_
_
_
_
_

Hacienda no eran ellos

El juicio del ‘caso Nóos’ es el paradigma del proceso a toda una época, la del ‘boom’ inmobiliario y la corrupción a gran escala

Íñigo Domínguez
De izquierda a derecha, las juezas del caso Noós: Rocío Martín, Samantha Romero y Eleonor Moyà.
De izquierda a derecha, las juezas del caso Noós: Rocío Martín, Samantha Romero y Eleonor Moyà. J GRAPPELLI (EFE)

Los 18 acusados y los más de 350 testigos que irán pasando a partir de este martes por el juicio del caso Nóos en Palma de Mallorca podrían formar el casting de la película que Luis García Berlanga hubiera hecho sobre una época fastuosa, hedonista y huera, la del desparrame inmobiliario y político español en la primera década de este siglo. El genio valenciano murió en 2010, justo cuando se destapó el asunto. Pero que él no hiciera esa película no quiere decir que la España de sus películas no siga existiendo, porque eso es lo malo: nunca ha dejado de existir. Quizá los protagonistas del juicio pensaron que por ser, de repente, modernos y ricos habían dejado de parecerse a los de La escopeta nacional y que, es más, no les podrían pillar ni retratar. Todo parecía tan reluciente, tan engrasado, sin caspa. Pero el juicio Nóos les retrata, y nos retrata.

Más información
El juicio a la Infanta se reanuda pendiente de pactos ‘in extremis’
Los 18 acusados se enfrentan a más de 200 años de cárcel
Matas se resiste a un pacto con el fiscal para admitir sus delitos

Aunque llevemos ya diez años con esta historia y quizá aburra, en realidad lo esencial empieza este martes, porque es la hora de ajustar cuentas. Y hay algo que por obvio no es menos serio: oficialmente se podrán empeñar en llamarle caso Nóos, pero en la calle, y para todos, es el juicio de la Infanta, y no solo porque sea más fácil de pronunciar. Ni siquiera el cariz de cotilleo y de cosas de famosos que ha adquirido puede rebajarlo de categoría.

Hasta ahora los efectos visibles del escándalo han sido cosas como borrar a Iñaki Urdangarin de la web de la Casa del Rey, o quitarles la calle que les habían puesto a los duques en Palma. Pero esto ya va de una petición de 19 años y medio de cárcel para él, y de 8 años para ella. No es un juicio a la Casa del Rey, pero puede salir malparada. Porque este juicio desmenuzará los pormenores. Habrá que escuchar los microrrelatos de muchos implicados que dibujarán poco a poco, en su zafiedad y sus detalles chuscos, ese gran fresco de la juerga de dinero permanente, un modo de hacer las cosas que ha dominado la vida pública durante demasiado tiempo. Y que ha llegado a lo más alto. No es solo la infanta Cristina; es que deberán comparecer a dar explicaciones varios ex altos cargos de La Zarzuela, personal de confianza de la familia.

El exsocio de Iñaki Urdangarin, Diego Torres, dijo este lunes por la mañana en la Cadena SER: “Organizar jornadas deportivas y de turismo no es lucrativo. Se perdió dinero”. Y entonces, ¿para qué lo hicieron? Debe de ser por amor al deporte. Pero es que el deporte en esos años era forrarse con artefactos etéreos, no solo con ladrillo, aunque todo iba unido, lo sólido y lo liviano. Se podía robar construyendo y deconstruyendo. Con bloques de pisos de excelentes calidades o, como hacía la Instituto Nóos, con informes de chichinabo o congresos, a razón de casi un millón de euros cada uno, que explicaban lo maravilloso que es organizar grandes eventos deportivos. Lo ficticio y lo desproporcionado se convirtieron en una realidad paralela, luminosa como una tragaperras, y las administraciones se volvieron locas con todo el dinero que entraba por la puerta.

No es casualidad que vayan a pasar por el juicio las autoridades de Baleares, Valencia y Madrid, los tres principales focos de corrupción de esos años. La lista de testigos, que desfila a partir de marzo, es un cantar de gesta: Rodrigo Rato, Francisco Camps, Rita Barberá… Todos ex de algo, cuando eran algo o se lo creían. Presidentes de fútbol o medallistas olímpicos, como Pepote Ballester, uno de los acusados como exdirector general de deportes del Gobierno balear, que abre mañana el baile de declaraciones.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Había un mamoneo ambiental que fue subiendo en plena efervescencia hasta la Monarquía. Hacienda no eran ellos, que iban por libre. Familias enteras de constructores, políticos y banqueros chorizos medraron a la sombra de la Casa del Rey esperando algo a cambio. Y por esa esperanza, justificada o no, con base real o no —nunca mejor dicho—, este proceso es el paradigma de esos años obscenos: van de los cimientos de un adosado ilegal en Castellón, o un aeropuerto inútil en medio de la nada, a la mismísima punta de los pies del Rey.

Manos Limpias

Esa estela de porquería, que explica muchísimo de la situación política en que nos encontramos, llega hasta hoy, cuando los jueces desmantelan el PP de Valencia por ser un sistema organizado de corrupción y resulta que a algunos les pilla por sorpresa. Ya no es tiempo de seguir haciéndose el orejas, con toda una Infanta sentada en el banquillo, aunque es de prever que muchos acusados y testigos dirán que no sabían, que no recuerdan, que no sospecharon nada, que entonces éramos todos tan felices tirando de tarjeta.

En este no saber o no querer saber hay un asunto menor que no lo es y dice más de lo que se quiere admitir. La infanta Cristina de Borbón está en el banquillo por el tesón de una asociación, Manos Limpias, surgida en el sotobosque de la extrema derecha, que a la mayoría de los españoles les causa mucho repelús. Quizá eche para atrás, pero el caso es que ninguna otra ha dado un paso adelante, ningún ciudadano más, y habría que preguntarse por qué. Son los letrados de Manos Limpias, que en el juicio seguramente darán espectáculo, quienes piden ocho años de prisión para la hermana del Rey. No es nadie de las instituciones, nuestras instituciones. Estos señores son la acusación popular, del pueblo, son esa parte que nos representa, y sintiéndolo mucho también ellos son de película de Berlanga.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_