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paisajes singulares

Good morning, San Fulgencio

El 77,7% de los vecinos de este municipio de la Vega Baja alicantina son foráneos

Luis Gómez
Ciudadanos ingleses en San Fulgencio, Alicante.
Ciudadanos ingleses en San Fulgencio, Alicante.Joaquin de Haro

Año tras año, los periodistas se acercan por la localidad alicantina de San Fulgencio para corroborar que el fenómeno persiste y tomar nota de alguna particularidad. Sí, año tras año, la estadística se cumple, incluso engorda. Según la última revisión del padrón municipal elaborada por el INE (Instituto Nacional de Estadística) la población censada de ciudadanos extranjeros en este pueblo alcanza ya al 77,7% del total. Así que casi cuatro de cada cinco vecinos no son españoles. San Fulgencio defiende este particular liderato en España desde hace más de 10 años y no tiene rival de momento. Otra cosa son los resultados de una experiencia que podría ser un interesante laboratorio sobre la integración europea. La convivencia es buena y pacífica: lo que se dice integración es otro cantar.

Porque el perfil de esta población está muy definido dado que 6.364 de los 9.862 extranjeros (el 64,5%) que habitan San Fulgencio son británicos, así que salvo 1.468 alemanes el resto se reparte en pequeñas dosis entre muchos otros países, fundamentalmente europeos. Como curiosidad estadística del último padrón, una que admitirá alguna interpretación: entre los ingleses empadronados hay dos mujeres más que hombres. A saber por qué.

Solo durante las fiestas patronales, los vecinos de arriba (los extranjeros) se acercan a ver a los de abajo

Como el número de españoles apenas alcanza a los 3.000 habitantes, cabría pensar que en este pueblo mandan los británicos, pero tampoco es así. En realidad, el municipio está partido en dos, con una connotación entre geográfica y sociológica muy particular: los españoles viven abajo (en el antiguo casco urbano) y los extranjeros arriba, a más altitud, en el lugar denominado La Marina, donde se agrupa una macrourbanización de casas individuales. Y en La Marina sucede lo que tiene que suceder, que se habla inglés y que todos los comercios están destinados para un cliente extranjero y gestionados por extranjeros, como si fuera un pueblo británico en medio de la Vega Baja alicantina.

El resultado de un urbanismo atropellado que nació en los años ochenta es el de una enorme ciudad plana, alargada e impersonal donde cada cual hace la vida por su cuenta, sin molestar ni ser molestado, sin otros puntos de encuentro que alguna zona comercial. En uno de ellos se asienta la farmacia de Fani Ruiz Lozano, con 23 años de ejercicio, y un aprendizaje de inglés y alemán en la escuela de idiomas. Fani se atreve a decir que “nuestra cultura de la sanidad es superior. Los británicos no saben cómo usar los medicamentos y tienen muy poco conocimiento de los antibióticos. Aquí procuramos estar en contacto con los médicos para ayudarles y son muy agradecidos”.

En medio de ese escenario, escenas cotidianas. Por ejemplo, el Bowl Club, una cancha de juego con un suelo de tapiz verde en medio del Sport Complex (denominado Polideportivo por los de abajo). Allí, los socios del Bowl Club practican su deporte, muy parecido a la popular petanca. Como todos los socios son británicos menos una mujer española que es compañera de uno de ellos, el ambiente es absolutamente anglosajón. Es decir, corrección suprema y etiqueta en el vestir: todos los jugadores deben jugar de blanco. En un local anexo, disponen de una biblioteca con unos 600 volúmenes que ellos mismos gestionan y se intercambian de forma gratuita. Voluntariado, cooperación y beneficiencia forman parte de su cultura social.

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No muy lejos está la Dog House de Jennie y Dave, un matrimonio que gestiona un bar y una tienda de productos de segunda mano. Los ingresos se destinan al cuidado y manutención de casi medio centenar de perros abandonados, cuyas fotos decoran una de las paredes del local, a quienes han logrado encontrar casas de acogida por la zona. Tanto Jennie como Dave, que superan en poco los 60 años, llevan residiendo en España más de 20. No les pregunten la hora en español porque no los van a entender.

Así que el idioma se termina convirtiendo en otra barrera, por no decir la principal, que imposibilita que este lugar experimente algo parecido a una integración plena entre diferentes comunidades. Tanto así que un notario, que prefiere reservar su nombre, reconoce que británicos que han querido obtener la nacionalidad española han desistido al saber de la exigencia de conocer el idioma.

Solo durante las fiestas patronales de San Fulgencio, que se celebran en enero, los de arriba se acercan a ver a los de abajo. Lo comenta el propio alcalde, Carlos Ramírez, del PP, un exempleado de El Corte Inglés, que ahora a sus 43 años se dedica con carácter exclusivo a su labor como regidor: “No hay una integración real. Esto era un pequeño pueblo de agricultores con un policía local, que además era tuerto, y aquí vino una empresa gigante que empezó a construir miles de casas en unos terrenos que estaban a unos tres kilómetros del casco urbano y comunicados además por una mala carretera. Esa barrera física de la carretera y el idioma hicieron el resto. Ellos hacen su vida y para eso tienen más de 200 establecimientos”. De la misma opinión es la líder de la oposición, Trinidad Martínez, exalcaldesa por el PSOE en la pasada legislatura: “Seguimos separados. Ellos, además, tienen todos los servicios. Si abajo hay dos peluquerías, arriba hay siete. A la hora de la gestión municipal, ellos entienden que es mejor que los españoles gobiernen el municipio. Participan muy poco aunque podrían ser decisivos, claro, pero las experiencias que ha habido no son buenas”.

El PP gobierna gracias al voto del escocés Wiszniewski, líder del Partido Independiente por las Nacionalidades

Todo lo que es tranquilidad en San Fulgencio se convierte en tormenta cuando se trata de la política municipal. De una legislatura a otra nacen nuevas y sospechosas siglas que buscan votos en el caladero extranjero para luego inclinar la balanza a favor del PP o del PSOE, según convenga. Ya hubo un episodio en 2008 en el que un inglés, Mark Lewis, concejal de Animales por entonces en una coalición con el PSOE, terminó siendo alcalde accidental sin saber un palabra de español porque la policía detuvo a casi toda la corporación. Actualmente, el PP gobierna gracias al voto del escocés Jefrey Wiszniewski, único concejal y líder del PIPN (Partido Independiente por las Nacionalidades), a quien se le acusa de estar disfrutando de varios asesores con cargo al presupuesto municipal. Hubo episodios de espionaje con detectives y un personaje que llegó a ser teniente de alcalde y concejal de Hacienda, Comercio, Turismo, Industria, Protocolo y Gabinete. Todo a la vez. Este hombre también fue detenido por aceptar un presunto soborno, que luego resultó ser falso. “Aquí se ha guarreado mucho”, concluye Trinidad Martínez.

San Fulgencio crece, pero a su manera. El saldo vegetativo es siempre negativo (hay más muertes que nacimientos en el lugar), pero el saldo migratorio es positivo: nuevos jubilados se incorporan cada año. Para disfrute de abogados y notarios, los residentes extranjeros han aprendido la lección y hacen todo su papeleo legal en dos idiomas, incluido naturalmente su testamento, motivo de muchas complicaciones para resolver las herencias.

Sus estadísticas demográficas permiten opinar que San Fulgencio ha sobrevivido a la crisis. Quienes pronosticaban una fuga masiva de extranjeros se equivocaron. La localidad pudo con el estallido de la burbuja e incluso con la devaluación de la libra esterlina. Su fortaleza como lugar de residencia es evidente. Así que, dentro de no mucho tiempo, algún periodista volverá por el lugar interesándose por el fenómeno.

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