_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Desconcierto por falta de costumbre

Dejemos claro que en la tradición española no hay ceremonia de coronación

“Con inquietud reclina la cabeza el que lleva una corona”, escribió Shakespeare, y también que “nunca exhaló el rey a solas un suspiro sin que gima con él la nación entera”. En La vida del rey Enrique, acto IV, escena I, se pregunta también qué poseen los reyes que no posean también los simples particulares, si no es el ceremonial. Y en fijar ese ceremonial están ahora todos empleados. Se trata de dar cumplimiento al apartado primero, artículo 61 de la Constitución, que dice: “El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas”.

Julio Cerón escribió: “Cuando murió Franco el desconcierto fue grande; no había costumbre”. Esa misma falta de costumbre está generando también desconcierto en las vísperas de la proclamación como rey de don Felipe. Reconozcamos que en este caso hubo un entrenamiento a pequeña escala porque, en cumplimiento del apartado segundo del artículo antes citado, el príncipe heredero al alcanzar la mayoría de edad en 1986 juró ante las Cortes Generales, presididas entonces por Gregorio Peces Barba. Las fotografías de aquella jornada del 30 de enero dejan constancia del atuendo elegido —chaqué sin más condecoraciones que el Toisón— y de la única presencia del texto de la Carta Magna, sin apoyo de evangelios, biblias, crucifijos, ni imaginería alguna.

Ahora va a ser proclamado rey, veintiocho años después, y lo va a ser de nuevo ante las Cortes Generales, constituidas por la suma de ambas Cámaras —el Congreso y el Senado—, que se reunirán en el hemiciclo del palacio de San Jerónimo bajo la presidencia del presidente de esa asamblea del Congreso, Jesús Posada. Don Felipe comparecerá enfundado en el uniforme de capitán general del Ejército de Tierra, dignidad que, junto a la de almirante general y capitán general del Ejército del Aire, le habrá conferido el Consejo de Ministros para ese momento. Entonces jurará en los términos indicados.

No sabemos quién lo proclamará. Cabe imaginar que sea el presidente de las Cortes Generales, pero dejemos claro, en todo caso, que en la tradición española no hay ceremonia de coronación. Habrá, sí, primer discurso de la Corona de don Felipe, donde deberá trazar una senda de compromiso y ejemplaridad, estimular actitudes morales, suscitar esperanzas cívicas y evitar provocaciones y rechazos. Todo quedará envuelto en el ceremonial: cómo llegará al palacio de San Jerónimo, en qué vehículo, con qué escolta —motorizada o del escuadrón a caballo de la Guardia—, qué honores militares le serán rendidos antes y después, qué clase de recepción se ofrecerá en Palacio y a qué representaciones. Falta saber a qué balcón saldrá a saludar y qué público estará congregado. Continuará.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_