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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El avalista

Jordi Pujol no ha sido impulsor del independentismo, pero sí su principal avalista

El mismo lunes en que Jordi Pujol comparecía por segunda vez ante la comisión de investigación sobre su caso le preguntaron a Oriol Junqueras, de ERC, si ese asunto podría afectar al proceso soberanista. “No lo creo porque Pujol no ha sido nunca un referente para el independentismo”, respondió.

No ha sido Pujol impulsor del viraje pero sí su principal avalista: el legitimador a ojos de los independentistas sobrevenidos —la mayoría de los que hoy proclaman serlo— del salto. Precisamente porque nunca lo había hecho, su adhesión a la independencia tuvo gran impacto y poder de arrastre. En una entrevista publicada en 2013 en El Periódico con motivo de la presentación de un libro que recoge sus artículos de prensa desde 1947, el periodista le dice: “Pero usted no era independentista”. Y él responde: “No; has de llegar muy al final del libro para encontrar un artículo en el que diga que no hay motivos para no serlo”.

Precisamente porque nunca lo había hecho, su adhesión a la independencia tuvo gran impacto y poder de arrastre

Lo mismo ocurre en sus Memorias. Hay que alcanzar la página 273 del tercer tomo para escucharle decir, evocando una conferencia suya de marzo de 2011: “Nunca he propugnado el independentismo, pero cuando ahora se me acercan personas que optan por esa vía debo reconocer que no encuentro argumentos para llevarles la contraria”. Antes sí los encontraba: en el libro de conversaciones entre Felipe González y Miquel Roca publicado por Lluis Bassets en 2011, el segundo dice que Pujol no se planteaba la independencia porque sabía que para hacerlo “se necesitan mayores consensos, mayorías más amplias”.

Lo más llamativo del giro de Pujol padre (imitando al Pujol hijo metido a político) es la extremosidad, ajena a su estilo, de los argumentos que invoca: “Después de tanto querer que nos entendieran, no preví que nos esperarían en la esquina, que no dejarían que nada se salvara, que tratarían de hundirnos”. A Jordi Évole le dijo en su programa, a propósito de la sentencia sobre el Estatut, que “existen presiones para que Cataluña desaparezca”. No es fácil entender ese cambio y ese tono.

Lo más llamativo del giro de Pujol padre es la extremosidad, ajena a su estilo, de los argumentos que invoca
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Felipe González dijo no haber pensado nunca que Pujol fuera un corrupto, insinuando que su confesión buscaba proteger a sus hijos. Incluso si se despejaran las incógnitas pendientes sobre el origen de la fortuna familiar, haberla mantenido durante 34 años oculta al fisco e incluso a su hermana y su cuñado tiene que haber sido una carga (o un cargo de conciencia) considerable para alguien reconocido como padre de la patria. La vergüenza ante la posibilidad de tener que responder de delitos de fraude, blanqueo y tráfico de influencias tuvo que ser una tortura para alguien que a su edad, más de 80 años, tenía como interés máximo el de preservar su legado.

Frente a esa tortura, la independencia podía ser vista como una salida. Siempre que la desconexión con España incluyera cortar con la justicia española y el sobreseimiento de los sumarios abiertos por motivos que los afectados consideran políticos.

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