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El juicio del 'caso Nóos'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nóos, el musical

Torres pone en escena la versión para niños del escándalo, donde es víctima de un gran malentendido

Íñigo Domínguez
Diego Torres durante el juicio por el 'caso Nóos', este martes.
Diego Torres durante el juicio por el 'caso Nóos', este martes.T. RAMÓN

Diego Torres lleva cinco años ensayando, empollándose el papel y los papeles, para la puesta en escena que se celebró este martes: la versión para niños del caso Nóos. Algo así como Nóos, el musical. Frente a años de reconstrucción chusca y escandalosa, con facturas de pega y fotos de tías en bolas en bici en los correos electrónicos, ante un demoledor relato acusatorio del fiscal, Torres pudo por fin contar su verdad. Ya lo ha hecho en un libro, el libreto del musical, que acaba de salir, La verdad sobre el caso Nóos.

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Al revés de lo que se comenta de El capital de Piketty, que todo el mundo habla de él y nadie se lo ha leído, con el libro de Torres nadie habla de él y nadie se lo ha leído. De hecho, el fiscal empezó preguntándole por algo que no sale en su libro: “¿Quién es Koblenz?”. Fue un arranque prometedor, de novela policiaca, sobre todo porque Torres dijo que no tenía ni idea. Pero luego el argumento fue aburrido y ya se intuyó con la réplica del fiscal: “Vamos al anexo 93, folio 78, carpeta Luxemburgo”. Toda la mañana fue así, a través de documentos en la pantalla gigante de la sala. Iba todo de sociedades en Belice y Londres y transferencias inexplicables. Nada salía en el libreto de Torres. Había firmado todo, pero no sabía nada. “Creo que la mayoría de los seres humanos firmamos lo que nos ponen delante”, se justificó hablando de los bancos.

La verdad es que Torres salía poco en escena en los papeles que se mostraron. Muchos correos eran de su mujer, Ana María Tejeiro. La culpa de todo, alegó, era de su cuñado, Miguel Tejeiro, que es quien le ha llevado siempre las cuentas porque él no entendía de esas cosas. “Luego he espabilado”, confesó. Se pudo ver en algunos pasajes del interrogatorio del fiscal, Pedro Horrach:

—¿Por qué el dinero de De Goes y Blossomhill acaba en una cuenta a su nombre?

—Esto son aspectos técnicos y no debo ser yo quien debe responderlo.

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Ante nuevas respuestas de ignorancia, el fiscal estalló:

—¿Si usted era el titular a quién se lo voy a pedir si no?

Torres se sintió muy incomprendido. Además su musical, al contrario del festival de comisiones y sueldazos que se ha conocido hasta ahora, es un melodrama. Además de no haber roto un plato como protagonista, su libro describe un cúmulo de desgracias: Nóos solo le dio pérdidas —en cinco cumbres en Valencia y Mallorca de 2004 a 2007 asegura que palmó 399.000 euros—; su sueldo el primer año fue de 700 euros y el último, el mejor, de 4.285 euros en 2006, justo cuando aquello empezaba a carburar y estalló todo; no solo no defraudó a Hacienda, sino que llegó a pagar un 46% de impuestos, frente a una media de las empresas españolas del 9,9%.

Efectivamente, como el fiscal y mucha gente sospecha, no era una asociación sin ánimo de lucro, pero por razones opuestas: era casi con ánimo de arruinarse. Un amor suicida a su misión social. Como colofón de adversidades, Torres ha contado hoy que a finales de 2007 por ir y venir en el día de Buenos Aires le dio una embolia pulmonar y le dieron un mes y medio de vida.

Como presa de un gran malentendido, Torres no entendía por qué estaba allí, en el banquillo. El fiscal, Pedro Horrach, en algún momento se puso tenso, como un profesor que se desespera con lo burro que es un alumno y no le dice lo que espera. Parecía que se le iba a escapar eso de “Y no es más cierto que…”, pero ya ha dicho la juez que no se puede decir.

En ese papel de víctima, Torres tenía momentos de particular inocencia, quizá fingida. Es su estilo. Cuando ha mostrado en privado algún PowerPoint —Torres, exprofesor de Esade, es didáctico y temiblemente prolijo, y muy de PowerPoint— se le ha escapado como de casualidad alguna foto de la reina emérita, doña Sofía, dormida en un sillón. La pasaba rápido, pero ahí quedaba. Este martes igual, cuando dejaba caer un nombre como si tal cosa: “Ay, Dios mío, ¿cómo se llamaba este señor? Ah sí, Esteban González Pons”. Lo dijo en referencia al dirigente del PP valenciano, luego portavoz del partido en el Congreso y que el otro día acompañaba a Mariano Rajoy en Bruselas, porque fue quien fichó a Nóos para que moviera la candidatura de Valencia a los Juegos Europeos.

Pero los incisos de refilón más interesantes de Torres fueron, evidentemente, los referidos a la Casa Real, que es donde está el morbo de este proceso. El clímax se produjo a las 12.18 horas cuando se oyó en la sala el nombre de “la señora Corinna”, sin necesidad de que tuviera que aclarar de quién se trataba, y casi mejor con esos apellidos, zu Sayn-Wittgenstein. En el musical esta señora fue una de las malvadas, proponiendo cosas malas que no se pueden hacer: Torres recordó que en un correo electrónico les propuso montar algo “para que en España no se enteren de dónde sale el dinero, con copia al Rey de España”. “Nóos dijo que ni de broma”, concluyó heroicamente Torres.

Son este tipo de detalles los que alimentan la tesis de que la infanta Cristina y su marido, Iñaki Urdangarin, se sienten maltratados y abandonados por la Casa Real en esta triste historia cuando no creen haber hecho nada raro ni del otro mundo. También Torres lo cree. Recuerda siempre como gran coartada de legalidad, que justifica su genuina noción de inocencia, el hecho de que la Casa Real sabía todo. En su libreto cita hasta a la tía Pecu: por lo visto llaman así, de “peculiar”, a la princesa Irene de Grecia, hermana de doña Sofía. Con todo, Torres se cortó. Limitó las menciones a la Zarzuela, que en su libro son abundantes, aunque suele recordar que tiene sobre el asunto 300 correos electrónicos, faxes y demás papeles.

En algún momento en que se le mencionó, la Infanta se enfrascó en tomar apuntes a toda velocidad en un cuadernito que se ha traído. En otros cerraba los ojos como con dolor de cabeza, pero la mayor parte del tiempo simplemente parecía aburrida o afligida. Los acusados, como si fueran el público del espectáculo, este martes mostraban más complicidad. Hubo intercambio de M&M’s entre Matas y su compañero de silla, trasladado desde la cárcel de enfrente, y de caramelitos entre la Infanta y quienes estaban cerca.

Torres no pudo poner en escena su libreto al pie de la letra, donde responde a preguntas agresivas del tipo “¿Quiere añadir algo más?” o “Caramba, no lo sabía”. Proclamó, por ejemplo: “No he pagado a nadie en B en mi vida ni he cobrado nunca en B”. Y acto seguido el fiscal le sacó un post-it hallado en su casa donde pone “Dinero B. Tengo en caja fuerte…”, y unos números. Explicó que “B” se refería al Barclays. De todos modos Torres aguantó formidablemente las embestidas del fiscal y logró marearle. A menudo llevó las respuestas a su terreno, no responderlas para adormecerlas con largas explicaciones profesorales. Aún así en algún momento se calentó: “Disculpe si me emociono, son cinco años que…”. Fue un gran estreno y esto ha sido solo el principio, porque este martes solo se ha hablado de menudencias. Luego irán subiendo.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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