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Votar entre ‘papanoeles’ y renos

Rajoy vota en medio de fuertes medidas de seguridad Sánchez se presta a 'selfies' y los hace él mismo

Un hombre disfrazado de Papa Noel por una calle de Barcelona.Foto: atlas | Vídeo: JOSEP LAGO

El colegio electoral de Rajoy es el más lógico y normal, una de sus expresiones más suyas, el más previsible, porque vive en La Moncloa y es uno que está al lado, en Aravaca (Madrid). Es un colegio concertado bilingüe, Santa Bernardette, entre chalés con frontón y piscina. La vida no es fácil para quien le toca estar en la mesa donde vota el presidente del Gobierno. Un joven y dos señoras resisten asustados y casi sepultados por medio centenar de cámaras y fotógrafos. Ninguna chica, por cierto. El joven se alarma cuando le preguntan si la camiseta que lleva es de algún grupo de rock: "¡No, no, no es de ninguna sigla política!", explican preocupadas sus compañeras. Es la sección 78, mesa B, apellidos de la M a la Z. El presidente, como uno más, está ahí clasificado.

En la espera, entre un montón de gente, es divertido jugar a adivinar de qué partido es cada apoderado, por la pinta, y luego mirarle la tarjeta. Es raro equivocarse. Los que más se ven son los del PP y Podemos. También se comenta en los corrillos lo del puñetazo de Pontevedra y se busca instintivamente a los de seguridad. Hay un gran despliegue de fuerzas del orden. Un cura de aspecto bonachón que se acerca a la misma urna de Rajoy despierta el instinto de los fotógrafos. Tras votar, echa una bendición a todos entre risas. "¡Un poco de alegría, que es Navidad!", dice al despedirse entre aplausos. De hecho, es curioso votar entre dibujos de papanoeles y renos, hace todo más entrañable.

A las 10.37 empiezan a pedir silencio como en los toros. Los chavales del PP se colocan en formación para hacerle el pasillo a su jefe hasta la urna. Cuando por fin llega Rajoy, bastante serio y abrumado por la expectación, como si aún no se hubiera acostumbrado, deja a su mujer esperándole y se mete él solo en la melé. Empiezan a volverle loco para la foto: "¡Presidente aquí arriba! ¡Presidente aquí abajo!". Cuando se va se oye un aplauso. La nube de periodistas se esfuma en un segundo, con ruido metálico de las escaleras que llevan para subirse, y los de la mesa miran alrededor perplejos como si les acabaran de teletransportar. "¡Qué paz!", exclama una de las mujeres.

Pero Rajoy no se puede ir. Se queda fuera esperando a su esposa y es entonces cuando se le ve como a un hombre solo rodeado de escoltas, unos nueve. Alguna señora intenta acercarse disimuladamente para hacerse una foto y le ordenan alejarse sin contemplaciones. Al final, Rajoy solo se hará una con una madre y su bebé. Mientras se va los niños preguntan a sus padres quién es, porque le sigue tanta gente y, ya de repregunta, qué es la política, momento en que sus padres cambian de tema. Los chicos, ya inmersos en el espíritu navideño, intuyen que es algo especial, o incluso que los políticos podrían ser gente que trae regalos. Esta confusión es culpa de la elección de fechas de los comicios.

Los 'selfies' de Sánchez

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Foto: atlas | Vídeo: Atlas

El colegio de Pedro Sánchez está a diez minutos en coche, en Pozuelo de Alarcón, y vota a las 11.00 en el centro cultural Volturno. Es la sección 18, mesa B, apellidos de la L a la Z. El aula que le ha tocado, Teóricas 3, es minúscula para el jaleo que hay montado allí dentro con los periodistas. No cabe nadie. Sánchez está mucho más distendido, se presta a las exigencias de la prensa, girándose con la papeleta para la foto y se hacen bromas. "¡Pedro, una de tres!". O cuando por fin inserta la papeleta, dice un fotógrafo: "¿Puedes repetir otra vez?". Cuando se va algunos votantes, que han tenido que esperar y atravesar la multitud, entran enfadados con una de las frases más españolas que hay: "¡Es que no hay derecho!". También la dicen otros ciudadanos, molestos por el alboroto, mientras atraviesan pisoteando los jardines de romero para evitar la aglomeración.

Sánchez no tiene ninguna distancia con la prensa y la gente. Al salir no para de hacerse fotos y selfies con quien se lo pide. Incluso los hace él mismo, cogiendo los móviles. Como el de una mujer con dos perritos, Ricky y Betty, "por Elizabeth Taylor", que se va muy contenta. En el corrillo con la prensa aguarda a que estén todos listos y hasta se interrumpe para esperar a un colega que tiene un problema de sonido. Un niño está en brazos de su padre como un periodista más. "Le encantan los políticos, se los sabe todos", explica su padre.

A las 10.00 ya ha votado Alberto Garzón, pero en Málaga, en Rincón de la Victoria, un detalle romántico más de IU para rebatir el pesimismo de los sondeos. El próximo en Madrid, Pablo Iglesias, vota al otro lado de la ciudad, en Vallecas.

Iglesias, de partido de fúbtol

Con el líder de Podemos, comparado con Rajoy y Sánchez, el clima no fue nada contenido, sino casi de forofos en partido de fútbol. Pablo Iglesias votó en el instituto bilingüe Tirso de Molina de Vallecas a las 12.30 y veinte metros antes de llegar ya le estaban aclamando en las aceras: "¡Si se puede, sí se puede!". En los colegios de los candidatos popular y socialista uno podía imaginar que había gente que les votaba, pero en el caso de Iglesias era casi imposible pensar que alguien no lo hiciera. Fue vitoreado y aplaudido en un ambiente triunfal, festivo, por mucha gente entre la que a duras penas logró abrirse paso. Acudió con Íñigo Errejón y otros compañeros del partido, en plan equipo o grupo de colegas, una cosa nada familiar. "Íñigo, te quiero, te quiero, eres el mejor!", le gritó un joven a Errejón, que le miró sin saber que decir. Iglesias se paró a hablar con un anciano que le dijo algo con lágrimas en los ojos y luego besó a una mujer de pelo blanco. Había muchísimas viejecitas y gente mayor, que le miraban como a un nieto que les ha salido estupendo.

El fervor se convirtió en un problema al llegar al piso de arriba, por culpa de un pasillo muy estrecho. Había largas colas de espera y la llegada del líder de Podemos, con una muchedumbre de periodistas, colapsó la circulación. Los agentes municipales se desesperaban. La gente protestaba. "Pablo, te queremos mucho, pero no podemos salir", le dijo una señora. Iglesias y los suyos esperaron pacientemente hasta que pudo llegar al aula 158, mesa A, donde había en la puerta un poema navideño: "Navidad, niño mío, es amor en acción". Navideño o no, lo que se respiraba en el instituto era amor de barrio y de clase por uno de los suyos. También era el lugar con más periodistas, y se oían muchos extranjeros, italianos y portugueses, sobre todo. Fuera de España parece ser quien más interesa.

"Lo que tiene que hacer ahora es hacer las cosas bien", sentenciaba una anciana mientras le veía salir. En la puerta se reanudaron los clamores: "Se nota, se siente, Pablo presidente". Y también: "Tic, tac". Ya queda menos a las ocho de la tarde y saber de una vez por todas qué hora da ese famoso reloj.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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