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Columna
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Cataluña oficial y Cataluña real

Tras el recuento, a los independentistas se les heló la sonrisa: son un escaso 30% del censo

Francesc de Carreras

El pasado domingo fue una jornada de júbilo para los independentistas catalanes. Las largas colas matutinas en muchos improvisados colegios electorales —por llamarlos de alguna manera— daban la sensación de una gran afluencia de votantes, previsiblemente partidarios del sí-sí a la confusa doble pregunta formulada, es decir, presuntos votantes a favor de una Cataluña independiente. Además, por las radios y televisiones catalanas, oficiales y privadas, iban desfilando eufóricos partidarios de este sí-sí y habían hecho pública esta opción personajes populares, con Guardiola y Xavi a la cabeza. Todo parecía ir viento en popa.

Pero en ocasiones no coinciden la impresión que suscita a primera vista el gentío en las calles, las afinadas corales en los medios de comunicación o el ejemplo de los famosos con el recuento de votos depositados en las urnas por los ciudadanos con la conciencia individual como único testigo. Y, sobre todo en este caso, lo más significativo ha sido el alto número de abstencionistas que se han comportado así no por descreer de la democracia sino, precisamente, por creer en ella y decidir su incomparecencia para no colaborar en una convocatoria ilegal sin las garantías propias de un Estado de derecho.

Tras el recuento, a los independentistas se les heló la sonrisa. Se supone que todos ellos fueron a votar, ninguno podía faltar en una jornada histórica, una más. También hay que suponer que se les añadieron unos cuantos más, todos aquellos que quieren separarse de España para aprovecharse de la crisis que se originaría y recomponer así sobre nuevas bases toda la estructura constitucional, económica y social. Sin embargo, si damos por buenos los resultados, el balance indica que el número de partidarios de la independencia es un escaso 30% del censo, no llega ni a una tercera parte de la población con derecho a voto. Un fiasco.

Además, si repasamos los resultados del 9-N comprobamos que las diferencias entre las diversas zonas del territorio catalán son muy grandes: una amplia zona costera con un bajo porcentaje independentista, unas áreas industriales donde este porcentaje es irrisorio y una Cataluña interior en la que el independentismo avanza más pero que solo alcanza la mayoría, por muy poco, en ocho comarcas de las 41 existentes.

La Cataluña oficial y la Cataluña real, la vieja idea orteguiana. En este caso, la Cataluña de los sondeos oficiales, de los medios de comunicación y de los intelectuales apesebrados y la Cataluña de la calle, la que apenas tiene voz pero puede tener voto. Los catalanes no son un problema; los nacionalistas que se han apropiado desde hace años de la Generalitat sí lo son. Esto es quizás lo que no se entiende bien desde el resto de España.

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