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“No digas que eres sirio”

Los refugiados que entran en Melilla usan atuendos magrebíes y abandonan su acento para burlar los controles policiales de Marruecos

Yrán, refugiada siria, en la frontera de MelillaFoto: reuters_live | Vídeo: Imagen: A. Bengoa / Antonio Ruiz
Aitor Bengoa

La mujer recorre los últimos metros de la tierra de nadie y va directa hasta el primer policía español del puesto fronterizo de Beni Ensar, Melilla. Saca un pasaporte que tiene oculto en el bolso, se lo muestra al agente y pronuncia una única palabra: “Siria”. Viste prendas de estilo marroquí, luce tatuajes de henna en las manos y lleva unas grandes gafas de sol que revelan unos ojos intensamente azules cuando se las quita para demostrar que el documento es suyo.

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Se llama Yirán y en breve pasará a engrosar la lista de solicitantes de asilo en España. Una gran parte de ellos son sirios que en su huida de un país desgarrado por la guerra han dejado atrás sus hogares, seres queridos y ahorros. Su meta es Melilla, la puerta a Europa, pero para cruzar la frontera con más probabilidades de éxito tienen que desprenderse también de su identidad.

El problema no es tanto entrar en España como salir de Marruecos. “No digas que eres sirio. Si lo haces la policía marroquí no te deja pasar”, explica Alaa, otro refugiado que espera en la oficina de asilo española a que tramiten su solicitud. Cuenta que los refugiados sirios tratan de disimular su acento para que no delate su procedencia ante los agentes alauís. Y las mujeres evitan el uso de prendas originarias de su país. Si detectan que son sirios, les impiden el paso y no pueden llegar al puesto español para ejercer su derecho a pedir asilo.

Tatuajes de henna

Cuando a los refugiados se les pregunta por qué la policía marroquí actúa así, se encogen de hombros. Diversas organizaciones no gubernamentales han constatado que el paso marroquí ha sido cerrado temporalmente en, al menos, dos ocasiones durante la última semana para evitar el acceso a España de grupos de personas que decían provenir de Siria.

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Mientras llega el traductor al control fronterizo, la recién llegada Yirán, que aparenta tener unos 50 años, se afana en mostrar las fotos de sus cuatro hijos, todos menores de edad. Uno de ellos ha logrado cruzar poco antes de ella. Solo. “Se llama Rami, ¿saben dónde está?”, pregunta. Los otros tres permanecen en el lado marroquí, junto a su marido. Aún no han podido cruzar. Mira varias veces hacia el paso fronterizo del país vecino, como si esperara verlos aparecer en cualquier momento. Al señalarle los tatuajes de henna dice: “Para la frontera”.

Un puente para llegar al norte de Europa

Cuando los refugiados logran atravesar la frontera de Melilla son internados en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) durante semanas, e incluso meses, hasta conseguir permiso para cruzar a la península en ferry. Una vez allí pueden moverse libremente por el espacio común europeo y trasladarse a otros países.

Los testimonios recabados por EL PAÍS entre los sirios internados en el CETI, y en la propia frontera, coinciden en que su intención de llegar a España no es otra que la posibilidad de desplazarse a otros Estados europeos, especialmente Alemania y los países escandinavos.

Su motivo es que en estos países ya existe una diáspora siria con la que mantienen vínculos familiares y culturales. Otra de las explicaciones que dan es que España no ofrece prestaciones económicas ni sociales suficientes como para poder instalarse e iniciar una nueva vida.

En la oficina para solicitar asilo, Alaa comenta que él es de Hama. Junto a él hay dos menores de Damasco que son hermanos, y que esperan sentados a que su madre tramite la solicitud de asilo. No son los hijos de Alaa; él no tiene ninguno, pero su mujer sigue en Siria. “Ella quiere salir y yo quiero traerla, pero no sé qué hacer”, comenta en inglés. Este joven explica que pagó 700 euros a un marroquí que le aseguró que tenía contactos con la policía y que podría colarle. Cuando se acercaban a la frontera, de noche, narra que su pasador le amenazó con una navaja para que le diera el dinero. Se pelearon, logró escapar y probó suerte durante varios días hasta que, en un descuido de la vigilancia, logró llegar al puesto fronterizo español.

Las dificultades que encuentran los refugiados para cruzar por la frontera están sirviendo a las redes de traficantes locales para lucrarse. José Palazón, activista de la ONG melillense Prodein y ganador del Premio Ortega y Gasset por su cobertura gráfica de los saltos de inmigrantes a la valla fronteriza, sostiene que “en la frontera de Melilla el derecho a pedir asilo se compra”. Asegura que las familias que tienen dinero pasan sin problemas. Y que los precios que imponen las mafias fluctúan en el “mercadeo” que se ha establecido al otro lado de la valla. “Es una subasta”, dice.

500 euros para pasar

Varios refugiados refieren malos tratos por parte de la policía marroquí. Es el caso de Tufaha, una mujer de unos 60 años que proviene de la ciudad siria de Homs. Se sienta en una explanada a pocos metros del CETI de Melilla, donde se alojan casi 1.700 refugiados a la espera de recibir permiso para ir a la península. Mientras machaca perejil para añadir a una masa de croquetas de garbanzos, Tufaha cuenta que la policía marroquí les ha pegado. Sus palabras provocan los asentimientos de varias mujeres. Un niño que juega cerca del fuego añade: “A embarazadas, también”.

Tufaha, que de vez en cuando también remueve una sopa que se cuece en una improvisada fogata, cuenta que ha pagado 500 euros por pasar con un pasaporte marroquí alquilado. Tiene varios hijos en distintos países, algunos en tránsito y dos de ellos que aguardan en Nador, junto al padre. Otros refugiados han pagado hasta mil euros por persona.

El tráfico es incesante las 24 horas en Beni Ensar. Pocos minutos después de Yirán, llega otra mujer y de nuevo sucede el mismo ritual que se repite una treintena de veces al día: aparece un nuevo pasaporte y se escucha una única palabra: “Siria”.

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