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El suplicio crónico de fin de mes

Un tercio de los españoles está al borde de la pobreza, y muchos de ellos votan el 26-J. Hay una nueva categoría de pobre: ya no está en paro, pero trabaja por un sueldo mísero

Íñigo Domínguez
Usuarios de un centro de atención a personas sin hogar en Madrid, el pasado febrero.
Usuarios de un centro de atención a personas sin hogar en Madrid, el pasado febrero.BERNARDO PÉREZ

Hay muchísimos españoles que llegarán a las elecciones pero no más allá, a final de mes. El día 26 ya estarán en números rojos, tirando de tarjeta de crédito, si la tienen, o pidiendo que les fíen en la tienda del barrio. Votarán con un agujero en el bolsillo. Son más de seis millones de personas, el 13,7% de la población, según el último informe del Instituto Nacional de Estadística (INE) de hace un mes. Aunque el número total de ciudadanos que están al filo, con riesgo de pobreza o exclusión social, son 13,6 millones, un 29% de la población. Bastantes votos, y cabreados.

Buena parte de España se contrae en la última semana de cada mes, aguantando la respiración. De hecho las ventas de tabaco, donde primero se recorta, han bajado a la mitad en cinco años, datos oficiales. Ir a votar sin fumar puede alterar el ánimo. La gente se ha ido pasando al tabaco de liar, más barato. El Gobierno se dio cuenta y en junio de 2013 le calzó un impuesto. “Ahora está en auge el de contrabando. Lo compras por Internet y te lo mandan a casa, bolsitas de 100-150 gramos”, cuentan en Altadis. Los días de pago del paro y de la pensión, el 10 y 20 de cada mes, se registran picos espectaculares de ventas. Con cartones y las bolsas más grandes de picadura, de 500 gramos.

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Quizá si hubiera sido listo el Gobierno habría puesto las elecciones a principios de mes, entre el 1 y el 10, porque es el lapso de tiempo en el que mayor número de gente vive mejor, un espejismo que para muchos termina en un par de semanas. Por ejemplo, los albergues públicos empiezan a tener más ocupación para dormir en la segunda mitad del mes, según ONG como Cáritas. Las ayudas que reciben algunas personas les duran para tener una vida autónoma, alquilar una habitación, más o menos hasta el día 10, luego vuelven a ser dependientes.

Pero el perfil medio de quien no llega a fin de mes es el de alguien mucho más integrado. Ancianos y matrimonios que visitan cinco supermercados buscando el papel higiénico más barato. Han eliminado hace tiempo el teléfono fijo, saltan a las ofertas más baratas de móvil. En barrios acomodados, apunta Cáritas, se están rompiendo matrimonios que han aguantado la crisis juntos pero ahora se separan y solos no llegan. Y sobre todo, y lo más significativo, a menudo es gente que sí tiene trabajo. Porque ha cambiado el prototipo de pobre, un truco mágico de la salida de la crisis: ya no es alguien en paro, sino que trabaja pero le pagan una miseria. Un nuevo tipo de trabajador pobre, ha denunciado Cáritas: el 62% de la gente a la que atendió en 2014 era de barrios buenos y de clase media, y el 53% trabajaba.

“Muchas familias han salido de la crisis pero en situación de precariedad, con trabajo pero sueldos muy bajos. Si antes ser mileurista era símbolo de ganar poco, ahora eso es una utopía, se anda entre 600 y 800 euros”, cuenta Concha García, coordinadora técnica de Cáritas Madrid. El precio del alquiler, muy alto en las grandes capitales, es el problema más grave, y sobre alquileres y vivienda apenas se habla en la campaña electoral. “No pueden mantenerse sin depender de alguien, viven al límite y vienen a nosotros como último recurso. Cuando les llega el IBI o un gasto imprevisto, o cuando les cortan la luz. Septiembre, por ejemplo, es el peor mes, el inicio del colegio y sus gastos desbordan a muchas familias”.

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Según su experiencia, las cuentas de las familias al límite salen negativas en torno a -200 euros. Coincide con lo que una familia española suele gastar de media en el supermercado, según un estudio de Nielsen que maneja Asedas, la Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados: la compra media es de 16 euros, doce veces al mes. Total: 192 euros. Es decir, para llegar en positivo a fin de mes estas familias no tendrían que comer. El mismo estudio señala un 19% de la población “obsesionada con el precio y las promociones”, aunque no necesariamente debido a aprietos económicos.

Otra cosa mágica es que estas personas son más o menos invisibles. Por ejemplo, en buena parte de la campaña electoral. Es un tipo de pobreza no evidente y que se oculta. “Son los que se quedan atrás cuando empieza la recuperación de la crisis”, dice Guillermo Fernández, sociólogo de la Fundación Foessa que ha coordinado el estudio Análisis y Perspectivas 2016. Expulsión Social y Recuperación Económica. Constata que cuando se sale de la recesión la pobreza se reduce a un ritmo mucho más lento que cuando se creó, que hay una España a dos velocidades y se han hundido las rentas más bajas. Coherente con el espíritu del texto, de desmitificación, lo presentaron el pasado 2 de junio, el día en que se anunció que el paro había bajado de cuatro millones de personas por primera vez en seis años. “No hay ninguna comunidad autónoma mejor que en 2009, la recuperación no llega y llevará tiempo”, explica Fernández. A este paso, costará siete años llegar al mismo nivel de hogares sin ingresos de antes de la crisis: eran 400.00 y estamos en 700.000.

La angustia del fin de mes se ve en otras señales. Se han disparado los préstamos fáciles, de cantidades pequeñas, 300 euros para salir de un apuro. Esos anuncios de la tele que te dicen llame ahora. Luego son perseguidos por financieras, a veces muy agresivas, especialmente de dentistas. Cuando abrió el economato de Cáritas en 2012 en el centro de Madrid, con los precios descontados en un 80%, una señora se puso a llorar porque hacía años que no le daba a sus hijos un yogur. El yogur como artículo de lujo es un buen símbolo de la crisis. En el economato revelan que el producto estrella es el bonito en conserva: hay una España que resiste a base de latas de atún.

Autónomos y sin vacaciones

El padecimiento es general. Incluye por ejemplo a las pequeñas empresas. “Llegamos asfixiados”, admite Juan Merino, presidente de la Confederación Española de Asociaciones de Jóvenes Empresarios (Ceaje). “A final de mes te has gastado todo, tienes que seguir endeudándote con proveedores, pagar puntualmente las nóminas y la Seguridad Social, con cuotas muy altas y por encima de la media europea, y además no te pagan a ti lo que te deben. La media de pagos, de público y privado, es de 100, 180 días, y algunos 300 días. Es una morosidad encubierta”.

El drama de los autónomos a fin de mes se resume así: ingresos inciertos y obligaciones fijas. “Somos de los que más sufrimos el fin de mes. No te pagan las facturas y hasta te toca pagar el IVA de las que no has cobrado, pero la Administración no espera, y te recarga el 20% si te retrasas un día en el pago de la cotización. Pero ellos se pueden demorar lo que quieran en pagarte”, se desahoga Celia Ferrero, vicepresidenta de la Federación Nacional de Trabajadores Autónomos (ATA).

Al menos notan que ha cambiado la atención de los políticos. Si antes les ninguneaban, ahora han ganado protagonismo. Ya son 3,2 millones, otro buen paquete de votos. En el debate de los cuatro principales candidatos, las propuestas a los autónomos ocuparon muchos minutos de discusión. Ellos piden flexibilidad en el pago de tributos y recargos progresivos. Además, este fin de mes, a la hora de votar el día 26, estarán más preocupados de lo habitual, porque llega el verano y les gustaría cogerse vacaciones, que nadie les paga, pero no saben si van a poder. El 40% de los hogares españoles, según el INE, no se puede permitir salir de vacaciones ni una semana al año.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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