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Mi vecino el oso pardo

La expansión del oso pardo en la cordillera cantábrica da alas al turismo de naturaleza, pero plantea interrogantes: ¿cómo conjugar su presencia con las actividades humanas?

Elena G. Sevillano

El 4x4 sale de la carretera y enfila una pista forestal que termina abruptamente al alcanzar un arroyo seco. Equipados con prismáticos y telescopios, el grupo sigue subiendo a pie hasta que enfrente, a unos 500 metros en línea recta, aparece una vista perfecta de una ladera cubierta de arraclanes, unos arbustos cargados de bayas rojas: el manjar preferido de los osos pardos. Antes de empezar la espera, el guía se asegura de que el grupo es invisible desde la carretera. Este punto de avistamiento es secreto, y quiere que lo siga siendo.

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El interés por ver a los osos pardos en su hábitat natural ha ido creciendo a medida que su población se recupera tras décadas de declive. En los años ochenta quedaban poco más de 50. Hoy se calcula que hay unos 250 ejemplares en la cordillera cantábrica, número suficiente para que las probabilidades de contemplarlos alimentándose, durante el celo o criando a sus oseznos merezcan el viaje a lugares como Cangas del Narcea (Asturias). Es un floreciente turismo de naturaleza que en esta región se ve como la respuesta a la despoblación y el ocaso de la minería. ¿A qué precio? Esa es la pregunta que aún está por responder.

Hasta hace unos meses el mirador de Fondos de Vega era un secreto a voces: las redes sociales informaban de que en un punto de la carretera de Cangas a Degaña se podía ver de cerca una ladera frecuentada por osos. Tras unas obras con fondos europeos, ahora hay cartel —Observatorio del Oso—, panel informativo, la figura de metal de un plantígrado, siete aparcamientos y espacio para colocar los trípodes. “Se acondicionó para hacerlo más seguro, porque la gente paraba igual y dejaba los coches en la carretera”, justifica el alcalde de Degaña, José María Álvarez.

Guillermo Palomero, presidente de la Fundación Oso Pardo (FOP), lo considera un ejemplo de lo que no hay que hacer. “Hay días con 50 y 60 personas haciendo fotos a una osa y su cría a 150 metros en línea recta. Eso es habituar a los osos a la presencia humana, y es lo último que queremos”, señala. Pese a que ya hay una docena de empresas trabajando en la zona, algunas con guías extranjeros que acuden por temporadas, el turismo de observación de esta especie sigue sin regular.

La conservación y el turismo son perfectamente compatibles, opina Palomero. Pero con una regla básica: que turistas y osos no interactúen. “Un oso habituado es el primer paso para convertirse en un oso peligroso. Los osos jóvenes han descubierto que los pueblos son como supermercados y cada vez bajan más a por comida. Lo que hemos ganado con mucho apoyo social lo podemos perder si hay un ataque”, lamenta. La FOP tiene su propuesta de zonificación para lo que su presidente llama “territorio oso”: una docena de puntos de observación fijos, situados a la distancia adecuada, señalizados, pero naturales, sin nada artificial. Zonas menos masificadas a las que podrían acceder empresas locales con guías cualificados. Y finalmente otras áreas, como las de alimentación, que deberían estar restringidas para todo el mundo.

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Un oso en la cornisa del cantábrico.
Un oso en la cornisa del cantábrico.F. O. P.

La conservación de los osos pardos del cantábrico es a la vez una historia de éxito y un reto de futuro. “Esto no es Alaska, donde no hay humanos. Compartimos el territorio”, apunta Palomero. Y a medida que la población de osos crece, necesita más. Los machos jóvenes exploran y se dispersan hasta cientos de kilómetros. Se los ha visto en Zamora, al norte de Burgos, incluso cerca de la ciudad de León. También se aventuran en los pueblos en busca de árboles frutales o de panales. Lo sabe bien Alberto Uría, un pequeño productor de miel artesanal en el concejo de Ibias. Dejó un puesto fijo en Oviedo para dedicarse a la apicultura tradicional: “Llevo casi desde que empecé sufriendo al oso”, asegura. Y eso a pesar de que las vallas electrificadas cada vez se usan más para proteger colmenas. No siempre les detienen, explica. Algunos aguantan el calambrazo para poder llenarse el morro de miel. “Pero también saltan, excavan túneles…”, dice con un punto de admiración.

“Nuestro sector sin duda es el más afectado por el oso”, afirma Mario Lorenzo, de la asociación de apicultores del Principado de Asturias. Por los ataques a las colmenas, pero también porque, asegura, la Administración no paga las indemnizaciones desde enero. Los ganaderos también sufren a los osos pardos, aunque en la cordillera cantábrica suponen un problema menor, dice Ángel Menéndez, de la cooperativa agropecuaria Campoastur. La ganadería aquí es de vacuno y a los osos no les interesan las vacas. Nada que ver con lo que sucede en el Pirineo, donde hay muchos rebaños de ovejas y año tras año se contabilizan víctimas. Tantas que la Generalitat ha puesto en marcha un programa de reagrupamiento y vigilancia 24 horas de los rebaños para minimizar los ataques.

“Hay pocos osos, hay pocos daños”, resume Menéndez. “Hoy día el lobo es el gran problema, pero habrá que ver qué pasa con el oso dentro de 10 años”. De momento, estas incógnitas son lo único que empaña un modelo de convivencia que ha sido premiado recientemente por la Comisión Europea. El galardón de la Red Natura 2000 en la categoría Conciliación de intereses reconoce la labor de la Fundación Oso Pardo, “que trabaja con las comunidades locales para reducir los conflictos entre los seres humanos y los osos”.

El cambio de mentalidad ha sido determinante, apunta Belarmino Fernández, alcalde de Somiedo los últimos 20 años, zona que con su parque natural se ha convertido en ejemplo de convivencia. “En los años 80, los años difíciles, se decía que el oso no llegaría al año 2000”, recuerda. Victorino García, el primer empresario turístico de la zona, da la clave: “La gente ha pasado en poco tiempo de odiar al oso a quererlo”.

La historia de éxito de una recuperación

Cuántos son y dónde viven. La población cantábrica de oso pardo se encuentra dividida en dos subpoblaciones separadas geográficamente. La occidental tiene unos 200; la oriental, menos de 50. En los Pirineos también hay dos núcleos que suman unos 25 ejemplares.

¿Cómo es? Los machos pesan de media 115 kilos; las hembras, 85. En libertad viven entre 25 y 30 años. Es en un 80% vegetariano (brotes, frutos), saquea colmenas y hormigueros y completa su dieta con carroña.

¿Cómo vive? Necesitan amplias extensiones. El celo va de mediados de abril a finales de junio. Las crías (de una a tres) nacen en enero en las oseras donde hibernan.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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