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Rajoy, obligado a una nueva política sobre Cataluña y la corrupción

El Gobierno quiere hablar otra vez de economía y piensa en la campaña de 2015

Carlos E. Cué

Mariano Rajoy tenía un plan, pero no ha salido bien. A estas alturas del año, el Gobierno quería estar ya rematando los datos de un nuevo ambiente económico para enfilar el arranque de 2015 con la bajada de impuestos, que los ciudadanos notarán ya en su nómina de enero, y así colocarse en posición óptima para el año electoral clave, con los comicios locales y autonómicos en mayo. Pero todo ha ido mal. La valoración del Gobierno y de su presidente es la peor de la legislatura, el PP se hunde en las encuestas y la recuperación económica no está ni mucho menos en primer plano. ¿Qué ha pasado?

El Gobierno tiene claro que la corrupción, en especial, pero también su gestión de la crisis catalana, han hundido los planes. Así que Mariano Rajoy y su equipo afrontan una semana clave en la que pretenden dar un giro radical a su estrategia con la intención de resolver o al menos aplacar estos dos asuntos y tratar de que la economía vuelva al primer plano.

El Gobierno ya está preparando una catarata de datos el tercer aniversario de la investidura, el 19 de diciembre. Para entonces aún habrá más paro que el que se encontró cuando llegó, pero La Moncloa buscará otros datos, como el crecimiento económico, la prima de riesgo, o la creación de empleo.

Una semana clave

La próxima semana se prevé clave para el futuro de las relaciones entre el Gobierno y Cataluña.

Martes 25. Artur Mas revela sus planes tras la consulta alternativa. La gran duda es si convocará o no elecciones anticipadas. El mismo día, Mariano Rajoy comparece en el Senado y, previsiblemente, contestará al presidente catalán.

Jueves 27. El presidente del Gobierno tiene previsto pronunciar en el Congreso un discurso sobre corrupción en el que, según fuentes de La Moncloa, anunciará medidas novedosas contra la corrupción y de transparencia.

Sábado 29. Rajoy viaja a Cataluña para participar en un acto de partido en el que lanzará una oferta a los catalanes y el mensaje de que el Gobierno sigue trabajando en la comunidad.

El presidente, que ha minimizado siempre el efecto electoral que podía tener la corrupción —llegó a hablar de “unas pocas cosas”— ha entendido ahora que el deterioro de la marca PP y de su propia imagen es enorme —el 86,6% de los españoles confían “poco o nada” en él— y ha fijado para este jueves 27 el día de su gran discurso sobre corrupción en el Congreso. En principio, Rajoy solo tenía previsto defender allí las dos leyes que llevan meses en la Cámara, una sobre altos cargos y otra sobre el régimen financiero de los partidos, que vetará las donaciones de empresas y obligará a comparecer a los tesoreros. Sin embargo, fuentes del Ejecutivo aseguran que en La Moncloa se está preparando un gran discurso con medidas novedosas sobre corrupción y transparencia, probablemente algunas de las que el PP ha venido rechazando en los últimos años. Rajoy dijo que iba a “tomar la iniciativa” y en La Moncloa aseguran que habrá sorpresas en sus anuncios.

En la misma semana, el sábado 29, Rajoy protagonizará otro giro sobre el otro gran asunto: Cataluña. También aquí, el presidente confió en que el paso del tiempo reduciría la presión. Pero ahora ha admitido públicamente su error. “Tendré que explicar mejor que hasta ahora mis razones”, dijo en Brisbane (Australia).

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Alicia Sánchez Camacho, líder del PP catalán, expuso el miércoles con gran crudeza ante la cúpula de su partido un informe de la situación para convencer a Rajoy de la necesidad de ese giro y de lanzar una oferta a los catalanes.

En el Gobierno y el PP se insiste en que el independentismo no es mayoritario en Cataluña pero está asumido que está ganando el debate. Y la decisión de Rajoy de buscar siempre un perfil bajo y tardar tres días en comparecer tras el 9-N está internamente asumida como un error.

El presidente ha decidido acudir a Barcelona el sábado para cambiar su discurso y lanzar una oferta a los catalanes y un proyecto atractivo, como le reclaman muchos en el PP, especialmente en el catalán. Aún así el presidente ha decidido hacerlo en un acto de partido, siempre con menor impacto que uno de Gobierno.

Rajoy no aceptará nunca negociar un referéndum definitivo pero sí tiene mucha presión para ofrecer algo, en la línea de los 23 puntos que le planteó Artur Mas en La Moncloa, que pueda servir para cambiar la imagen del PP en Cataluña y conectar con los millones de catalanes que no están de acuerdo con el independentismo pero buscan un cambio en el status quo.

Rajoy pensó en ir este fin de semana, pero ha decidido esperar a ver qué movimiento hace Artur Mas el martes, si finalmente como muchos creen en La Moncloa convoca elecciones anticipadas o decide agotar la legislatura. El discurso de Rajoy obviamente no será el mismo en uno u otro caso, pero el presidente sí tiene decidido ir a Cataluña a recuperar presencia del Gobierno y dar la batalla contra el independentismo.

En el informe de Sánchez Camacho se dejó claro, según fuentes del PP, que Rajoy tiene que moverse para conquistar a la “mayoría silenciosa” que no fue a las urnas el 9-N pero espera una respuesta. Se admite con autocrítica que el Gobierno y el PP dijeron que no habría urnas y las ha habido, por lo que hay que dar una explicación. Sánchez Camacho defiende eso sí, como Rajoy, que se actuó con sensatez porque una imagen de policía retirando urnas habría sido letal. La salida en la que trabajan tanto el PP catalán como La Moncloa es sencilla: intentar salir del monotema de la consulta y convencer a los catalanes de que solo el Gobierno de Rajoy está pensando en sus necesidades mientras Mas sigue con el proceso. Por eso Rajoy prepara ya una larga lista de cosas —sueldos de funcionarios, farmacias, y hasta el “rescate” del Teatro del Liceo— que funcionan en Cataluña porque el Gobierno ha decidido acudir al rescate.

El presidente recibe en sus viajes el respaldo que le falta en España

Mariano Rajoy se subió el jueves a un avión camino de Brisbane (Australia) en las peores condiciones políticas posibles: las críticas externas y sobre todo internas en el PP a su gestión de la corrupción y de Cataluña eran crecientes, Artur Mas le había ganado la partida el 9-N, la fiscalía mostraba su división interna, la sucesión de escándalos ha hundido su imagen en este otoño y la gran convención del PP en Cáceres para intentar recuperar impulso quedó totalmente oscurecida por el escándalo de los viajes de José Antonio Monago. Y sin embargo nada más aterrizar, tras casi 24 horas de trayecto, Rajoy se encontró en una balsa. Cada vez con más frecuencia, y ha sido muy evidente en el G-20 en Brisbane, Rajoy recibe en sus viajes el respaldo político que le falta en España.

Nada más aterrizar cenó en el mismo sitio que David Cameron y ya vio que las cosas en Australia iban a ser diferentes que en Madrid. Al día siguiente, el primer ministro australiano, Tony Abbott, le invitó a ser el primer orador del G-20 para que explicara sus “impresionantes reformas”. “España ha sufrido mucho pero ha hecho un gran trabajo”, dijo. Rajoy y España se han convertido en la “historia de éxito” que necesitaban tanto la Comisión Europea como la canciller alemana, Angela Merkel, criticadas en todo el mundo por su apuesta por la austeridad. El crecimiento de la economía española, aún débil, es superior al de otros socios díscolos y gobernados por la izquierda como Italia y Francia.

Rajoy ha cumplido lo que le han pedido, especialmente con la reforma laboral, que ha forzado la bajada de salarios, la de las pensiones y los recortes en sanidad y educación. Ha asumido el coste político y eso se valora fuera, explican fuentes del Gobierno. Y ahora, respaldado por Merkel y por la mejoría de datos económicos, Rajoy viaja de manera diferente a la de 2012 o 2013. “Antes Obama se acercaba preocupado, el rescate a España podía hundir su reelección. Ahora todos tratan a Rajoy como un socio fiable”, señalan en el Gobierno. Todos detectan un cambio muy notable desde que Merkel, en el viaje a Santiago de Compostela en septiembre, dejó claro al mundo que Rajoy es su socio natural, frente a sus rivales Matteo Renzi y François Hollande.

Ddespués de tres años de viajes y cumbres, el presidente va desarrollando relaciones personales, aunque siempre con la dificultad común a todos los presidentes españoles de que las reuniones de trabajo son con intérprete porque su inglés no le permite más que conversaciones informales muy breves.

Rajoy ha seguido la estrategia de evitar problemas. Eso sí,sigue evitando un perfil alto en política internacional. En Brisbane se limitó a ironizar sobre el papel “poco activo” de Vladimir Putin, pero sin criticarle abiertamente. Rajoy nunca entra al choque. Se ha hecho amigo de gente en las antípodas ideológicas como Rafael Correa. Evita discutir con los dirigentes bolivarianos. Y ha resuelto los problemas después de la nacionalización de YPF incluso con Cristina Fernández de Kirchner, con quien se habría visto en Australia si no fuera porque una enfermedad le impidió viajar. “No tenemos ningún problema con España, apoyamos su entrada en el Consejo de Seguridad”, señalaba a EL PAÍS en los pasillos de la cumbre el canciller argentino, Héctor Timerman.

Rajoy no quiere problemas pero tampoco protagonismo. Mientras otros grandes líderes como la propia Merkel o el chino Xi Jinping seguían en Australia después del G-20 buscando acuerdos comerciales, Rajoy se marchó rápidamente y ni siquiera buscó escalas antes o después, como es habitual en viajes así.

Rajoy viaja solo lo imprescindible, siempre sin periodistas en el avión y buscando un perfil bajo de socio fiable que no da problemas. Con esa estrategia y su pragmatismo, que le ha llevado incluso a honrar a un dictador como Teodoro Obiang viajando hasta Guinea Ecuatorial o a cambiar la legislación de justicia universal para agradar a China, ha logrado su gran objetivo: volver al Consejo de Seguridad de la ONU. Y poco a poco hacerse un sitio en todas las grandes reuniones internacionales y en las fotos. Para eso cuenta con la ayuda de Jorge Moragas, su jefe de Gabinete, que en Brisbane avisó a Obama de que Rajoy quería saludarle para lograr la buscada foto. El presidente ha convertido así sus viajes en una forma de respiro de la batalla española. Pero cuando vuelve, los problemas siguen ahí.

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