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El país más envejecido del mundo

España es el país con más población mayor de 60 años. ¿Está preparado para afrontar el reto?

La madre de Clara Rubio de Estrada murió a los 103 años. Por eso esta mujer de baja estatura, pelo rizado y teñido de rubio, gafas y arrugas finas, nacida en Albacete, piensa que dejará a una edad similar a sus siete hijos, 24 nietos y 22 bisnietos. “Porque la línea de la longevidad viene de la madre”, dice con firmeza. Doña Clara tiene 90 años, las secuelas de una tuberculosis infantil anquilosadas en un pulmón, la sonrisa fácil, los recuerdos muy nítidos y un gusto desmedido por vivir. Una tarde fría, entre sorbo y sorbo de té, lamenta, sin embargo, que hoy en España los mayores sean vistos como un problema. “Cuando yo era niña se les trataba con mucho respeto. Para nosotros eran primordiales. Y no había gente que abandonara a sus padres o trataran mal a un viejo en la calle o cualquier otro sitio. ¡Hoy te enteras de cada cosa!”, arguye en el salón de su casa, ubicada en un barrio de clase media de Madrid, bajo una luz amarilla y a un costado del retrato de su madre.

“El envejecimiento es, sin duda alguna, el principal reto social de este país para las próximas décadas. Pero es verdad que, de momento, la mala situación de la economía y el desempleo lo están opacando”, dice David Reher

Doña Clara se levanta casi todos los días a las 10 de la mañana (“es que me acuesto tarde porque leo algún libro o veo la tele”). Después de desayunar sale a dar un paseo (“a veces prefiero quedarme, porque este Madrid es de subida y cansa”). Pasa buena parte del día cuidando a algún bisnieto (“como las madres trabajan, casi siempre me los traen”). Dice que por eso no suele convivir demasiado con gente de su edad (“con tanto hijo, tanto nieto y tanto bisnieto… ¿a qué hora? Además, de todos los amigos que tenía, la única que queda soy yo. ¡Se han muero todos!”). En verano se va con su familia a las playas de Valencia y entonces, dice, rejuvenece al instante (“no me fatigo ni me duele nada”).

Estudió hasta cuarto de primaria porque fue entonces cuando la “pilló” la Guerra Civil y la vida le cambió (“fue horroroso: bombas, muertos, hambre… Y luego, con la casa y los hijos, no pude seguir estudiando. Pero sí leyendo, y mucho”). Cuenta que, por fortuna, sus hijos no le han dado “grandes problemas.” Es viuda desde 2007. Pasó tres años cuidando a su marido, a quien, a los tres meses de haberse jubilado (“trabajaba en el Ayuntamiento”) sufrió un ictus. Poco después de morir él, ella comenzó a sentirse cada vez más agotada. Un día, los médicos decidieron extirparle un riñón. Luego empezó dolerle un pulmón. No puede hacer grandes esfuerzos, pero dice con una sonrisa que ya lleva un buen tiempo sintiéndose “estupenda.” Se mantiene “tranquila” con su pensión de viuda y, como está segura de que le quedan varios años de vida, doña Clara sabe que gente como ella, con sus características y su estilo de vida, representa un cambio en el presente y el futuro la estructura social española, en la que sus miembros son cada vez más longevos.

Cuando el pasado mes de noviembre el Fondo de Población de Naciones Unidas dio a conocer su informe “Estado de la Población Mundial 2014”, España apareció (junto a Japón y Eslovenia) como el país con la población más envejecida del mundo. Los avances médicos y el sistema de bienestar han alargado la esperanza de vida (en la actualidad, en España se sitúa en 82 años), pero ¿lo que a nivel individual es un progreso, a nivel colectivo es un problema? “El envejecimiento es, sin duda alguna, el principal reto social de este país para las próximas décadas. Pero es verdad que, de momento, la mala situación de la economía y el desempleo lo están opacando”, dice David Reher, catedrático de sociología de la Universidad Complutense de Madrid. “Lo importante es ver todo esto como un reto y no como un problema. Porque últimamente se dice: es que hay muchos viejos, gastan mucho, no producen… ¿Entonces qué? Si son un problema, ¿la solución es matarlos?”, ironiza José Antonio Serra, jefe del servicio de Geriatría del Hospital Gregorio Marañón de Madrid.

Hace casi un año, Reher y Serra fundaron el Centro de Estudios del Envejecimiento, una entidad “todavía virtual”, aclaran, que pretende convertirse en un think-tank en donde “una serie de personas de áreas distintas: de la sociología, de la política, de la economía, de la medicina, aborden el envejecimiento como un fenómeno que afecta a la sociedad de una manera muy transversal”, puntualiza Serra —el estetoscopio en el cuello, la bata blanca impoluta— en su despacho del hospital. “No podemos hacer esfuerzos aisladamente. Porque pensamos que la sociedad civil debe tener un papel más relevante a la hora de plantear esta situación y la solución. Y para eso le hace falta tener información”, agrega.

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No hace mucho, este médico de 54 años, al que muchos de sus pacientes llaman “Tín”, tecleó en Google “envejecimiento problema” y el buscador arrojó miles de páginas para consultar. Cuando puso “envejecimiento solución”, en cambio, los resultados fueron más escasos. “La humanidad ha conseguido un gran logro: vivir más y mejor y… ¡ahora parece que eso es un problema! Es imprescindible hacer algo. ¡Imprescindible!”, sentencia. El sociólogo David Reher, también presente en la charla, explica que “el envejecimiento afecta a la sociedad en su conjunto y la vida de cada persona. Pero la sociedad española no se entera de la importancia del tema. Porque salvo que uno tenga una madre que se muera, como la mía, de demencia senil, entonces se piensa en el envejecimiento. Porque te afecta directamente. Pero en general, no. La única forma sensata de gestionar esto es con una participación activa y, muchas veces, crítica.”

Cada año, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) elabora un “Perfil de las personas mayores en España.” En su edición de 2014 dice que, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en España hay más de ocho millones de personas mayores de 65 años (casi el 18% del total de la población) y se estima que, en 2051, el 15,% de los españoles será mayor de 65 años. Castilla y León, Galicia, Asturias y Aragón son las comunidades autónomas más envejecidas. Pero para los especialistas el reto no sólo es demográfico. También es social. Así que su radiografía de los ancianos va más allá: los mayores suponen el 41,9% de todas las altas hospitalarias y presentan estancias más largas que el resto de la población. La principal causa de su muerte está relacionada con enfermedades del aparato circulatorio. El cáncer es la segunda causa y la tercera son las enfermedades respiratorias. Aunque no ofrecen cifras exactas, ven con preocupación el aumento en los últimos lustros de la mortalidad por enfermedades mentales y nerviosas (demencias y Alzheimer).

Dice el CSIC, además, que en el Sistema General de la Seguridad Social hay un total de 9,1 millones de pensionistas. La pensión media asciende a 861 euros mensuales. Desde hace unos cuatro años, de acuerdo con los datos de la Organización de la Federación de Pensionistas y Jubilados de Comisiones Obreras (CCOO), los pensionistas actúan como “amortiguadores sociales” de la crisis económica y mantienen con sus prestaciones al 20% de los hogares del país. Pero para la Unión Democrática de Pensionistas de España estos cálculos son conservadores, pues según sus datos, “en los últimos dos años ha habido un aumento de personas mayores de 65 años que ayudan económicamente a sus hijos. Hoy son el 40%. En 2010 eran sólo el 15%.”

Josefa Peña tiene 78 años y dice que ya se siente “vieja.” Nació en Málaga pero desde hace medio siglo vive en Barcelona en un piso alquilado por el que en la actualidad paga 250 euros al mes. “Con el paso del tiempo lo he ido arreglando, pero ahora el dueño murió y su hijo me quiere echar a la calle. He tenido que buscar un abogado, de oficio porque no tengo para pagar, y ya tengo un juico puesto”, cuenta. Todas las mañanas, doña Josefa sale a por el pan y vuelve a casa para limpiar, cocinar y hacer ganchillo. “Esa es mi vida. Pero tengo muy buen ánimo, lo tengo estupendo”, agrega. Es que encara su situación con optimismo. Cobra una pensión de 600 euros y con esa cantidad tiene que sostener su casa y un hijo en paro quien, hasta hace tres años, trabajaba en la construcción (“era oficial de primera”). “Va a todos los sitios y viene reventado de andar buscando faena, pero no encuentra nada”, dice la madre del señor de 50 años, soltero, que siempre ha vivido con ella. “Cuando él trabajaba tenía una ayuda. La criatura me daba y yo lo pasaba mejor. Pero ahora…”

La señora Josefa cuidaba ancianos en una residencia. Se retiró hace casi 30 años porque el dolor que sentía en los huesos comenzó a ser cada vez más fuerte. Le operaron las dos rodillas. También la matriz. Luego los ojos. “Caí mala, lo pasé muy mal y tuve que jubilarme.” Dice al otro lado del teléfono que su esposo está más enfermo que ella: “no se levanta”. Lo tiene en Málaga, con un familiar. “Ya está muy mayor. Estaba en lo de la construcción, mi hijo aprendió el oficio de él. Como cotizó muy poco en la Seguridad Social, pues ahora le dan una pensión de sólo 400 euros.”

Pilar Millán es responsable del Observatorio de Vulnerabilidad Social de la Cruz Roja en Cataluña e indica que “muchos mayores han visto reducida su capacidad de ahorro, sus visitas a los médicos y han tenido que cambiar sus hábitos de convivencia al acoger a algún familiar en su casa. O han puesto en venta o en alquiler su piso y se han ido a vivir a casa de algún familiar.” María Cinta es una de las personas que ahora busca quién le compre su casa en la que ha vivido durante cuatro décadas. Vive en Roses (Girona), en un barrio de trabajadores (“quien no va a pescar va a la obra o a alguna oficina”). Tiene 70 años, cinco hijos y la tutela de un nieto (“por un tema familiar que no quisiera tocar”), desde hace cuatro años recibe una “pensión de viuda” de 715 euros al mes y cuando 2012 estaba a punto de terminar decidió poner en venta su piso para ayudar económicamente a sus hijos.

Doña María agradece no tener que ir a varios médicos, como hacen algunas de sus amigas o vecinas. “Nomás tomo una pastilla. Porque antes, cuando me acostaba, cogía una ansiedad muy fuerte. Pero me han recetado unas pastillas chiquitas que no me hacen dormir, pero me dejan tranquila.” Ella quisiera ayudar, por unas horas, en la cafetería que tiene su hija. Pero teme causarle problemas porque no vaya a ser que llegue un inspector y la multe por tener una “empleada sin contrato.” Así que mejor reza para que alguien, pronto, le compre la casa. “En medio de esta situación en la que está España tengo que arrimar el hombro. A mí lo que me preocupa es el futuro de mis hijos, de mis nietos. Yo ya estoy mayor.”

El año pasado, el demógrafo estadounidense James Vaupel dictó una conferencia en Madrid titulada “¿Seremos inmortales?”. Vaupel es uno de los expertos en envejecimiento más reputados del mundo y no dudó en afirmar: “un niño que nacido en España en 2014 tendrá muchas posibilidades, quizás un 50%, de llegar a cumplir los 106 años.” Hizo especial énfasis en que la longevidad va más allá de su especialidad. Tiene que ver con el sistema productivo, la sanidad, los servicios sociales y las políticas gubernamentales. En un país cuyo índice de natalidad lleva cinco años disminuyendo, ¿podrá soportar el coste de las pensiones y los cuidados sociosanitarios? “No puede ser que hoy haya un trabajador por pensionista. Eso es insostenible. Además, hoy estamos trabajando con un sistema sanitario diseñado hace 60 años, cuando el 5% de la población era mayor. Ahora tenemos casi un 20% de ancianos”, alerta el doctor José Antonio Serra.

En el país más envejecido del mundo, mientras tanto, los mayores también son objeto de negocios y las industrias farmacéuticas, de servicios sociales, alimentación y turismo han comenzado a centrar sus esfuerzos en desarrollar un mercado en torno a ellos. Ya hay algunas urbanizaciones (sin la disciplina de las Residencias) creadas en función de sus necesidades (y en pro de su comodidad) por empresas como Ballesol, SARquavitae, Caser o Sanyres. Pero sus precios superan los 1.000 euros al mes y, de momento, son pocos los que pueden acceder a un departamento de este tipo. Incluso hay compañías extranjeras, como la holandesa Habidrome, que ofrecen “viviendas de alto standing” para mayores extranjeros que, atraídos por el clima y el estilo de vida, eligen España para vivir después de su jubilación (ingleses, alemanes y holandés, principalmente).

Debido a ello, dice el profesor David Reher, “hay que pensar en la situación financiera de las personas mayores. Educarlos para que sepan manejar lo poco o mucho que les dan de pensión. Hay que hacer cursos de educación financiera para mujeres mayores, por ejemplo. Porque durante años eran sus maridos los que manejaban el dinero y, al morir ellos, no saben bien qué hacer.” Y hay más aspectos a tomar en cuenta, subraya el doctor Serra: “los urbanísticos, entre otros, pues hoy hay muchos viejos por la calle a los que no les da tiempo de cruzar un paso un de cebra porque el semáforo no dura lo suficiente. Actualmente se construyen muchos edificios sin tomar en cuenta quiénes serán sus habitantes. ¿Y si alguien no puede subir las escaleras? ¿Y si los ascensores son muy pequeños y no cabe alguien silla de ruedas o no tiene una barra para sujetarse? La vejez es un reto más global de lo que parece.”

Apartada de las estadísticas, doña Clara Rubio de Estrada dice en el salón de su casa, entre sorbo y sorbo de té, que desde la muerte de su marido es más consciente de que “el envejecimiento es un proceso natural, individual e inevitable, pero que también implica a toda la familia y, ya que estamos, a toda la sociedad. Hay mucha gente como yo, sin duda. Gente que permaneceremos aquí más años. Esperemos que dignamente.” Y en su despacho del Hospital Gregorio Marañón, José Antonio Serra no deja de pensar en soluciones para afrontar el reto: “habrá que estimular la natalidad. Habrá que estimular la inmigración. Habrá que alargar la edad de jubilación... Lo que no podemos hacer es evadir la realidad y mucho menos hacer a un lado a esta generación que ha forjado la España que tenemos ahora. Porque la calidad de un país se mide por cómo trata a sus mayores.”

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