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La religión por otros medios

Última entrega de la serie en la que el escritor y periodista analiza el fenómeno Podemos

Pablo Iglesias, en junio de 2014.
Pablo Iglesias, en junio de 2014.Bernardo Pérez

No hay ideologías, no hay programas, no hay ni siquiera, como declaró Pablo Iglesias en Vall d’Hebron, promesas. ¿Entonces qué hay? Hay una narrativa. Hay una historia digerible, un mensaje breve —tuiteable— y un llamamiento a las emociones. ¿Qué quiere Podemos? Lo ha dicho Pablo Iglesias más de una vez: “De lo que se trata es de ganar”. O como declaró en una entrevista reciente: “La obligación de un revolucionario siempre, siempre, siempre es ganar... y para ganar tienes que trabajar con los ingredientes que tienes”.

O, por decirlo de otra manera, con los ingredientes que se ha visto que funcionan: el llamamiento a una cruzada moral; la calculada confusión ideológica; la deliberada ambigüedad en cuanto al programa económico.

Para que Podemos siga escalando en las encuestas los militantes no deben desviarse del guión. Hasta ahora se ha mantenido la disciplina. Prácticamente todo lo que han dicho —en las redes sociales, en las tertulias televisivas, en los discursos, en las entrevistas con los reporteros— se subordina a una astuta estrategia dirigida desde arriba, nutrida por el contacto directo con la ciudadanía a través de Internet, cuyo objetivo es conquistar votos. Lo cual no significa que sean robots o que no sean sinceros. Lo que les motiva en el fondo, desde Miguel Ardanuy en la torre de control digital de Plaza de España hasta Maby Cabrera en Vallecas, es la ilusión de poder crear una sociedad más honesta, más justa, menos desigual. Y dice mucho de ellos y de España que no apelan al miedo sino a la esperanza.

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Podemos es la expresión de un fenómeno generalizado en Europa occidental. Ha ocupado el vacío creado por el descrédito, acelerado por la crisis económica, en el que han caído los partidos políticos tradicionales. En las antiguas democracias de Francia y de Gran Bretaña, en Suecia, en Finlandia, incluso en Alemania, el vacío lo están llenando partidos de extrema derecha, antiinmigración, poco disimuladamente racistas. España es diferente. Ni Podemos ni ningún otro partido político español buscan chivos expiatorios entre los musulmanes, los africanos, los sudamericanos, los polacos o los rumanos. Los impulsos del partido que ha irrumpido como un huracán en el terreno político español no son mezquinos.

La suerte de Podemos ha sido tener como rival a alguien del calibre de Mariano Rajoy, el jefe de Gobierno más gris de la democracia española. Lo cual no significa que el carisma sea el punto fuerte de Pablo Iglesias. Es un hábil tertuliano pero no es un gran orador. Quedó claro durante el discurso de Vall d’Hebron que no es ningún Martin Luther King, o Felipe González. Su lenguaje corporal lo delató. Durante la mayor parte de los 20 minutos que duró su discurso tenía las dos manos puestas en las caderas, como un cowboy desafiante pero inseguro. El desafortunado cuento de los ratones tampoco indica que posee el oído o el sentido del humor necesarios para poder conectar visceralmente con las grandes masas. Pero Iglesias piensa rápido, maneja datos y da la cara. Sus carencias se diluyen frente a las del evasivo Rajoy y las de la bovina clase política española, en general.

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Muchos, sin embargo, se debatirán entre la tentación de emitir un voto de castigo contra el desacreditado establishment y el temor a las posibles consecuencias de votar a favor de Podemos. Iglesias despertará dudas a la hora de colocar el papelito en las urnas. El fantasma de Hugo Chávez —el cuestionable juicio que demostró Iglesias al identificarse tan efusivamente con él— le perseguirá hasta las elecciones generales de noviembre. Habrá también gente que se preguntará cómo actuaría Iglesias en respuesta a un atentado yihadista en las calles de Madrid, o en la mesa de la OTAN con Obama, Merkel y Cameron para estudiar posibles medidas contra el régimen de Vladímir Putin. ¿Estaría a la altura? Quizá no, pero otra vez surge la pregunta: ¿lo está Rajoy?

Las carencias de Iglesias se diluyen frente a las del evasivo Rajoy y las de la bovina clase política española

Sería un error, sin embargo, para aquellos que pretenden derrotar a Podemos apuntar las balas a la figura de su líder. La fuerza de Podemos no reside en él, reside en el repudio al statu quo y al anhelo de cambio de la ciudadanía. Iglesias tiene razón en el fondo cuando dice que Podemos no es él. Podemos es, como él mismo acertó al decir en su discurso de Vall d’Hebron, “miles de personas, decenas de miles que quieren cambiar”. Hay diferentes opiniones sobre cómo se debería cambiar la economía pero donde hay consenso, y por eso es aquí donde Podemos centra su mensaje, es en el deseo de cambiar la forma de hacer política en España.

Se les acusa de querer engañar al pueblo, de tener una agenda oculta. Es innegable que la energía de Podemos proviene de la izquierda, pero si de una cosa parecen ser conscientes es de los límites de lo posible. Cuando dicen que representan una nueva idea de política transversal quizá lo que están haciendo, en vez de engañar, es reconocer la realidad de que el mundo es como es, de que no hay recetas simples para lograr más crecimiento y menos paro, y pretender imponer desde un Gobierno moderno la antigua utopía marxista leninista sencillamente no es factible. Serán jóvenes los principales impulsores del partido, pero han digerido la lección de José Mujica en cuanto a lo reducidos que son los márgenes de maniobra en un mundo globalizado. Tienen el candor y la madurez suficientes para entender lo aplicable que es a la situación económica de España el viejo chiste: “¿Cómo hacer que Dios se ría? Cuéntale tus planes”.

El mensaje de Podemos contiene permanentes alusiones cristianas. Lo que venden, en el fondo, es el mensaje de Cristo

Hablando de Dios, el mensaje de Podemos contiene permanentes alusiones cristianas. Lo que venden, en el fondo, es el mensaje de Cristo, el de aquel Cristo indignado que cuando llegó al templo denunció a los mercaderes y, en las palabras del evangelio, “echó fuera a todos los que compraban y vendían en el templo, y volcó las mesas de los cambistas… Y les dijo: ‘Escrito está: mi casa será llamada casa de oración pero vosotros la estáis haciendo cueva de ladrones”.

Incluso el método de Podemos es de inspiración cristiana. El taquillero concepto “ni izquierdas ni derechas” representa la evolución contemporánea de la fórmula ganadora, “Me hice todo para todos”, patentada hace dos mil años por el primer gran propagandista cristiano, San Pablo, en una de sus cartas a los corintios.

En la era posideológica y posreligiosa en la que vivimos, los ecos de aquellos textos aún resuenan en las mentes de los habitantes de un país de larga tradición católica como España. En los evangelios, a los malvados los llamaban fariseos, en la narrativa de Podemos los llaman casta. Es un mensaje que apela más a los sentimientos que al raciocinio, a nociones atávicas de la lucha del bien contra el mal. Abundarán motivos para el escepticismo respecto a la posibilidad de que Podemos sea capaz de mejorar las condiciones de vida de los españoles. Habrá, incluso, miedo al caos que podrían llegar a ser capaces de sembrar. Pero los dirigentes lo saben y por eso seguirán invirtiendo su energía retórica en el proyecto de higiene moral que tantos desean. Seguirán a la caza de idealistas y soñadores, de hombres y mujeres de fe que se arriesguen a incorporarse a su cruzada popular contra la malvada casta; apelarán menos a las mentes que a los corazones, donde los mensajes políticos calan más hondo y, si los profesores logran que el combate político se dispute no en el terreno intelectual, sino en el emocional, sus adversarios lo tendrán difícil para ganarles la contienda.

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