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Carmen Lafuente, compañera de prisión de las Trece Rosas

Fue condenada a 20 años por militar en la Unión de Muchachas

Carmen Lafuente, homenajeada en 2008 por sus compañeros del PSOE. A la derecha, Leire Pajín.
Carmen Lafuente, homenajeada en 2008 por sus compañeros del PSOE. A la derecha, Leire Pajín.

La muerte, el pasado 29 de febrero en Madrid, de Carmen Lafuente, madrileña nacida en febrero de 1922, que según fuentes del PSOE cumplió condena de prisión en la cárcel de Ventas y en Saturrarán, en el País Vasco, evoca la historia coral de las entusiastas mujeres socialistas y comunistas, republicanas, que pagaron con su vida o con largas condenas y graves secuelas físicas y familiares el precio de enfrentarse a la dictadura franquista durante y después de concluir la Guerra Civil (1936-1939).

Carmen era hija de Paula Rubio y de un militante socialista, Mariano Lafuente, detenido y fusilado al finalizar la Guerra Civil en 1939. Su cadáver nunca fue hallado. Denunciada por su pertenencia a la Unión de Muchachas, organización dependiente de las Juventudes Socialistas, fue detenida en el verano de 1939 en una de las macrorredadas desplegadas por el régimen contra las organizaciones juveniles clandestinas antifascistas, que llevarían al paredón y sin real defensa letrada a 57 personas, pasadas por las armas en las tapias del cementerio del Este el 5 de agosto de aquel año. Entre los ejecutados entonces por sentencia del Tribunal Militar Territorial número 1 figuraban sus compañeras de las Juventudes Socialistas Unificadas, JSU, las llamadas Trece Rosas.

Pese a ser en su mayor parte adolescentes y estar ya encarceladas cuando sucedieron los hechos que les fueron atribuidos, fueron acusadas de un crimen cometido en Talavera de la Reina contra un comandante y habilitado (oficial en funciones de tesorero) de la Guardia Civil, Isaac Gabaldón, una hija suya y un chófer, en un asunto que el régimen temía que escondiese una disputa en el interior de sus fuerzas militares y de seguridad. Los tres supuestos autores, Emiliano Martínez, Damián García y Manuel Chicharro —que al parecer buscaban obtener dinero del habilitado para sobornar carceleros y liberar a tres dirigentes comunistas, Eugenio Mesón, Domingo Girón y Guillermo Ascanio, encarcelados y entregados a Franco por el coronel Segismundo Casado durante su golpe contra Juan Negrín en marzo de 1939—, fueron ejecutados tras un proceso aparte, pero las otras 57 personas también murieron ante el pelotón de ejecución.

Las mismas tapias del cementerio madrileño registrarían los fusilamientos de al menos 2.663 personas más en fechas posteriores y hasta 1945. Según fuentes del PSOE, Carmen Lafuente se libró del paredón, si bien sería, junto con su madre, condenada a 20 años y un día de reclusión, que cumplió parcialmente, por su condición de maestra auxiliar, en la prisión madrileña y en la de Saturrarán (Gipuzkoa). En la calle de Claudio Coello, número 100, en la antigua sede del Instituto Escuela, en los llamados Altos del Hipódromo, y en San Isidro, junto a la sacramental madrileña, funcionaron otras tres prisiones femeninas más.

El centro de reclusión de Ventas, que había sido ideado en 1931 dentro de un proyecto penitenciario progresista para 500 reclusas y con un régimen pensado para la reinserción social de presas comunes, llegaría a albergar en 1940 hasta 3.500 mujeres antifranquistas, que se hacinaron durante años en sus celdas. Una de ellas fue Carmen Lafuente. Tras cumplir condena, durante la cual perdió la audición de un oído por las torturas y el maltrato allí recibidos, según ha escrito Álvaro Sánchez Castrillo, trabajó en un caserío de Deba y en una fábrica de plásticos. Conoció a su compañero, Pablo, emigrado a Alemania, con el que se casó y tuvo tres hijos varones. Con él pasó los últimos años de su vida en Alicante, donde se matriculó en un centro de estudios para mayores, pero hace un año regresó a Madrid, donde había vivido en los barrios de Bilbao y San Blas, en cuya Agrupación Socialista militó desde 1978.

Con su fallecimiento desaparece una de las últimas supervivientes de aquella generación de valientes luchadoras que pasaron por la siniestra prisión madrileña de Ventas y a las que, tras ser condenadas a muerte muchas de ellas, les fueron conmutadas las penas por sentencias a 30, 20, 16 o 12 años de reclusión. Miembros de ella fueron, entre otras, las ya fallecidas: Juana Doña, Mercedes Núñez Targa, María Carmen Cuesta, Nieves Torres, Concha Carretero, Manolita del Arco, Trinidad Gallego, Dolores Botey, Soledad Real, María Salvo, Ángela García Madrid y Julia Bellisca, esta última con pena de muerte conmutada por 12 años y un día, en el mismo proceso que llevó al paredón a las Trece Rosas. Así lo ha escrito Fernando Hernández Holgado, catedrático de Historia y especialista en las prisiones femeninas franquistas durante la posguerra.

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