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“ETA debe a la sociedad la entrega de su arsenal y su autodisolución”

Uriarte es el representante de la Iglesia vasca más comprometido con el final del terrorismo

Luis R. Aizpeolea
Juan María Uriarte en su casa de Bilbao el 11 de marzo.
Juan María Uriarte en su casa de Bilbao el 11 de marzo. gorka lejarcegi

Juan María Uriarte (Fruniz, Bizkaia, 1933), teólogo y psicólogo, es el representante de la Iglesia vasca más comprometido con el final del terrorismo. Obispo auxiliar de Bilbao de 1976 a 1991, con Monseñor Añoveros, el prelado al que el presidente Arias Navarro quiso expulsar de España, al final del franquismo, por una homilía; Obispo de Zamora, entre 1991 y 2000, en cuya etapa participó como intermediario entre el Gobierno de Aznar y ETA; de 2000 a 2010 fue Obispo de San Sebastián, dónde participó en los prolegómenos del proceso de diálogo entre el Gobierno Zapatero y la banda. Antes, en los años ochenta fue impulsor del movimiento contra la violencia Gesto por la Paz. Desde su residencia bilbaina mantiene una vida intelectual muy activa y sigue de cerca los acontecimientos relacionados con el final de ETA.

Pregunta. La consolidación del final de ETA está estancada. Sigue sin entregar las armas; los presos no avanzan en la reinserción individual y el Gobierno de Rajoy no los acerca a cárceles del País Vasco. ¿Quien debe dar el primer paso?

Respuesta. ETA debe a la sociedad la entrega de sus arsenales y su autodisolución como grupo armado sin contrapartidas ni dilaciones. Y las instituciones y grupos de la sociedad, incluido el Gobierno, deben favorecer estos pasos que son necesarios para la paz plena y la reconciliación.

P. ¿Ve posible un desarme de ETA sin participación del Estado, dada la renuncia del Gobierno?

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R. Lo veo viable, aunque no ideal porque ETA ha planteado su combate como un desafío al Estado. Por tanto, lo natural es que el desarme se realice ante el Estado. Conocemos las resistencias del Estado a aceptar este planteamiento. Pero estas resistencias deben estimular a buscar otros caminos. La sociedad vasca, su Gobierno e instancias internacionales solventes están dispuestas a acoger y verificar. Sería una buena noticia para la paz que ETA los aceptara como tales.

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P. ¿Ve posible algún avance en este terreno en este año electoral?

R. Los años cargados de elecciones no suelen ser propicios para avanzar en la concordia. Los partidos tienden a marcar la diferencia. Mis expectativas de avance en este año son escasas.

P. El posible cambio de Gobierno en España, con una previsible pérdida de la mayoría que tiene el PP ¿puede abrir nuevas expectativas?

R. Parece que la izquierda abertzale cifra sus esperanzas en obtener de un hipotético cambio de Gobierno, tras las elecciones, unas condiciones mejores de diálogo y reciprocidad. Pero esta hipótesis es todavía aleatoria y no podemos confiar con certeza en ella.

P. ¿Cree que el Gobierno debe hablar con ETA para cerrar el ciclo? ¿En qué condiciones?

R. Alguna forma de contacto, siquiera indirecta, con un grupo que ha renunciado a la violencia no implicaría, en principio, ninguna indignidad ni debilidad con tal de que el Gobierno se mantenga en su sitio y exija a ETA que esté en el suyo y no en una situación simétrica, de poder a poder. Ni de pretendida legitimidad.

P. Este Gobierno se opone a cualquier movimiento en política penitenciaria ¿Existe el riesgo de que esta situación se pudra y tenga consecuencias en el País Vasco?

R. Si la situación se demorara mucho, existe el riesgo de que ETA en vez de entregar sus armas y autodisolverse en un acto público, se fuera diluyendo paulatinamente. Esto no sería bueno. La herida se cerraría sin el suficiente drenaje previo. Esta ETA no va a volver. Pero si en su mundo actual y en su entorno quedara resentimiento y humillación no es del todo improbable que a la larga se dieran brotes violentos, al menos esporádicos.

P. ¿Que margen de actuación tiene la ley con los presos, tras el cese definitivo de ETA?

R. Los presos deberían ayudar más de lo que hacen para que se aplicara determinadas medidas con la petición individualizada de sus beneficios penitenciarios. Pero la política penitenciaria, pensada para años duros, requiere una renovación. Esto tendría su repercusión en el tratamiento de los presos y en las resoluciones judiciales con lo que se superaría esta situación de bloqueo.

P. La mayoría de los partidos vascos piden la libertad de Otegi. ¿Usted qué opina?

R. Creo que su gran influencia en el mundo abertzale ayudaría a avanzar en el proceso de reconciliación.

P. ¿Ve posible una reconciliación en la sociedad vasca?

R. Yo albergo una neta esperanza humana y cristiana de que alcancemos un nivel de reconciliación aceptable porque la plena reconciliación es un don para la vida eterna. Pero no debemos conformarnos con una coexistencia no violenta en la que no existiera verdadera comunicación en los grupos sociales ni ejercicio del perdón ni un acuerdo sobre el patrimonio de valores que en aras del bien común todos hemos de respetar, promover y defender.

P. Toda una corriente de opinión defiende que la paz deber ser con vencedores y vencidos.

R. No hay duda acerca de quien ha vencido en la confrontación armada. Eso está claro. Otra cosa es exhibir este hecho con reiteración. No favorece los pasos ulteriores hacia la paz. Vincere ma non sopravincere. Es una sensata sentencia italiana.

P. ¿Como puede compaginarse el respeto a las víctimas del terrorismo con la generosidad en el cumplimiento de la ley? Si la ley es generosa con los presos puede ofender a las víctimas. ¿Es posible el equilibrio?

Los años cargados de elecciones no suelen ser propicios para avanzar en la concordia

R. Primero, cumpliendo con todas las víctimas nuestros deberes de memoria, de reparación y de sanación. Además, ateniéndose los jueces a lo prescrito en el artículo tres del Código Civil que establece que las normas se interpretarán según la realidad del tiempo en que han de ser aplicadas. A los tiempos de plomo, despiadados e injustos, ha sucedido el tiempo del cese definitivo de la violencia. Hay un cambio cualitativo. Por tanto, a los jueces corresponde aplicar estas normas con mayor flexibilidad y adaptación. Además, haría falta impregnar la verdad y la justicia, que son elementos imprescindibles para una paz humana, del espíritu reconciliador, que les ayude a deponer la tentación de una búsqueda obsesiva de la verdad, como decía Wolf, y de la aplicación de la justicia pura y dura que, según el propio Derecho Romano, deja de ser justa.

P. ¿Cual debe ser el papel de las victimas?

R. Las victimas tienen toda la legitimidad para reclamar que se aclare toda la verdad, que se aplique la justicia, que se reconozca el mal que se les ha causado, que se les repare y que la memoria de los suyos perviva. Pero no es su papel dictar y condicionar en exceso la política penitenciaria del Gobierno ni las resoluciones judiciales.

P. ¿A que atribuye la tardía respuesta de las sociedad vasca al terrorismo de ETA? El propio Gobierno vasco ha hecho autocrítica en el 15 aniversario del asesinato de Fernando Buesa.

R. No se justifica a la luz de la ética. Como todos los fenómenos humanos tiene su caldo de cultivo. El resentimiento y la humillación, sentidos por un amplio sector de la población durante la Guerra Civil, le predispuso, primero, a una mirada benévola, después a una preocupación no suficientemente activa. Esta actitud se produjo no sólo en el nacionalismo. Ni en el Pacto de Ajuria Enea ni en el de Madrid hay una sola palabra sobre las víctimas. Tampoco la prensa le dedicaba especial atención. La sociedad vasca tuvo un despertar activo tras el asesinato de Gregorio Ordoñez.

P. A la propia Iglesia vasca se le ha acusado de equidistante. ¿Comparte esta crítica?

R. Un estudio critico sobre aspectos del comportamiento de la Iglesia reconoce que en nuestra sociedad, la Iglesia fue la primera en condenar los asesinatos de forma ininterrumpida. Pero también es verdad que durante una época pusimos más énfasis en elaborar una ética de la paz que en cultivar una sensibilidad con las víctimas. Con todo, quien mantenga la tesis de la equiparación de la lucha de ETA y contra ETA le invito a que consulte las hemerotecas y nuestras cartas pastorales. No hay comparación posible entre la contundencia y la frecuencia de nuestra reprobación a ETA y las reservas criticas a ciertas violaciones graves de los derechos humanos por algunas instancias vinculadas, en mayor o menor grado, al Estado. Estas reservas criticas fueron interpretadas como equidistancia. Fue un error interpretativo que ha tenido fortuna, que diría R. Allers.

P. ¿Tiene también el Estado que reconocer violaciones de derechos humanos?

R. Todos los que por acción u omisión no hemos sido fieles a todas las exigencias de la justicia, la paz y la reconciliación debemos reconocerlo. El Estado daría buen ejemplo si en el momento, contexto y manera que le pareciera oportuno reconociera los abusos cometidos bajo su cobertura.

P. Usted se sentó con representantes del Gobierno de Aznar y ETA en Suiza en mayo de 1999. ¿Quien se lo pidió?

R. La iniciativa la tomó ETA, aconsejada por la izquierda abertzale. El Gobierno de Aznar aceptó sin demora la propuesta de que fuera intermediario. No fui mediador. Un mediador lleva la iniciativa y hace propuestas a las partes. Un intermediario se limita a preparar los contactos, a rebajar con su presencia los grados de desconfianza recíproca y a desatascar si es necesario el diálogo cuando se encasquilla. Este último fue mi papel, mejor o peor realizado, con todas las autorizaciones precisas.

El Estado daría buen ejemplo si en el momento oportuno reconociera los abusos cometidos bajo su cobertura

P. Aznar suele decir que envió a sus representantes a ese encuentro para decir a ETA que abandonara las armas y como ETA se negó, se volvieron y cortaron el diálogo. ¿Fue así?

R. Sus representantes no se limitaron a esos términos y fue ETA quien cortó los contactos, a pesar de que los representantes del Gobierno querían mantenerlos. Como casi siempre sucede, la versión oficial no coincide del todo con la real.

P. Se llegó a decir que los representantes del Gobierno le pidieron confesión antes de la entrevista.

R. A mi no me consta. Otra cosa es que observara temblor tanto en unos como en otros. En esa situación de temblor, era a mí a quien correspondía generar serenidad y relativa seguridad de que aquello no iba a acabar en una tragedia. Me tocó jugar un papel tranquilizador. No lo olvidaré nunca.

P. ¿Es cierto que no se dieron la mano?

R. Fue muy sobrio su encuentro. Y, sobre todo, no era solo signo de una postura neta y claramente enfrentada. El temor nos cohíbe a todos e impide expresiones exteriores. Todos los relatos que he leído sobre ese encuentro son sesgados. .

P. A su juicio ¿Qué efecto está teniendo el papado de Francisco en la Iglesia?

R. Es lo mejor que nos ha pasado tras el Vaticano II. Con sus palabras y gestos ha dado un inmenso crédito a sectores distantes de la Iglesia y de la fe. Ha purificado el Banco Vaticano. Está empeñado en hacer de la Curia romana un servicio subordinado al Papa y al conjunto de los obispos del mundo. Ha mostrado gran empatia hacia los pobres y actitudes recias ante quienes los oprimen. Trabaja con eficacia por la paz en el mundo. Sus palabras son entendidas. Su estilo de vida es muy sobrio. La inmensa mayoría de la Iglesia está con él, aunque existen algunas resistencias y temores. Su carta encíclica es todo un programa para toda la Iglesia.

P. ¿Qué consecuencias tiene para la Iglesia vasca que Ricardo Blázquez sea presidente de la Conferencia Episcopal?

R. Sus quince años en Bilbao le han dado un conocimiento objetivo de la sociedad vasca, alejado de mitificaciones y demonizaciones. Con su moderación y equilibrio puede ayudar a situarnos bien en el momento eclesial y social en que nos encontramos y a responder proactivamente ante él. La Iglesia no puede permanecer indiferente ante lo que sucede en la sociedad. Se negaría a si misma. Debe hablar desde criterios evangélicos. Pero tiene que participar. Lo decía el Vaticano II. Los goces y las esperanzas; los temores y las desgracias de la humanidad son también goces y esperanzas y temores de la Iglesia. Esto hay que materializarlo en un comportamiento sostenido y no reducirse a citarlo como una preciosa frase en el frontispicio de nuestras declaraciones.

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