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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Super Podemos

La oferta de Iglesias modifica el cálculo de probabilidades. Y la caída en desgracia de Errejón puede aplazar una repetición electoral

Enrique Gil Calvo
Pablo Iglesias tras reunirse con los sindicatos este jueves.
Pablo Iglesias tras reunirse con los sindicatos este jueves.EFE

Cuando la XI Legislatura se aproximaba hacia su prematuro final, tras abortarse la investidura de Sánchez, he aquí que Iglesias ha vuelto a escenificar una de sus sorpresas mediáticas, que le permiten persuadir a sus seguidores más crédulos de que monopoliza la iniciativa política marcando la agenda a los demás. La primera fue la okupación del hemiciclo con el bebé de Bescansa. Más tarde se postuló como vicepresidente in pectorea espaldas del candidato que estaba siendo recibido en palacio. Después reventó el debate de investidura con su discurso de la cal viva. Luego vino la purga de Pascual como secretario de organización, seguida del ostracismo forzoso de Errejón. Y ahora nos sorprende una vez más con su doble rectificación, pues no solo renuncia con magnanimidad a su propia vicepresidencia sino que además acepta negociar con la antes vetada naranja mecánica.

Sorpresas escénicas al margen, lo cierto es que la oferta de Iglesias supone una novedad que modifica el cálculo de probabilidades sobre el desenlace anunciado para el 2 de mayo. ¿Estamos ante otra maniobra táctica o hay un cambio de estrategia, derivado sin duda de la crisis interna por la que atraviesa Podemos? En este último caso, ¿hasta dónde estaría dispuesto a llegar Iglesias? El principal dilema que se le abre es si debe forzar o no la repetición de las elecciones, haciendo fracasar definitivamente la investidura de Sánchez. Hasta ahora, estaba claro que esa era su estrategia prioritaria, a la que bautizaron como sorpasokización dada su confianza en la obtención del segundo puesto. Pero algunos observadores sostienen que la caída en desgracia de Errejón impide al partido someterse a una nueva campaña en ausencia de su principal estratega electoral. Sobre todo si además el electorado progresista les culpa de haber impedido la caída de Rajoy con su veto al tándem Rivera-Sánchez. Lo cual resulta verosímil, pues en tal caso la abstención se cebaría con Podemos.

Ahora bien, esto no quiere decir que Iglesias esté en condiciones de renunciar a su único capital político, que es el prestigio acumulado por Podemos como una fuerza insobornable que jamás se prestará a pactos bajo cuerda con miembros de la casta. Y si ahora Iglesias le vendiese su voto positivo al tándem Rivera-Sánchez por un plato de lentejas y un par de poltronas, eso significaría el suicidio de Podemos. En realidad, esta fuerza política no es un partido como los demás, sino que se arroga la capacidad de conjurar las fuerzas populares de toda la colectividad. Por eso, en sentido metafórico, su modelo mediático no es Juego de tronos sino Superman (o Iron Man, dado que es Iglesias quien conduce al poderoso ingenio desde su interior): un súper héroe colectivo dotado de poderes excepcionales: “sí se puede”. Esa es la fuerza del carisma de Podemos, que le impide comportarse con la misma racionalidad política de los demás partidos. Por lo tanto, aunque le interesase hacerlo, su propia naturaleza le prohíbe formar una coalición al uso, pues sus electores no se lo perdonarían. En consecuencia, si desea aplazar una repetición electoral a la que hoy no le conviene enfrentarse, sólo le queda una salida: la abstención en la investidura, permitiendo por pasiva que gobiernen Sánchez y Rivera.

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