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Joaquín Amestoy, un fotoperiodista que hizo avanzar el oficio

Fue uno de los miembros de la primera sección de fotografía de EL PAÍS cuando se fundó, en 1976

Liberación de Javier Amestoy en 1979.
Liberación de Javier Amestoy en 1979.Antonio Suárez

Joaquín Amestoy, fallecido el pasado lunes en Elche a los 68 años, fue uno de los miembros de la primera sección de fotografía de EL PAÍS cuando se fundó, en 1976. Natural de Soria, se inició en la fotografía con su hermano Eloy cuando ambos eran muy jóvenes. Fotoperiodista muy activo durante los primeros años de la Transición, Joaquín cubrió para EL PAÍS muchos de los grandes acontecimientos del momento.

Fue uno de los fotógrafos pioneros en una generación que cambió el modo de aproximarse a los hechos sociales con nuevas herramientas técnicas, pero sobre todo con un compromiso profesional del que muchos somos herederos.

Siguió muy de cerca la producción de los grandes creadores de la agencia Magnum y fue profundo conocedor y seguidor de la fotografía de prensa que se realizaba en las grandes revistas de la época: Life, Time, Newsweek... Guardaba ejemplos de trabajos que admiraba y sabía compartir con espíritu didáctico con los jóvenes profesionales, descubriéndonos muchos de los referentes internacionales insoslayables.

Su mirada fresca y la pulsión creativa que latía en sus imágenes contribuyeron a la evolución del fotoperiodismo en España, lo que unido a su generosidad y alegría le convirtió en un ser muy querido y respetado por los profesionales de la prensa de de aquellos años.

Siempre me llamó la atención su sensibilidad especial y cómo vivía con pasión cada uno de los momentos en que fotografiaba. Rebelde ante la injusticia social, mantuvo una conciencia crítica y fue fiel a unos principios durante toda su trayectoria de cazador de imágenes. Nos mostró una forma de ejercer el oficio apasionada, pero rigurosa. Sentía un enorme respeto por la realización final y se encerraba en el laboratorio hasta conseguir positivos de depurada calidad.

Sus gafas redondas, a lo Lennon, le han acompañado hasta el final y eran una seña de identidad. Supo vivir como quiso. Su director de entonces escribió una vez que el periodismo es un oficio que hay que abandonar joven; por una vez casi pareció que le daba la razón y decidió cambiar de vida y se marchó a vivir al campo. Su decisión nos dejó un poco huérfanos y le hemos echado de menos durante años: su alegría, su ingenio, su ironía y su capacidad crítica eran buena compañía en cualquier cobertura informativa.

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Para muchos era un buen amigo, un maestro de la luz y un compañero del alma. Nunca le abandonó el entusiasmo, ni su capacidad para soñar y sorprenderse por la belleza del mundo. Hombre de hondas convicciones, ha sido un ejemplo de fidelidad a su forma de mirar. Dotado de una delicadeza original, logró irse acercando cada vez más a la magia de la realidad y a la emotividad que buscó durante toda su vida.

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