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Columna
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Felipe VI el impulsor

El Rey debe ser el que nos empuje más allá de esta dinámica de negativismo que nos corroe

Francisco G. Basterra

Para no ser un país monárquico, la institución que acaba de saltar de la generación de la Transición a la de los españoles de los 40 años, no ha sido un mal negocio. Se funde con la democracia y ha permitido a la vieja España una estabilidad y un progreso desconocidos en la época contemporánea. Don Juan Carlos, bautizado equivocadamente como el breve por el dirigente comunista Santiago Carrillo, ha sostenido a la Corona durante casi cuatro décadas. La fatiga de materiales, la aluminosis que corrompe al resto de las instituciones, no ha perdonado tampoco a la Monarquía. Así lo ha visto el viejo rey, que ha sabido retirarse a tiempo, consciente de que su crédito estaba agotado y que la institución que presidía peligraba, apuntándose el primer tanto renovador en una España pesimista y desmoralizada que se ha ido volviendo alérgica a los cambios y a las reformas. Las 48 horas históricas que hemos vivido han demostrado ya al menos dos cosas. La antorcha ha pasado de Juan Carlos I a Felipe VI con total normalidad y respeto a los preceptos constitucionales. Nadie ha temido nada en las últimas jornadas, el primer traspaso constitucional en la monarquía parlamentaria no ha alterado nuestras vidas.

Sin ser ni mucho menos parte del paisaje con el que se confunde, como en el Reino Unido, la institución que cambia de cabeza demuestra ya su utilidad con la renovación generacional. A un hombre bien formado, de 46 años, limpio de polvo y paja, le toca ahora soldar el eslabón institucional e impulsar a un país muy tocado, pero que tiene más valor del que mezquinamente le concedemos cada uno de sus ciudadanos. El nuevo Rey promete una Monarquía renovada para un tiempo nuevo. Tarea nada fácil. Las dos cosas son necesarias, pero requerirán el esfuerzo de todos, ahora convertido por la espantosa crisis que hemos sufrido en sangre, sudor y lágrimas.

Tras escuchar con atención y releer su primer discurso al país, razonable, ajustado como un guante a la Constitución, pienso que Felipe VI va a tener que ser, sobre todo, el impulsor, el que ilusiona, el que nos empuje más allá de esta dinámica de negativismo que nos corroe. Necesitamos recuperar la fe en la sociedad española, que Felipe VI profesó ayer. No pensemos, como afirmó Kennedy, en lo que el Rey, los partidos y el resto de las instituciones pueden hacer por nosotros, sino en lo que nosotros podemos hacer por España.

Y seamos realistas, las anchas espaldas del Rey no deben ni pueden soportar las expectativas de acción política despertadas por algunos. Cabe esperar un uso amplio, sin los focos, de la función moderadora y arbitral en el funcionamiento regular de las instituciones. Sí podrá advertir, animar, sugerir, aconsejar, recomendar. Verbos que bien manejados pueden dar juego.

Sin esta confianza en que somos una gran nación, además de muchas otras cosas, no saldremos de esta. Fue reconfortante que el Rey hablara del futuro en una sociedad y un mundo del que nacimos y en el que crecimos. Es una llamada a una nueva generación, a un cambio de mentalidades y actitudes, al civismo, a que no se nos note tanto que somos unos recién llegados a la democracia. Una exhortación a renunciar a la resignación y al conformismo. Y lo hizo Felipe VI nervioso, trabucándose a veces, pero con convicción. Acompañado por la Reina, su heredera, Leonor, princesa de Asturias, a la que todavía no le llegaban los pies al suelo sentada en su silla, y su hija pequeña, Sofía. Una familia que se besa en público, una imagen fresca reforzada con la aparición muy lograda en el balcón del Palacio De Oriente. Con los dos veteranos reyes que vuelven al vaticano de La Zarzuela.

Todavía no conocemos al nuevo rey, no sabemos lo que piensa de verdad sobre las grandes preguntas; hasta ahora ha sido hermético, así lo confirman los que llevan años trabajando a su lado. La discreción y la prudencia pueden ser signos definitorios del nuevo jefe del Estado. Admira a su padre pero no reinará como él. Don Juan Carlos me dijo no hace mucho en su despacho que no le ha dado muchos consejos a su hijo. “Nada prepara realmente para ser Rey, solo el serlo”.

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Solo la cercanía a la gente corriente, la transparencia y la honestidad que ha prometido Felipe VI, en un ejercicio diario de ejemplaridad, salvará a este Rey y a la institución. La legitimación diaria por el ejercicio, perfectamente tasado y muy limitado de su función, realmente un principio republicano. La reina Letizia, que ayer parecía otra, radiante y sonriente, encontrará ahora probablemente el espacio que aún tanteaba, y será la principal consejera del Rey para sacar a la Monarquía de la burbuja.

Reflexionaba ayer en un salón del Palacio Real mientras aguardaba mi turno para saludar a los nuevos reyes. Tenía muy cerca a Felipe González, Aznar y Zapatero, al presidente de Cataluña, obispos, cardenales, militares, el Ghota del empresariado al que la llamada de renovación no parece haberle llegado. Representantes variados de lo que se ha dado en llamar sociedad civil. Caí en la cuenta de que las 2.000 personas que nos agolpábamos en el palacio no podíamos ser en ningún caso el dique de contención de la Monarquía. Felipe VI necesitará para sobrevivir buscar en la calle, fuera de los palacios y del almidón, la conexión con los ciudadanos, con sus problemas, entender sus batallas, representar sus ilusiones, acompañarles en sus tropiezos. Sentir con su pueblo. También con los republicanos. Suerte y larga vida al nuevo rey.

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