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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La cena del 11-F

Todas las fichas de Pedro Sánchez están en alcanzar La Moncloa. Ni un buen resultado que lo deje en la oposición valdrá para aplacar la ira de muchos socialistas tras el fichaje de Lozano

Manuel Jabois
Irene Lozano, el viernes en su casa de Madrid.
Irene Lozano, el viernes en su casa de Madrid. Luis Sevllano

El día en que Pedro Sánchez destituyó a Tomás Gómez como jefe del PSM mucha gente en el PSOE creyó que se estaba enterrando a sí mismo. Algunas de esas personas organizaron una cena para echarle una mano con la pala. Fue el miércoles 11 de febrero. Esa noche se reunieron en un domicilio de Madrid Zapatero, Susana Díaz, Gómez y Carme Chacón. El objetivo era conjurarse contra Sánchez. Y en un momento de la noche Díaz consoló a Gómez diciéndole: “Canijo, tú tranquilo que después de las autonómicas me tienes aquí”.

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Lo que ocurrió después fue que todos dieron pasos atrás. La jugada a Gómez, que había sido elegido por la militancia, funcionó: Gabilondo, colocado por el aparato, sacó buenos resultados. Entre Sánchez e Iceta desactivaron a Chacón. Y Díaz dedicó el tiempo de después de las autonómicas a asegurar su investidura durante semanas. Sánchez tuvo un verano plácido: tanto que terminó acogiendo a Madina como peso pesado de la lista en Madrid. Dos meses atrás había pedido el contacto de Zaida Cantera a los diputados Ángeles Álvarez y Diego López Garrido.

Hace tres semanas el líder del PSOE fue más allá. Dice ahora que él siempre valoró el trabajo de Irene Lozano en el Congreso, que le parecía “una progresista que defiende con vehemencia” sus ideales. Esa vehemencia es la que ha provocado el terremoto bajo sus pies. Lozano ha sido una de las grandes fustigadoras del socialismo: se predestinó a acabar con el bipartidismo y ha llegado a preguntar, con sorna, si el PSOE seguía existiendo. Nada de eso evitó que a Sánchez, cuando pensaba en las listas, se le cruzase la mujer en la cabeza (“como si el Barça piensa en Mourinho después de meterle el dedo a Tito”, dice un diputado socialista). Sánchez envió a Antonio Hernando a sondear a Lozano en el Congreso. Hernando volvió al despacho de Sánchez con la sensación de que Lozano estaría abierta a escuchar ofertas. Cuando se encontraron, él le prometió espacio para su obsesión en regenerar la política. No hablaron de las diferencias del pasado. Ni de que la regeneración de la política que tuvo estos años Lozano en la cabeza pasaba por liquidar al PSOE.

En Ferraz se defiende que Sánchez prometió a la militancia “abrir el partido e incorporar independientes”, aunque en el caso de Gabilondo eso fue a costa de la democracia interna. Díaz ha ordenado calmar las aguas a dos meses de las elecciones. Con el golpe de mano de Lozano, Pedro Sánchez reconoce que todas sus fichas están en La Moncloa. Ni un buen resultado que lo deje en la oposición valdrá para aplacar la ira de muchos socialistas, generales y soldados, que ayer aprobaron las listas con las mandíbulas apretadas. Díaz llegó una hora y cuarenta minutos tarde, entró y se fue sin hablar. No daban nada por Sánchez cuando fue elegido y han ido condenándolo por pactar con Podemos y con Rajoy. Hoy es el candidato más probable a presidir el Gobierno con medio partido desconfiando de él; si fracasa el 20-D no va a haber mesas en Madrid para tanta cena.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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