_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Plebiscitos

Nos enfrentamos ante lo que podríamos llamar el 18 Brumario de Artur Mas

Enrique Gil Calvo

En una intervención reciente, el flamante ministro de Justicia cayó en flagrante reductio ad Hitlerum al comparar la disyuntiva entre legalidad y legitimidad que plantea el president Mas con el debate entre Kelsen, el filósofo del estado de derecho, y Schmitt, el jurista del nazismo. Aquello fue un error, pues aunque la razón le asistiera en teoría, sin embargo con ello acabó perdiéndola, según predice la célebre ley de Godwin que reza: "Una discusión caduca cuando uno de los participantes menciona a Hitler o a los nazis".

Ahora bien, ese mismo error hitleriano lo cometen casi todos los comentaristas que critican la apelación a las masas o a la soberanía popular formulada tanto desde hace tiempo por los soberanistas catalanes como más recientemente por los ideólogos de Podemos, a los que antes o después se termina por descalificar con alguna forma de argumentum ad nazium. De modo que para no perder la razón cuando más convendría preservarla conviene recurrir a otra fórmula retórica más sólida y resistente. En este sentido, aquí propongo abandonar la reductio ad Hitlerum para remontarse a sus orígenes remotos: el 18 Brumario de Luis Bonaparte, futuro Napoleón III, que fue el inventor original 85 años antes que Hitler de la democracia plebiscitaria.

En 1848 se convocaron en Francia por primera vez en la historia elecciones por sufragio universal masculino, que ganó por mayoría absoluta Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón I. Pero tres años después, el flamante presidente dio un autogolpe de Estado para transformar la Segunda República en el III Imperio, convocando un plebiscito que le invistió como emperador por sufragio universal. Así se instauró una forma de autocracia, legitimada a golpe de referendos por la soberanía popular, sobre cuyo precedente genealógico se fundó la forma de presidencialismo autoritario a la que hoy conocemos como cesarismo (Weber), bonapartismo (Gramsci), democracia delegativa (O'Donnell) o democracia plebiscitaria, como la define David Held en su manual Modelos de democracia (Alianza, 1992, pp. 175-199).

La democracia plebiscitaria pasa por ser la cultura política tradicional de las democracias latinas, y de ahí procede tanto el modelo Berlusconi como el populismo presidencial latinoamericano teorizado por Laclau que hoy inspira al emergente Podemos. Pero también se inspira en ese modelo el presidencialismo bonapartista por el que parece apostar Artur Mas, cuando se dispone a convocar unas elecciones plebiscitarias vocacionalmente destinadas a refrendar una supraparti-daria Llista del President que, de obtener mayoría absoluta, le permitiría dar un autogolpe para proclamar la República Catalana. Nos enfrentamos pues ante lo que bien podríamos llamar, parafraseando a Marx, el 18 Brumario de Artur Mas. Y al hilo de este símil cabe recordar la célebre frase que el propio Marx escribió en esa obra canónica: "La historia siempre se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa". Artur Mas será la caricatura de Bonaparte.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_