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Un largo ‘coitus interruptus’

Los partidos españoles solo esgrimen las primarias en caso de conflictos internos, sin incorporarlas plenamente a su cultura

Mitin en Sevilla con los canditados de las primarias socialistas, Joaquín Almunia y José Borrell, en 1998.
Mitin en Sevilla con los canditados de las primarias socialistas, Joaquín Almunia y José Borrell, en 1998.Pablo Juliá

Las primarias tienen poco éxito en España, a pesar de que los nuevos partidos políticos y algunos de los tradicionales aparentan la búsqueda de novedades con las que convencer a los electores de su voluntad de regenerar la democracia. La tan cacareada fórmula no llega a estrenarse o, cuando se utiliza, queda rodeada de precauciones reglamentistas. Por el momento solo se esgrime en caso de conflictos internos, sin incorporarla plenamente a la cultura partidista porque, en realidad, choca profundamente con ella.

En Estados Unidos los partidos son débiles y los candidatos tienen que montar campañas personales, financiadas con recursos privados y enfocadas a decidir el ganador en un contexto muy presidencialista. Todo eso tiene poco que ver con unos partidos fuertes, disciplinados y centralizados, financiados esencialmente con recursos públicos y sometidos a controles laxos para mejor garantizar el predominio de sus dirigentes, como los que existen en España.

Por si fuera poco, una audacia del PSOE de 1998 desacreditó las primarias cuando empezaban a aplicarse. El intento de dirimir la candidatura a la presidencia del Gobierno entre el secretario general, en aquella época Joaquín Almunia, y el aspirante a La Moncloa, Josep Borrell, derivó en una bicefalia. Salvo la excepción del PNV, nunca han funcionado las bicefalias en los principales partidos españoles. Los socialistas perdieron las elecciones de 2000 frente al PP y, tras recuperar el poder en 2004, volvieron a plantearse unas primarias cuando estaban a punto de perder otra vez el poder en 2011. Renunciaron a montar primarias para suceder a José Luis Rodríguez Zapatero, lo cual tampoco les salvó de la derrota ante el PP.

Entre las formaciones con fuertes opciones de voto, solo Podemos se encuentra en pleno proceso de primarias

El poso de la desconfianza ha reaparecido con el coitus interruptus de las primarias socialistas para las próximas elecciones generales, que tampoco se han llevado a cabo, oficialmente debido a la ausencia de rivales para Pedro Sánchez. No menos notable ha sido la ausencia de primarias para decidir el candidato de Ciudadanos a La Moncloa, oficialmente por la misma razón: es que no se presenta nadie contra Albert Rivera. Se ha perdido así la oportunidad de visualizar el funcionamiento de la fórmula en partidos que parecen defenderla.

Entre las formaciones con fuertes opciones de voto, solo Podemos se encuentra en pleno proceso de primarias. Pero lo hace con las suficientes cortapisas reglamentarias como para que los disidentes internos hayan denunciado algo así como la voluntad de montar un paseo militar para Pablo Iglesias. No obstante, y aunque solo sea teóricamente, la experiencia tiene interés, porque el concepto de las primarias organizadas por Podemos es el más correcto. Se trata de votaciones abiertas a los ciudadanos y no circunscritas a militantes de una fuerza política —si bien muy condicionadas, entre otras cosas, por el corto plazo concedido a la inscripción en el censo de participantes—. Se ve ahí la desconfianza del equipo dirigente hacia las infiltraciones externas y las disidencias internas.

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A menudo se abusa del término “primarias”. No es lo mismo limitarlas a los correligionarios de cada partido que abrirlas a la participación de otros ciudadanos. Encerrarlas entre las paredes de un partido ya sería un avance en el caso del PP, en el que la implantación de la fórmula “un militante, un voto” representaría una novedad. Es el paso que ya dio el PSOE el año pasado, cuando Pedro Sánchez se legitimó en la competencia con otros dos candidatos por la secretaría general del PSOE, en una elección abierta a la militancia y no solo a los delegados reunidos en congreso, como ocurría anteriormente.

Las verdaderas primarias se convierten en rampa de lanzamiento de un candidato hacia la sociedad

Pero las verdaderas primarias consisten en saltar los límites del partido y convertirlas en rampa de lanzamiento de un candidato hacia la sociedad, de la que depende la victoria o la derrota. Basta con mirar un ejemplo europeo: Francia. Cerca de tres millones de personas votaron en las primarias socialistas de 2011, legitimando así a François Hollande para disputarle la presidencia de la República a Nicolas Sarkozy, que resultó derrotado por aquel en las elecciones de 2012. La derecha criticó entonces la fórmula de las primarias. Ahora, Sarkozy quiere montarlas para fortalecerse frente a Hollande, mientras que este, desde su posición de jefe de Estado, ya no tiene tan claro que el Partido Socialista deba organizarlas de nuevo.

La fidelidad a las organizaciones tradicionales de partidos fuertes (“de masas”, se decía en terminología del siglo pasado) se ha debilitado tanto que el restablecimiento de lazos más claros con los simpatizantes parece el único medio de reconstruir la confianza en las fuerzas políticas. Para lograr ese objetivo no bastan las proclamaciones retóricas: las primarias pueden ser el medio necesario para conseguirlo. A condición de creérselas, naturalmente.

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