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Elecciones generales
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Reforma electoral

Una solución relativamente indolora consistiría en ampliar a 400 el número de diputados

Antonio Elorza

El sistema electoral funcionó de manera satisfactoria mientras estuvo vigente el bipartidismo, si bien un grupo minoritario como Izquierda Unida siempre se sintió perjudicado. Con cuatro partidos en relativa igualdad, más IU, con voto importante y representación mínima, vuelve el problema, y Ciudadanos y Podemos exigen también reforma. No parece lógico que a punto y medio de porcentaje en los votos recibidos, Podemos y sus acompañantes queden a 20 escaños del PSOE. Consecuencia: el sistema electoral es injusto y ha de ser cambiado.

La solución inmediata parece fácil: aplicación de una estricta proporcionalidad. Sucede, sin embargo, que la introducción de este criterio ha sido objeto de rectificaciones más o menos profundas, no por un sentido antidemocrático, sino porque el régimen electoral ha de responder a una doble finalidad: de un lado, garantizar la representación tendencialmente igualitaria de los ciudadanos; de otro, sentar las bases para un gobierno estable. La pulverización de los grupos presentes en un Parlamento constituiría un aliciente para multiplicar los partidos y hacer imposibles las coaliciones. De ahí la fijación de un porcentaje mínimo para alcanzar la representación y la búsqueda de diferentes fórmulas que potencien la cuota de representación de los grandes partidos, sin anular a los menores con suficiente respaldo.

Una solución relativamente indolora en esta línea consistiría en ampliar a 400 el número de diputados (Constitución, art. 68), utilizando el plus de 50 para formar una circunscripción nacional donde se diera una asignación proporcional de escaños por votos. A efectos de favorecer la gobernabilidad, este último criterio podría verse modificado en cuanto a la atribución de un plus moderado de escaños a la lista más votada. El fortalecimiento de la estabilidad gracias a este premio otorgado a quien llegue el primero en la carrera de los votos ha sido probado recientemente en dos casos, siempre además favorables a la izquierda. Alcanzado por la mínima, Matteo Renzi pudo estabilizar un sistema político tan turbulento como el italiano, y Alexis Tsipras conjuró la gravísima crisis griega. En ambos casos, el plus otorgado es excesivo, pues la proporcionalidad desaparece, pero las ventajas de una aplicación limitada del arbitrio parecen innegables.

La reforma requeriría entonces un nuevo trazado de las circunscripciones, donde voten ponderadamente los hombres y no las piedras. Parecen rechazables la circunscripción única, incompatible con el Estado de las autonomías, y la circunscripción de Comunidad, pensada para reforzar esa idea de “mando único” que Iglesias pretende aplicar a todo. Y, en fin, listas abiertas y primarias, para evitar los pucherazos de las direcciones de partido (tamayazo, eliminación de Madina).

En suma, democracia partidaria interna como base, y por criterio general, equilibrio entre el respeto a la representación proporcional y las exigencias técnicas de la gobernabilidad.

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