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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El principio de Pinker

Si el independentismo pierde, habrá rienda suelta a la pasión recentralizadora

Josep Ramoneda

Cuando el presidente Rajoy afirma rotundamente que "no va a haber independencia de Cataluña" y apela a la ley como única respuesta, la lista falsamente unitaria Juntos por el sí, que integra a Convergència y Esquerra, ya ha conseguido el principal objetivo: convertir las elecciones del 27-S en plebiscitarias. Independencia, sí; independencia, no. ¿Era inevitable?

Llevamos siglos hablando del contencioso Cataluña-España. Tampoco es nueva la incapacidad por ambas partes de darle una salida. Sigue siendo mayoritaria la creencia de que no hay otra opción que contemporizar (la conllevancia orteguiana). En dos décadas, el pujolismo se configuró como un sistema de acomodo basado en el principio de Steven Pinker: "El cash permite compromisos; los valores sagrados, no". Pujol esgrimía la bandera, pero presentaba regularmente la factura de dineros y competencias. Este sistema gustaba en Madrid porque garantizaba estabilidad política y mantenía bajo control a la sociedad catalana. Cuando Pujol se fue, se liberaron muchas energías reprimidas. Y el independentismo tomó el relevo al nacionalismo. En los años de Pujol, Cataluña se dotó de la inmersión lingüística y la televisión pública catalana, decisivas para consolidar la lengua y un marco cultural propio. A su vez, era difícil seguir con el mercadeo de dineros y competencias a cambio de apoyos políticos sin modificar la legalidad (la crisis del Estatuto). Y, finalmente, el régimen de la transición, esta forma de caciquismo posmoderno que llamamos Estado de las autonomías, del que el pujolismo era un elemento genuino, entró en crisis.

En 2011, empezaron los movimientos sociales que pedían otro reparto del poder. El 15-M nació en marzo de este año y la ANC un mes más tarde. Ni se anticipó la necesidad de reformar el régimen —el PP la sigue negando— ni hubo respuesta política al desafío soberanista. Solo el imperio de la ley. Un problema político de envergadura reducido a una cuestión legal. Y ahí estamos: Mas tiene sus elecciones plebiscitarias. Ya es tarde para buscar una salida política que unos y otros rehuyeron sistemáticamente. Si el independentismo pierde, habrá rienda suelta a la pasión recentralizadora. Si gana con holgura, entraremos en un largo contencioso. Lo más probable es que, el 27-S, el independentismo salve el Gobierno, pero sin fuerza para mayor empresa. Las inercias llevarán otra vez a refugiarse en el mito de la conllevancia. ¿Es impensable para la cultura política española reconocer a Cataluña como sujeto político como punto de partida para negociar una relación aceptable? Para volver al principio de Pinker, ya es tarde.

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