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Contra la banalización del riesgo

La solidaridad se resquebraja a medida que crece el número de los deportistas de riesgo. Antes de aventurarse, conviene saber que el Estado no cubre los rescates en el extranjero

Milagros Pérez Oliva
Operación de rescate del espeleólogo español Cecilio López Tercero en la cueva Inti Machay, en el Perú amazónico, en septiembre de 2014.
Operación de rescate del espeleólogo español Cecilio López Tercero en la cueva Inti Machay, en el Perú amazónico, en septiembre de 2014. Alessandro Currarino (El Comercio/AP)

La desgracia del cañón del Wandras, en el Atlas marroquí, en la que murieron dos de los tres españoles que ascendían por el río sin que los equipos de rescate organizados desde España pudieran actuar hasta seis días después de comunicada la alerta, ha dejado amargos interrogantes en el aire y algunos equívocos — comenzando por la caracterización de la expedición— algunos de los cuales pueden inducir además falsas expectativas. Sobre la expedición, ni eran espeleólogos —solo uno de ellos tenía la licencia—, ni estaban practicando espeleología. Estaban haciendo barranquismo, una actividad para la que estaban sobradamente preparados, pero en un lugar muy difícil y en condiciones climáticas que requerían un material y una intendencia en caso de accidente de las que carecieron. Pese a todas las precauciones, los imponderables existen.

¿Podría haberse evitado la muerte de al menos uno de los expedicionarios? Probablemente sí, pero esta cuestión está pendiente de la investigación judicial abierta en Marruecos. En todo caso, sobrecoge pensar que mientras uno de los dos montañeros luchaba por sobrevivir en el fondo del barranco, los 16 miembros de un grupo de socorro desplazado hasta Marruecos por la Federación Andaluza de Espeleología no fueron autorizados a intervenir. El Ministerio de Asuntos Exteriores fletó finalmente un avión con un equipo de élite de la Guardia Civil, que fue quien finalmente culminó el rescate. ¿Es este el comportamiento habitual? ¿Hasta dónde ha de llegar la respuesta del Estado en los riesgos que libremente asumen quienes practican este tipo de actividades? ¿Pueden los miles de españoles que practican montañismo y deportes de aventura en el extranjero esperar que el Estado les rescate fuera del país? La respuesta es no. No deben esperarlo. Fuentes del Ministerio de Interior reconocen que en la decisión de fletar el avión intervinieron dos factores clave: la buena relación con Marruecos y el hecho de que dos de los miembros fueran policías nacionales. Exteriores evita hablar del precedente que supone y remite a su página web. En el apartado  Instrucciones antes de viajar se especifican las precauciones que deben tomarse en cada zona y se advierte de que, de acuerdo con la Ley de Servicio Exterior, quienes viajen tendrán que atenerse a las normas y medios de rescate de cada país. También se advierte de que, si no se han seguido esas recomendaciones, se podrá pasar la minuta de los gastos ocasionados por el posible rescate.

Cuando se practican deportes de riesgo, lo aconsejable es estar federado, lo que incluye un seguro variable según la zona en que se vayan a practicar. Y en caso de expediciones de algo riesgo es recomendable, según Francesc Estorach, de la Federación Española de Deportes de Montaña, suscribir una prima adicional acorde con la dificultad de un previsible rescate. Hay que tener en cuenta que en algunas zonas del Himalaya, movilizar el único helicóptero disponible exige poner sobre la mesa 60.000 euros y solo activar la llave de contacto cuesta 7.000. Y que un rescate sin excesivas complicaciones en las Rocosas de Canadá o Estados Unidos, donde los servicios son privados, puede llegar a costar más de 100.000 euros.

En todo caso, en los países con menos recursos no hay que esperar que los equipos de rescate hagan por un extranjero más de lo que harían por un nacional. Hay que entender que las limitaciones del país forman parte de los imponderables que hay que tener en cuenta, igual que la climatología o la mala suerte. Cuando no hay seguro o este no es suficiente para cubrir los costes, las federaciones tratan de organizar igualmente el rescate, pero con los medios del país o los que pueden movilizar por solidaridad. Es el caso del espeleólogo Cecilio López, que quedó atrapado en septiembre en la cueva Inti Machay, en Perú, gravemente herido, a 400 metros de profundidad. En su rescate participaron 57 personas desplazadas al lugar por el club de Madrid al que pertenecía, y pese a que la compañía de seguros abonó el importe de la póliza, esta cubría solo una ínfima parte de los costes (24.000 euros), por lo que tuvo que organizar un crowdfunding para reunir 150.000 euros. Y eso que en este caso Perú no cobró los medios aportados.

Casi siempre es la ley no escrita de la montaña la que mueve voluntades. Como en el rescate fallido de Óscar Pérez en 2009 en el Karakórum. La expedición enviada por el Club Peña Guara, dirigida por Sebastián Álvaro, tuvo que desistir: no llegaban a tiempo de encontrarle vivo y seguir hubiera puesto en peligro a varios de los 18 montañeros movilizados.

Afortunadamente, casi siempre salen voluntarios dispuestos a participar, incluso sufragando gastos. En contrapartida, esperan que alguien haga por ellos lo mismo si se encuentran en similar tesitura.

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El teniente coronel Alberto Ayora Hirsch tiene una larga experiencia en rescates complicados. En 1996 participó en el de un montañero que había quedado atrapado en el Karakórum y que resultó fallido. Pero 10 años más tarde participó en otro en el mismo lugar en el que lograron salvar a un compañero a 7.800 metros de altura. Ayora ha escrito dos libros sobre gestión de riesgo y trabaja en un protocolo general de seguridad. Está convencido de que la posibilidad de sobrevivir depende de dos factores: de la adopción de patrones previos de reconocimiento, que incluyen estrategias de planificación y prevención, y de la capacidad y velocidad de la respuesta. La mayoría de las veces, las expediciones funcionan como grupos de amigos que se juntan para un objetivo, cuando en su opinión lo apropiado sería actuar como un equipo con unos mandos y unos protocolos claramente establecidos. Ayora considera muy importante que antes de salir se hayan asegurado las condiciones de un autorrescate y tener previsto cómo movilizar un rescate organizado si existe esa posibilidad.

Pero el espíritu de responsabilidad y solidaridad que solía regir entre los montañeros se está resquebrajando conforme más gente se va sumando a los deportes de riesgo, a veces por puro aventurerismo. Se observa incluso una cierta tendencia a la banalización del riesgo en la confianza de que si van mal dadas, el helicóptero aparecerá en 10 minutos. Algunos programas de televisión basados en la aventura contribuyen a esa banalización, haciendo aparecer como fácilmente asequibles actividades que requieren entrenamiento y preparación. La última encuesta sobre hábitos deportivos realizada por el Consejo Superior de Deportes indica que cada vez se practican más actividades de riesgo sin estar federado, lo que dificulta la transmisión de la cultura de la responsabilidad. A ello hay que sumar una cultura paradójica respecto del riesgo, marcada por una gran tolerancia con los peligros libremente asumidos y los errores imputables a uno mismo, y una gran intolerancia con los riesgos y fallos atribuibles a otros. Hay quien puede subir un pico en condiciones climáticas adversas o simplemente sin el calzado adecuado y, cuando se rompe el pie o cae por un barranco, considera intolerable que no le rescaten inmediatamente. Prescindiendo incluso de que en algunos de estos rescates, alguien puede estar poniendo su propia vida en peligro.

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