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Columna
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Plácido

En la reunión entre Sánchez e Iglesias se supone cierta tensión para ver quién tira más bajo

Manuel Jabois

La reunión entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se celebró en territorio neutral: una buena sede habría sido la casa de Zapatero aun a costa de los recelos de Sánchez. Estuvieron los dos solos y pidieron platos muy frugales y una ensalada para compartir. Hubo un esfuerzo natural de ambos en parecer tan austeros que casi desemboca en codazos para irse a la cocina al acabar de cenar. Iglesias pidió de segundo un pescado y Sánchez, tras descubrir Podemos sus cartas, reclamó una tortilla francesa. Se supone cierta tensión para ver quién tiraba más bajo. Como Iglesias ha exigido para su apoyo que los alcaldes se bajen el sueldo, Sánchez se ofreció a hacer la tortilla él mismo, algo que obligó al jefe de Podemos a regalar los zapatos al primero que pasó, que resultó ser un magnate ruso. Con el sobrante de pelo en la nuca Sánchez se había hecho un chicho minúsculo, con lo cual Iglesias, harto, le preguntó si venía a pactar o a torear.

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La política de gestos, ya de por sí descontrolada, tiene en época de berrea su mayor auge. En Aragón, Zaragoza En Común y la Chunta decidieron reunirse sentados en los bancos de un parque y grabar el encuentro por streaming. Se les ve al sol comentando sus programas, hablando de lo que sería mejor para la ciudadanía, de lo interesante que es la vida moderna. Parecía que en cualquier momento uno sufriría un ataque de transparencia y acabaría sacando una radiografía de sus pulmones para que la gente supiese “con cuántos voy a entrar y con cuántos voy a salir”. Los curiosos, entre los que había algún toxicómano asiduo de los bancos, se empezaron a dispersar.

Fernández-Vara, resignado, tuvo que hacer algo parecido en Extremadura, si bien en un salón de té. Hay políticos que están a favor de la austeridad y la transparencia, pero se les está poniendo a prueba, como al marqués que pasa por el aro de los vaqueros pero se le fuerza a llevarlos pitillo. Al final en este tipo de reuniones todo el mundo mira de reojo a la cámara y habla con esdrújulas. Me recuerdan a aquel vecino de Portonovo al que le explotó una bombona en casa y explicaba el suceso a sus amigos con lenguaje muy llanito, “la hostia puta”, y cuando le acerqué la grabadora se abrochó la camisa y dijo: “Estando yo a las 18 horas miccionando en el servicio…”.

Las reuniones secretas, de las que se acaban contando las espinas del pescado, tienen más enjundia política. En la cena de Sánchez e Iglesias, por ejemplo, acordaron que lo que tenían que hablar lo hablasen otros. Además de la exhibición de sencillez las confidencias a la prensa giraron sobre baloncesto: pase lo que pase en las generales el presidente seguirá saliendo de las cumbres con el Marca bajo el brazo.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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