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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otra política

Lo nuevo y lo distinto cotizan al alza en estos momentos de fatiga de los partidos tradicionales

Fernando Vallespín

La política tiene poco de poesía o filosofía. Sin embargo, dos de sus más cualificados representantes se han prestado a liderar sendas candidaturas de la Comunidad de Madrid para las próximas elecciones autonómicas. Lo de menos es cuál sea la especialidad a la que se dediquen; lo importante es que contribuyen a enriquecer considerablemente la oferta política. Al debilitarse la calidad de la marca, como es el caso de IU y PSOE, la personalización del candidato por su trayectoria de excelencia en otro ámbito se traslada de inmediato al capital del partido por el que concurren.

La personalización del candidato por su trayectoria de excelencia en otro ámbito se traslada de inmediato al capital del partido

Primero, porque lo nuevo y lo distinto cotizan al alza en estos momentos de fatiga de los partidos tradicionales, tan presionados ahora por la fulgurante entrada de los nuevos competidores. Y, en segundo lugar, porque emite una señal de que el compromiso con determinados valores, una de las características de Gabilondo y García Montero, puede compatibilizarse con las viejas estructuras partidistas. Y eso es un buen signo para la añeja política convencional, tan pendiente siempre de las rutinas de los aparatos y tan afectada por el descrédito generalizado.

Pequeñas señales en esta dirección pueden tener, pues, grandes efectos electorales. Lo malo es que también se pueden quedar en eso, en meros gestos, en algo aislado, limitado a algunas candidaturas y a determinados partidos. No es fácil encontrar personas de ese nivel dispuestas a bregarse en la política cotidiana; todos sabemos la ausencia de incentivos que tiene la política en nuestro país. Los partidos tradicionales tampoco parecen demasiado propensos a ceder el paso sin más a quienes no son parte de la organización. Esa es su diferencia con los nuevos. El lastre del pasado les abruma con una pesada losa que no saben cómo quitarse de encima. Pero ahí reside precisamente el mensaje que transmite el abrirse a otros perfiles de liderazgo, a personas que simbolizan otra forma de hacer política, libres del discurso de siempre y que anteponen su visión del interés general a lo sectario.

Los partidos tradicionales tampoco parecen demasiado propensos a ceder el paso sin más a quienes no son parte de la organización

De generalizarse esta práctica, si los partidos empezaran a incorporar a sus listas a personas de la sociedad civil, el resultado —salvadas todas las distancias— podría ser un equivalente funcional a tener listas abiertas. Los ciudadanos podrían verse representados por algo más que las férreas estructuras de los partidos, asistirían a otro tipo de campaña, con un lenguaje novedoso y menos crispado, con más ideas y otro estilo. (No veo yo a Gabilondo y a García Montero sometiéndose sin más a los dictados de los expertos en comunicación política).

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Lo gracioso de todo esto es que a los nuevos partidos les pasa justo lo contrario. La desconfianza que generan obedece a su falta de una organización solvente y a su necesidad de improvisar las candidaturas con personas no suficientemente experimentadas y forjadas en la política real. Es la dialéctica entre apertura y clausura relativa de los partidos. Si se abren en exceso pierden su identidad y su capacidad organizativa, pero si se cierran sobre sí mismos sacrifican frescura y proximidad a la sociedad. ¿Quién dijo que esto de la política era una cosa fácil?

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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