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OBITUARIOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El corresponsal de fondo

Walter Haubrich fue un gran corresponsal que hizo que la lucha de España por la libertad fuera más conocida en el mundo

Juan Cruz
Haubrich durante la inaguración de un curso en la UAM.
Haubrich durante la inaguración de un curso en la UAM.Ricardo Gutiérrez

La última vez que vi a Walter Haubrich (Westerwald, Alemania, 1935 - Madrid, 6 de abril 2015), en su restaurante de todos los mediodías, en la parte alta de la ciudad, ya llevaba bajo el brazo menos periódicos, ya saludaba sentado, ya era un hombre de otro mundo; el periodismo había sido su alimento, la curiosidad era el instrumento con el que aprendió a entender este país hasta su entraña. Hasta el último momento mantuvo la curiosidad que alimentó su periodismo y su manera de vivir, aunque en los días había atenuado esa relación con la realidad que le venía de los periódicos y de las ondas. Fue un gran corresponsal, un corresponsal de fondo, que hizo que la lucha de este país por la libertad fuera más conocida en el mundo.

La curiosidad le acompañó siempre. Un gran amigo suyo, al darme este lunes la noticia de que había muerto Walter Haubrich, me explicó eso: que casi en el último suspiro de una vida dedicada a la información le confesó que la curiosidad empezaba a abandonarlo. La enfermedad agostó su vida plena de periodista poseído por una curiosidad tan invencible como la serenidad de su espíritu. Su paciencia y su capacidad para entender qué pasaba, en los tiempos en que fue un joven corresponsal, hasta estos últimos instantes fueron un faro en el que nos vimos otros periodistas a lo largo del tiempo.

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Está en la estela de los grandes corresponsales que ha habido en Europa y en este país. Con Harry Debelius, el que fue corresponsal del Times de Londres en las postrimerías del franquismo, y de José Antonio Novais, que, en situaciones complicadísimas, ejerció la misma función para el diario Le Monde, sin duda ha sido Haubrich el enviado de un diario extranjero que de manera más delicada y comprensiva se ha dedicado a este país en el muy largo tiempo de transición democrática española.

Como el buen periodista que fue, aplicó su curiosidad y su tacto hasta los niveles exactos de un profesional; no utilizó nunca ni las amistades ni los conocimientos para adelantar, magnificar o minimizar acontecimientos u opiniones, así que nunca cayó en la tentación de confundir sus deseos con las realidades a que ese país se sometió en estos años. Fue un periodista a carta cabal, un lector respetuoso de los periódicos, un informador incansable que solo al final de su vida entregó la curiosidad como testimonio del cansancio al que a veces el cuerpo somete al espíritu.

Esta larga etapa de corresponsal, que él prolongó más allá de su propia dedicación profesional como representante del Frankfurter Allgemeine Zeitung, lo convirtió en realidad, también, en un ciudadano español, culto, delicado, ocupado más del diálogo que de la diatriba, equipado para ser siempre un periodista, afanado, además, por ser espectador y partícipe de la cultura de este país.

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Su español se hizo en Santiago de Compostela y en Valladolid, donde ejerció como profesor, después de haber ampliado estudios de Filología en Madrid. Había estudiado en Fráncfort, en Salamanca y en la Complutense; su acento siempre fue el alemán, pero su alma, como se dijo en el homenaje que le tributaron políticos e intelectuales españoles en el Instituto Goethe de Madrid en 2010, era doble, alemana y española, sus dos pasiones culturales, sus dos modos de ver la vida. Él trabajó, como Novais, por la comprensión exterior del drama antidemocrático español, y el bagaje de ese trabajo profesional le acompañó luego en la larga tarea de contar la transición a la democracia.

La trascendencia su trabajo abrumó por su rigor, y por tanto fue un instrumento de gran valor para explicar en el mundo, desde el Frankfurter, la realidad del proceso español a la democracia desde las ruinas del franquismo; pero él nunca se sintió de otra manera que un periodista contando la realidad tal como él mismo enseñó a contarla a los discípulos que tuvo cerca en París o en numerosos países latinoamericanos y en las mesas de los restaurantes donde hablaba, con paciencia y tenacidad hasta el final de sus días, incluso cuando su curiosidad ya parecía para él un alimento de otro tiempo y de otro mundo.

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