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La tierra de promisión del nacionalismo vasco (y 3)

Las dos Navarras

Los nacionalistas buscan en la historia navarra la quintaesencia del ser vasco para reivindicar su diferencia

La estatua de los Fueros en Pamplona frente al palacio de Navarra, sede del Gobierno autónomo.
La estatua de los Fueros en Pamplona frente al palacio de Navarra, sede del Gobierno autónomo. LUIS AZANZA

El independentismo vasco ha otorgado al territorio navarro el título de entidad primigenia porque lo necesita como piedra angular de su proyecto. Navarra es el corazón y el anclaje que le permitiría invocar a la historia para justificar la idea de un Estado propio. El sonsonete reivindicativo “Nafarroa Euskadi da” (Navarra es Euskadi) que lleva décadas danzando en los oídos de los vascos y navarros se trueca en “Euskadi Nafarroa da” con el propósito de que el puzzle encaje y puedan levantarse las barreras mentales, culturales y morales que el plan suscita. Aunque se trata de una pasión-obsesión no correspondida, el independentismo no puede cejar en el empeño, ya que ha hecho de la conquista de este territorio y del euskera sus tótems sagrados.

Los ochocientos años de historia del Reino de Navarra son un orgullo compartido por la generalidad de los navarros, pero los nacionalistas vascos están decididos a escarbar mucho más. Necesitan llegar hasta los primitivos vascones, conectar con el secreto, la piedra filosofal, la quintaesencia del ser vasco para reindicarse como grupo diferente, especial.

Julio Caro Baroja dejó escrito: “Yo no soy un hombre de “raza pura” y doy gracias a Dios por ello. He vivido en tierra vasca y la amo más que a otras, evidentemente. Pero en tierra vasco-navarra, cuando era niño como hoy, podía darme cuenta de que por un concepto u otro no era producto genuino de ella (…) Cuando pienso ahora en lo que a los vascos les gusta pensar de sí mismo, me doy cuenta –sin embargo- de que el esfuerzo que hizo mi tío (Pío Baroja) para aproximarse a una realidad más honda y fuerte ha sido un esfuerzo vano. Los “vascos profesionales” y “confesionales” siguen creyendo que “Amaya” o cosas por el estilo encierran el secreto de su ser. Al vasco de cartón-piedra le interesan las novelas de cartón-piedra y los espectáculo del mismo material. Pero acaso le pasa lo mismo al castellano, al catalán, al andaluz, al español de izquierda y de derecha, pétreo y acartonado”.

Hay una correlación entre el avance del euskera y

El libro al que Julio Caro hace referencia es Amaya o los vascos en el siglo VII, la célebre novela histórica deudora del romanticismo tardío trasnochado que Francisco Navarro Villoslada publico en 1877 en la Revista carlista “Ciencia cristiana”. Por increíble que resulte, la mitología fantástica elaborada torno a “la raza vasca, enemiga de toda extraña influencia, feliz en su oscuridad”, permanece hoy en el sustrato ideológico nacionalista envuelto en la niebla que hace difícil distinguir entre la realidad y la fábula, entre el pasado y el presente. “La historia de Euskadi contada por el nacionalismo es un cómic, una versión simple y vistosa. Los nacionalistas toman prestadas de la Historia Navarra cosas que no les pertenecen”, subraya Matías Múgica, escritor y traductor de euskera. Dice que el peso de la poderosa historia Navarra se impone como deber en la sociedad. “De alguna manera, se aplica la ley de los muertos, que proclama el deber de obediencia y fidelidad a sus gestos, sus creencias, sus costumbres (y entre ellas, a su lengua). Esa es la esencia del pensamiento reaccionario”, indica

Predicar aquí que en democracia la Historia no crea deberes y tampoco derechos es un tarea ardua, como constata a diario el filósofo y sociólogo navarro Aurelio Arteta. “Hay que tener en cuenta que en Navarra hay mucha conciencia de la diferencia respecto al resto de España y que la Constitución incurre en la incongruencia de recoger los Derechos Históricos”, indica. A su juicio, la confusión en la sociedad navarra, y vasca, es el resultante de una serie de equívocos: la equiparación entre progresismo y nacionalismo que practica una parte de la izquierda, la simplificación de que la democracia se reduce al derecho a decidir y la falsa equivalencia entre democracia y no violencia. Arteta está convencido de que la política lingüística tiene mucho que ver en esta nebulosa político-ideológica y le preocupa enormemente las medidas que el Gobierno cuatripartito de Bildu vaya a adoptar en este terreno.

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“Los independentistas piensan que no pueden crear un Estado si no son una nación con una lengua. Por eso, practican el nacionalismo lingüístico. Han conseguido que hablar o intentar hablar euskera sea de buen tono y políticamente correcto, señal de inserción. En la zonas donde su hegemonía ideológica es abrumadora interviene la presión grupal, el efecto arrastre, el miedo a quedarse solo. Quienes tragan con las tesis nacionalistas de que nos han arrebatado el euskera de nuestros ancestros tienden a asumir el sentimiento de culpa y lo pagan enviando a sus hijos a las ikastolas. La lengua vasca es la palanca del proyecto nacionalista”, afirma. Como Fernando Savater, también él piensa que la enseñanza del euskera viene con los contenidos puestos”. Se trata de una convicción ampliamente extendida y anudada en estos momentos al temor de que Bildu desde el ayuntamiento de la capital y Geroa Bai desde el Gobierno de la comunidad apliquen una política identitaria que ahondará las divisiones.

La historia contada por el nacionalismo “es un cómic”, dice Matías Múgica

“La identificación entre nacionalismo y euskera responde al hecho de que los navarristas han dejado la lengua en manos los abertzales. Ellos pueden dar la batalla y seguir ignorando el euskera o considerarlo propio como creo que, de hecho, esta pasando en la calle porque hay una buen porcentaje de no abertzales que educan a sus hijos en euskera. Hay que hacerle un hueco institucional a la lengua vasca”, sostiene el filósofo Daniel Innerarity que ha figurado en la candidatura electoral de Uxue Barkos. El empresario José Manuel Ayesa coincide en parte con él. “El gran error de UPN fue tratar de arrinconar el euskera en lugar de protegerlo y adoptarlo. Eso habría evitado su manipulación e instrumentalización política”, señala.

El problema, a estas alturas, es que existe una correlación entre el progreso del uso del euskera y el voto nacionalista. Ambos fenómenos tienden a reforzarse en el norte de la comunidad y a progresar en la zona media, en torno a la capital. Navarra está dividida en tres zonas: la vascófona, donde se habla euskera tradicional, por transmisión natural en familia; la mixta, donde el euskera tiene un estatus especial; y la no vascófona, que utiliza masivamente el castellano. Euskera y castellano son consideradas lenguas propias de Navarra, pero la primera es cooficial únicamente en la zona vascófona. El 16% de los navarros dice poder expresarse en euskera en algún grado, aunque sólo el 10% es realmente competente en el idioma.

En esta tierra de contrastes –la diversidad va desde la selva de Irati al desierto de las Bardenas-, la política aparece marcada por la línea divisoria norte-sur. Mientras en los valles pirenaicos y más allá de la sierra de Urbasa, el dominio abertzale es intenso, en La Ribera la supremacía constitucionalista, autonomista, resulta abrumadora. Pese a los avances del abertzalismo, Pamplona y el resto de la zona mixta siguen siendo mayoritariamente no nacionalistas. El predominio electoral de los partidos constitucionalistas sobre los nacionalistas vascos ha ido recortándose paulatinamente en los últimos 12 años, sobre todo tras la aparición en la izquierda abertzale de grupos como Aralar que reclamaba la retirada de ETA. En las elecciones al Parlamento Foral, el bloque Geroa Bai-Bildu ha obtenido poco más del 30% de los votos, contra el 47% de la suma UPN-PSN-PP y Ciudadanos. Podemos consiguió el 13,67% y e Izquierda Unidad (I-E) el 3,69%.

El profesor Javier Tajadura aboga por pactar un “laicismo identitario”

La futura presidenta Navarra Uxue Barkos ha proclamado su intención de “recuperar el orgullo por el euskera en todo el territorio pero no ha indicado si eso significa la extensión del bilingüismo oficial a toda la comunidad y hasta qué punto se avanzará en la línea de que el conocimiento de la lengua sea requisito necesario para aspirar al empleo público. “Soy partidario de que la política se adapte a la realidad y no de que la política retuerza la realidad para adaptarla a un proyecto uniformizador. El abertzalismo está por pasar la plancha y crear un Estado-nación. Cuando dicen que el euskara está oprimido quieren decir que no hay una política de expansión a toda la comunidad que incluya a poblaciones en las que el vascuence no se ha hablado en los últimos cuatrocientos años o nunca”, sostiene el escritor euskaldun Matías Múgica.

A juicio de Daniel Innerarity, el éxito de Geroa Bai se debe a que ha conseguido representar a un navarrismo vasquista que estaba huérfano por la indiferencia-desafección al euskera y a lo vasco establecida en UPN. Antes de que la guerra civil lo truncara todo y el nacionalismo vasco planteara su proyecto de ruptura y separación, el aprecio general del vascuence y de la cultura vasca eran perfectamente compatibles con la defensa de la unidad de España.

Hay dos ADN, uno navarro, español y hasta vasco no nacionalista y otro vasco, navarro, antiespañol, partidario de la inclusión en una Euskadi independiente. No faltan quienes, como el profesor Javier Tajadura, creen necesario pactar un “laicismo identitario” y alcanzar un acuerdo de coexistencia, como el que protestantes y católicos firmaron en Nantes en 1589, que “impida cortarnos la cabeza unos a otros”. Ya puestos, ¿no podría recuperarse el sentimiento de hermandad con Euskadi que se quebró en la guerra civil? La futura presidenta Uxue Barkos dice estos días que “hay que superar la división de las dos Navarras porque esta sociedad no puede seguir viviendo fracturada”, pero las palabras por no pueden deshacer ya por sí solas el muro de la desconfianza. Solo el tiempo dirá si los navarros, tan francos, directos y testarudos, serán capaces de retirar la carga fatalista, perniciosa, que conlleva la acostumbrada apostilla de tantas discusiones: “Aquí, nos conocemos todos”.

Sin duda, hay una base objetiva que justificaría la unión de vascos y navarros en una única comunidad, como la hay también para la asociación con Rioja o Aragón, pero para eso haría falta que el nacionalismo vasco se transformara profundamente y se despojara de toda contaminación coercitiva y asimilacionista. Debería revisar y desautorizar expresamente las propuestas de reeuskaldunización obligada y de arrinconamiento del castellano y el francés, debería aceptar que estas últimas son también lenguas propias, patrimonio de los vascos.

La buena noticia la aporta el profesor Jorge Urdanoz, doctor en Filosofía y profesor en la Escuela de Arte de Pamplona donde da clases a chicos de 16 años. “El otro día les pregunté a mis alumnos por ETA y la mitad de ellos no tenían ni idea, no sabían a qué me refería. Si lo piensas…, está claro: ellos tenían 11 años cuando la organización terrorista perpetró su último atentado”.

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