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Nadie vigila la quinta planta del hospital Carlos III

Silencio y puertas cerradas en la zona habilitada para los casos que están en vigilancia

En un descuido del vigilante de seguridad queda franca la puerta del hospital Carlos III, el corazón del ébola estos días en España. Vía libre. La planta sexta está reservada en exclusiva para el virus desde el ingreso en agosto del primer misionero fallecido, Miguel Pajares. Dos plantas más han sido desalojadas en menos de 24 horas para atender posibles contagios, la quinta y la cuarta. En el acceso a la quinta, donde hasta el miércoles había otros enfermos, reina un silencio total. Es el espacio destinado a los casos que están en vigilancia, aunque nadie vigila el recorrido por sus pasillos.

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La planta sexta, donde siguen atendiendo a la auxiliar de enfermería Teresa Romero, es la única de acceso restringido. En la quinta, el ascensor desemboca directamente en las primeras habitaciones de paredes azules, que ayer estaban vacías. Los sanitarios que no han presentado síntomas están en habitaciones individuales, con baño propio, pero tienen absolutamente prohibido salir de ellas, según fuentes sanitarias. Ni siquiera al pasillo. Sus puertas permanecen cerradas: nadie puede entrar (no pueden recibir visitas) y cuando el personal del Carlos III acude para atenderles lo hace provisto de un equipo de protección individual (EPI).

Les toman la temperatura cada tres o cuatro horas. Entre los ingresados en observación está el doctor Juan Manuel Parra, quien mantuvo el contacto más estrecho con la enferma de ébola, ya que la atendió durante 16 horas con una protección inadecuada, como ha revelado él. El médico, que ingresó a petición propia, sigue sin manifestar síntomas, según fuentes de su entorno. Los compañeros que le atienden le han transmitido su cariño desde el interior del traje de protección.

El padre de un trasladado: “No temo a nada. Quiero que mi hijo mejore”

Sanidad decidió vaciar este jueves también la cuarta planta. Los enfermos que estaban ingresados en estas dependencias fueron trasladados a La Paz y al hospital de Cantoblanco. Este piso es para profesionales sanitarios del equipo que atiende a la enferma de ébola y al resto de los aislados, según una portavoz del centro. Se utilizará para que “puedan quedarse en el hospital todo el tiempo” que necesiten, para que trabajen “de forma más cómoda y puedan descansar porque hay mucha tensión acumulada”, tanto por la propia atención a los pacientes como por la presión mediática, según Sanidad.

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Se trasladó a 18 pacientes. A Dionisio le daba ayer igual que cambien a su hijo Domingo, de 42 años, de la cuarta a la tercera. Ya se ha mudado más veces dentro del hospital durante estos tres meses. Y unas cuantas más durante su estancia en los hospitales de La Paz y Ramón y Cajal. En total 15 meses de turnos con su mujer para no dejar solo a su hijo con problemas neurológicos y motores agravados por una bacteria que cogió en un hospital. “Está peor que entró. Yo ya no le temo al ébola ni a nada. Yo lo que quiero es que mi hijo se ponga bien. Nada más”. Con suerte, Domingo ingresará pronto en una clínica especializada en rehabilitación neurológica del norte de Madrid. Hace 24 años, cuando Domingo tenía 18, el matrimonio, que tiene otros dos hijos, se mudó a la capital para ofrecerle mejor atención.

Mi familia está preocupada, no paran de llamar”, dice una trabajadora

Ayer por la tarde apenas quedaban pacientes en la cuarta. El hijo de Dionisio, un anciano que reclamaba ayuda y al que atendían solícitas las enfermeras. El ambiente era el mismo que el de una mudanza, pero con el personal al cuidado de la llegada de las ambulancias. Nada de mascarillas. Ni carteles en las paredes ni indicaciones en el baño. Nada. Quizá no hay temor porque era un hospital de enfermedades infecciosas.

Pero solo hay una conversación en cualquier pasillo: el ébola. “No para de sonar mi teléfono. Todos están preocupados. He tenido que ir a casa de mis padres y mis suegros para que vieran que estoy viva y bien”, decía ayer una trabajadora.

Con información de E. G. de Blas y E. G. Sevillano.

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