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Columna
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Endogamia y/o nepotismo

“Lo primero y principal, es hacerse el tribunal”, decía Miguel Artola

Antonio Elorza

El asunto de la beca de Málaga ha hecho regresar a primer plano el debate sobre la endogamia en nuestras universidades. Es una consecuencia positiva, siempre que no se confundan los términos. Endogamia, nepotismo, clientelismo ideológico, pueden ser considerados como tres círculos secantes, pero sus centros no coinciden, siendo por ello útil establecer algunas distinciones.

La endogamia contempla el reclutamiento preferente, y a veces casi exclusivo, de quienes ingresan en un cuerpo a partir de aquellos que ya forman parte del mismo. No es la Universidad donde el fenómeno es más acusado. La palma se la lleva aquí la carrera diplomática, donde la reiteración de determinados apellidos recuerda, por lo menos formalmente, a una competición de caballos pura sangre en el hipódromo. No parece tampoco que los resultados sean brillantes, más allá de la fijación de un estilo, como no son brillantes para la Universidad. Y menos ahora, con recursos escasos, en cuyo caso se acentúan las actitudes defensivas, orientadas ante todo a garantizar la propia supervivencia.

A la vista de los ensayos que se han sucedido, la única vía de reforma abierta pasa por la actuación de amplias comisiones —integradas o no en una institución propia, nunca privada—, en el marco de las cuales, con plena responsabilidad personal de quien evalúa, únicamente intervenga la capacidad docente e investigadora previamente demostrada por juez y concursante. Para juzgar, por sorteo, sin designación, y sin un anonimato que como se ha podido ver en la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA), es cauce para el funcionamiento secreto, y por tanto impune, de influencias desde los centros de poder constituidos (ministro, facultad, colegas). Lo esencial es colocarse en las antípodas de la fórmula de siempre que recordaba Miguel Artola: “Lo primero y principal, es hacerse el tribunal”. Ese mal uso que puede prevalecer con cinco vocales, con siete, tras la habilitación en la comisión de Universidad, o en el curso de la misma, por muchos baremos y cláusulas formales, tantas veces acordados a la medida del pre-elegido, y que repintan de objetividad al fraude.

La formación posgrado en el extranjero resulta fundamental, pero también aquí con la cláusula de cautela de distanciamiento y número para la designación de viajeros. De otro modo, como en la ínsula de nuestros pecados, los elegidos del Señor se encaraman en la meritocracia, pudiendo luego exhibir avales del tipo: “X, joven muy brillante, que me llegó por recomendación de mi amigo…”. Son esas escaleras, la del clientelismo ideológico, con la vecina del nepotismo, las que resulta preciso derribar, tanto en la Universidad como en otros ámbitos culturales (en estos con protagonismo dual, y primacía PP). ¿Cómo? Objetivando los procedimientos de selección. No se hará.

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