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Uno de los grandes de la política

El ‘ex número dos’ del PSOE hizo tándem con González y terminó enfrentado a él

Alfonso Guerra, en el Congreso de los Diputados en 2011.
Alfonso Guerra, en el Congreso de los Diputados en 2011.uly martín

La retirada de Alfonso Guerra no es solo la de uno de los personajes más importantes en los primeros decenios de la democracia, sino la de un político capaz de hacer la alquimia entre la fidelidad a ideas firmes de izquierda, una voluntad férrea de controlar el poder a su alcance —léase el PSOE mientras pudo— y un acusado sentido de Estado. La combinación de tantas características no ha sido pacífica a lo largo de su vida pública, lo cual le ha granjeado tanta admiración como adversarios.

Hombre de cultura muy superior a la de casi todos los políticos de su época cenital, durante la Transición fue el coprotagonista de un tándem con Felipe González cuya existencia no resultó condición suficiente para explicar el relevante papel alcanzado por el PSOE, pero sí necesaria.

Guerra contribuyó a la elaboración de la Constitución en un momento decisivo

Además de su empeño en reconstruir un partido que había salido destruido y abstraído del franquismo, Guerra contribuyó a la elaboración de la Constitución en un momento decisivo, cuando la derecha de Manuel Fraga y el centrismo de Adolfo Suárez pretendían una orientación conservadora con la que socialistas y comunistas no estaban dispuestos a transigir. Fernando Abril Martorell, en nombre de Suárez, y el socialista Alfonso Guerra deshicieron el nudo prácticamente de una sentada. Suárez, firme partidario de una Constitución de consenso, apartó a los democristianos que lideraban el proceso constituyente y Abril y Guerra pactaron una solución.

La Constitución marcó el fin del consenso y el comienzo de las luchas partidistas. Esa fase llevó a Guerra a maltratar a Suárez con ácidas palabras. La relación entre ambos se rehízo cuando los dos ya estaban fuera del poder. El ex número dos socialista ha dedicado todo un capítulo de sus memorias a glosar la figura del expresidente y a darle toda la importancia que se merece, en una suerte de reconocimiento del exceso en que incurrió en su día.

Se mantuvo como número dos de la organización socialista frente a la enemistad de otros sectores
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Más complicada ha sido la relación con Felipe González. Asociados para una tarea política común, terminaron enfrentados. Guerra dimitió como vicepresidente del Gobierno en 1991 —tras las acusaciones de corrupción a su hermano Juan, un asunto de menor importancia comparado con escándalos posteriores en la política española—, pero se mantuvo como número dos de la organización socialista varios años más, frente a la enemistad de otros sectores y dirigentes.

Por las venas de Guerra corre sangre jacobina. Permítase esta licencia para explicar las dimensiones de su desconfianza no solo hacia los nacionalismos, sino también hacia los socialistas que comprenden o comparten el nacionalismo. Advertir contra esa situación ha sido compatible con presidir la Comisión Constitucional del Congreso y ser diputado de base. Pero la última batalla ideológica que ha dado ha sido contra los partidarios de Pablo Iglesias (el joven) y los socialistas que se deprimen por los “populismos que están siendo beneficiados por las propias cadenas de televisión, que están incubando el huevo de la serpiente”, según palabras recientes de Guerra. Siempre supo encender a los auditorios con su oratoria y, desde luego, no se le ha olvidado cómo hacerlo a los 74 años.

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