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'IN MEMORIAM'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Se apagó la buena estrella

Tenaz e inagotable, Elena Sánchez fue el alma de la cadena en abierto de Sogecable

No dirá de la vida lo que el poeta Auden dijo del amor: “Pensé que era eterno: estaba equivocado”. El optimismo era su naturaleza, incluso ante las causas que todos darían por perdidas, por eso es posible imaginarla con sonrisa burlona diciendo a toda su basca: “Tranquilos, que esto es una broma; alguien se ha tenido que equivocar porque tengo la agenda repleta de citas para las dos próximas semanas”. Doy fe de ello, porque yo tenía mi cita para el día 4 de julio, a las seis y media de la tarde.

Elena Sánchez fue directora de Cuatro y un montón de cosas más, cada una de las cuales llenaría de por sí una vida profesional, pero que, en su caso, configuran una carrera de envidiar, pese al recorrido que aún le quedaba por delante, más ahora que había renovado la ilusión como directora de Prisa TV.

Licenciada en Filología Hispánica, saltó con esa determinación que la caracterizaba a la cubierta de la Escuela de Periodismo de EL PAÍS. En ese solo gesto, anterior incluso al inicio de su carrera profesional, ya mostró alguna de las cualidades que nunca habrían de abandonarle: sentido de la oportunidad y olfato para el talento.

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Debutó como becaria en la SER, con Concha García Campoy, donde se entrenó en la combinación de unos valores que habrían de ser otra constante en su carrera: juventud y solera, modernidad y corazón. En Telemadrid explotó brillantemente las posibilidades del reporterismo televisivo en un memorable Madrid directo, que dirigió, y allí sacó a relucir, cuando hizo falta, la valentía y el pundonor profesional, cuando dimitió en solidaridad con Silvio González, destituido por Ruiz Gallardón por la emisión de un programa sobre ETA que ella había dirigido.

Todo este bagaje la acompañaba cuando yo me crucé profesionalmente con ella en 2005, unos meses después de que Javier Díez de Polanco le hiciera el encargo de su vida: diseñar y poner en marcha Cuatro, la cadena en abierto de Sogecable. En un tiempo récord había reclutado un equipo de lujo, comandado por Fernando Jerez, con tanto talento como ganas de pelear en un mercado imposible, copado por los tres gigantes del medio y una entonces poderosa federación de televisiones autonómicas. ¡Cuatro a por los cuatro (más la Sexta, que venía de camino)! Había que estar locos o había que tener a un general cinco estrellas como Elena para atreverse a tanto.

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También apuntaba a locura comprar la Eurocopa 2008 a precio de oro, dada la trayectoria de la selección española, pero había que no conocer a Elena para pensar que la Roja iba a volver a casa en octavos, como siempre. Antes de que Obama lo tradujera al inglés y en España se cargara de política, el grito de ¡podemos! nació para arropar el asalto a los cielos que la Roja protagonizó en las pantallas de Cuatro, empujada por una afición que iba en trainera a la plaza de Colón, donde estaba instalado el plató de la Eurocopa, con Elena marcando la remada.

¡Ay, la Roja! El último mensaje que se cruzó conmigo fue a las 18.35 del pasado lunes, cuando los italianos apretaban de lo lindo en París: “Qué difícil este partido”, escribió. No hablaba de su estado sino que intuía que aquella ilusión de Viena, que ella vivió en directo con el equipo de deportes de Cuatro y con la selección de Luis Aragonés, tocaba a su fin. Deduzco que no hablaba de su partido porque un momento antes le había preguntado cómo estaba y me había respondido sembrando la pantalla de mi iPhone con un puñado de rosas y una sucesión de brazos de Popeye con el puño bien apretado. Pero languideció la Roja en París, mientras en un hospital comenzaba a apagarse la buena estrella que desencadenó y movilizó aquella euforia.

En esas y otras batallas profesionales creció la admiración que por Elena sentían todos cuantos la tuvieron como jefa o quien, como yo, tuvo la fortuna de compartir con ella uno de los momentos más gratificantes de su vida profesional, y muchas copas, trasegadas y conversadas en noches inolvidables.

Inteligente, tenaz, inagotable; tan poco complaciente con los jefes como exigente con sus equipos, también a la hora de dar la cara por ellos. La primera a la hora de partirse el pecho trabajando, siempre la última a la hora de acabar la fiesta. Vivió intensamente, como si este fuera el sino de los que tienen que irse pronto y quieren dejarlo todo hecho. Tuvo fuerzas incluso para ir en Semana Santa a su Brasil querido con su Alberto del alma, pero la enfermedad le salió al paso mientras paseaba por la playa. ¿Puede haber momento más inoportuno?

No hay resquicio para el consuelo cuando el duelo impone su ley. Por eso hoy son muchos los que lloran a quien no tenía que haberse ido, a quien no quería irse, a quien todavía debe de estarse preguntando si no es verdad que la vida era para siempre. En su caso, lo parecía. Por eso muchos nos preguntamos: ¿quién nos ha vendido esta subprime?

Daniel Gavela fue director general de Cuatro.

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