superstición del Remain, razón suficiente para que el secretario británico de Justicia, Michael Gove, oficiara el requiem de las eminencias: “Ya hemos tenido bastante con los expertos en Reino Unido”.

Y fuera del Reino Unido también, pues los expertos se equivocaron por completo en el desenlace de las elecciones españolas. Ni acertaron con la profecía del sorpasso de Podemos ni previeron que el PP pudiera llegar a los 137 diputados.

Un escarmiento que habilita el escepticismo de Tetlock. Y de su atractivo teorema: los expertos aciertan tanto como se equivocan, probándose, por añadidura, que existe una inquietante relación inversa entre lo bien que los analistas creen que están haciendo su trabajo y lo bien que realmente lo están haciendo. Muchas veces esclavos de un aforismo de George Eliot: “De todas las formas de error, la profecía me parece la más gratuita”.

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Es la razón que hace particularmente recomendable la lectura de El juicio político de los expertos, un clásico de Philip Tetlock que acaba de publicarse en España por iniciativa de la editorial Capitán Swing y que juzga a los juzgadores, analizando su método, su eficacia y su resultado en un campo científico —biopsia al margen— que comprende hasta 82.000 pronósticos.

No solo desde el punto de vista cuantitativo —el examen concierne a 284 expertos—, sino desde la perspectiva cualitativa que expone la incompetencia de los analistas respecto a asuntos tan relevantes como la caída del Muro de Berlín —casi nadie advirtió que Gorbachov hubiera llegado al poder con facultades de abatirlo— o la obstinación en cuestiones tan delicadas como el debate de las armas de destrucción masiva en Irak.

Tetlock utiliza la moviola. Y recurre a la hermenéutica para preguntarse, preguntarnos, por qué deberían aislarse los analistas políticos de las normas de precisión y rigor que exigimos a los profesionales de otros campos.

Por ejemplo el de la biología. Tetlock lo evoca en sentido metafórico porque revalida en su ensayo la teoría de Isaiah Berlin de acuerdo con la cual los expertos, o los tertulianos, o los analistas, pueden dividirse fundamentalmente en dos categorías: los zorros y los erizos.

Los zorros se caracterizan por saber poco de muchas cosas, beben de una variedad ecléctica de tradiciones y aceptan la ambigüedad y la contradicción como aspectos fundamentales de la vida.

Los erizos, en cambio, saben mucho de una cosa, se afanan en el marco de una sola tradición y formulan soluciones previsibles a problemas mal definidos, aunque estas limitaciones los convierten en más apreciados por los medios de comunicación porque están provistos de mayor tenacidad para imponerse en los debates ideológicos.

Surge así el analista de renombre, el antagonista ideal, el gran depredador de la tertulia política, aunque el estudio de Tetlock, concebido entre asuntos tan dispares como el apartheid en Sudáfrica, los atentados del 11-S y el proceso soberanista de Quebec, recela categóricamente de los expertos dotados de mejor imagen, más autoconfianza y hasta mayor sabiduría.

Cualquier ciudadano bien informado, dotado de un criterio más o menos afilado y familiarizado con ciertos conceptos geopolíticos podría haber llegado a conclusiones más acertadas que las de un erizo sagrado. Porque la clave no está tanto en la conclusión como en la forma de pensar, de construir el pensamiento. Y de responder a dos cuestiones fundamentales, preliminares. ¿Hasta qué punto las creencias privadas de un juez coinciden con el mundo puramente observable? ¿Revisa el analista su criterio en respuesta a la evidencia?

Tetlock no quiere llevarnos al territorio del ensimismamiento, ni del solipsismo. Tampoco exige que abjuremos de la opinión de los expertos, pero su trabajo de laboratorio predispone a la creación de una especie superior. Y no en los términos selectivos de Nietzsche, sino desde una posición más quijotesca. Se refiere al híbrido del erizo y del zorro, una síntesis de ambas criaturas que proporcione al analista conocimiento y flexibilidad. Y que la mutación libere al mamífero resultante del fundamentalismo y de la frivolidad.

Mientras tanto, recomienda Tetlock, habrá que preservar en el reconocimiento de las mentes clarividentes, aquellas que vieron las cosas mucho antes que los demás (la amenaza de Hitler en los años 30, la vulnerabilidad de la URSS en los 80, la burbuja de Internet en 2000).

Y habría que penalizar las almas extraviadas que no vieron las cosas hasta mucho después de que fueran obvias para los demás. Palabra de Tetlock: “Lo único que separa un genio político de alguien a quien se pueda ridiculizar es un contrafáctico del tipo ‘acerté por los pelos’.”

El autor divide a los expertos entre zorros, que saben poco de todo, y erizos, que saben mucho de una cosa

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