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El caso de las tarjetas de Caja Madrid
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El irritante de las tarjetas

Al público lo que más le molesta es la narutaleza de los gastos

Las tarjetas que Caja Madrid entregaba a sus directivos y consejeros parecían tener garantizada plena opacidad fiscal. Eran recibidas como sobresueldos sin mención de los interesados en sus declaraciones de IRPF ni retención alguna de la empresa. Constituían, cada una en su proporción, un fraude al contribuyente perseguido por esas campañas de “Hacienda somos todos” que se desencadenan cuando llega el momento de tributar. Son una prueba irrebatible de la distancia que media entre las realidades y las percepciones. Porque al público de a pie le ha irritado mucho más conocer la naturaleza de los gastos del menudeo cargados a las tarjetas, que suman en total durante nueve años 15,5 millones de euros dispuestos entre los 86 beneficiarios, que la dádiva de seis millones ingresada a favor de Rato por la banca Lazard en atención al pingüe encargo recibido de sacar a bolsa Bankia.

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Estos días atrás no se hablaba de otra cosa, estaba la centralita bloqueada como gustaba decir Luis María Anson. Todos pugnaban por aportar detalles, que cuanto más escabrosos con mayor escándalo eran recibidos, sobre el destino asignado a esas extracciones facilitadas mediante el uso de las tarjetas. Su opacidad parecía garantizada. Todo se celebraba al amparo invulnerable de las tinieblas, hasta que de repente, según blasonaba el presidente Mariano Rajoy en la sesión de control del Congreso de los Diputados del miércoles 15, el Frob, es decir el Gobierno, ordenó contundente “hágase la luz, y la luz se hizo”, dejando a la vista en paños menores a todos e igualando el nivel de perversidad de cualquiera que figurase en la lista sin atender diferencia alguna. Se procedía al implacable reproche social con la misma impavidez que las tricoteuses asistían a las ejecuciones en la guillotina cuando la revolución francesa.

La polvareda levantada con gran aparato mediático ha servido para facilitar algunas huidas, desdibujar algunos objetivos y recabar algunos méritos inexistentes. Primero, porque lo del FROB, lejos de ser una decisión valerosa, fue una obligación ineludible después de la auditoria llevada a cabo en Bankia, y sobre todo porque lo que hubiera correspondido es que el PP se hubiera personado como acusación del mismo modo que lo ha hecho, reconózcasele, la UPyD de Rosa Díez.

La cuestión reside en la propia existencia de las visas, más que en el uso que de ellas se haya hecho

En todo caso, como venimos advirtiendo, la cuestión reside en la tarjeta en sí más que en el uso que de ella se haya hecho. Y, desde luego, es difícil pensar que la lista de gastos personales de nadie resista su presentación pública. Porque aquí la censura debería detenerse en que siendo los gastos de índole personal y privada se cargaran a la cuenta de una institución de carácter público. Cada uno debe ser libre de seguir a su manera la senda del Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades morales del profesor Jorge Vigil Rubio pero pagándolos por cuenta propia.

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Así que frente al oficio de tinieblas se impone recuperar el espíritu de la Ilustración, al que dedicó un esclarecedor ensayo Tzvetan Todorov editado ahora por Galaxia Gutenberg. Buena ocasión para reparar en que es en Europa donde se acelera y se formula la gran síntesis de pensamiento ilustrado que se extiende después por todos los continentes. Abandonar ese espíritu sería oscurecer Europa. Bien lo sabía Franco cuando el 20 de mayo de 1939, en alocución a los jefes y oficiales participantes en el desfile de la Victoria, les impuso la tarea de “desterrar hasta los últimos vestigios del fatal espíritu de la Enciclopedia”. Veremos.

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