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De Homs a Melilla con pasaporte falso

800 sirios se hacinan en el centro de inmigrantes junto a los subsaharianos que saltan la valla

Una de las integrantes de la familia de Amina el Mustur, refugiados sirios en Nador (Marruecos) a la espera de entrar en Melilla.
Una de las integrantes de la familia de Amina el Mustur, refugiados sirios en Nador (Marruecos) a la espera de entrar en Melilla.SANTI PALACIOS

Amina el Mustur es siria y no dispone de los 500 euros que le piden por un pasaporte marroquí falso que le abra las puertas de Europa; que le permita, como a centenares de sirios, entrar en Melilla y de ahí dar el salto a la Península. Hace más de un año que esta modista de 28 años dejó atrás los bombardeos de Homs, pero desde hace siete meses se enfrenta a una espera infernal en Nador, en el norte de Marruecos, junto a su marido enfermo.

En un piso de paredes desnudas, El Mustur y su familia sueñan con formar parte del abultado grupo de extranjeros que apenas aparece en las fotos y en las cifras de los de inmigrantes que recalan en Melilla rumbo a una vida mejor. La atención mediática y política se centra en la valla y en los subsaharianos que se juegan el tipo y que se amontonan en el centro de estancia temporal de inmigrantes de Melilla, al borde del colapso. Pero buena parte de los 2.200 moradores de este centro ni han saltado la valla ni son subsaharianos, según las cifras que ofrece la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Unos 800 de estos inmigrantes son sirios que huyen de la guerra y que han llegado a Melilla gracias a pasaportes falsos marroquíes en los que invierten los restos de sus fortunas. De ellos, aproximadamente un tercio son niños.

Aunque el Gobierno no facilita cifras oficiales, se calcula que más de 1.500 sirios han cruzado la frontera marroquí de forma ilegal a través de Ceuta y Melilla desde octubre de 2013, según fuentes de ACNUR, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. “Con dinero es fácil. Pagas y entras”. Lo dice El Mustur y lo confirman cerca de una veintena de sirios entrevistados en la ciudad autónoma y que han accedido a territorio español por esta vía. El precio —en torno a 800 euros de media— y el contrabandista pueden variar, pero el procedimiento es siempre muy parecido, según los relatos de los sirios llegados a España.

Los huidos de la guerra vuelan desde Líbano, Egipto o Túnez a Argelia. De allí, cruzan por carretera hasta Marruecos, donde compran los pasaportes que les permitirán atravesar la frontera española en Melilla y poner un pie en Europa. Algunos de los entrevistados han pasado incluso por la cárcel marroquí tras detectar los agentes fronterizos el documento falso. En ese caso, vuelven a comprar otro y lo intentan de nuevo. Otros, los menos, cuentan que han logrado colarse por el tumultuoso paso de Beni Enzar, disfrazadas de marroquíes ellas y escondidos entre el gentío ellos.

La llegada de estos refugiados, muchos de ellos formados y pudientes, es un goteo constante que se ha incrementado a medida que el conflicto sirio pierde visos de amainar y que ha desatado tensiones entre los países de la UE, que se acusan los unos a los otros de no hacer lo suficiente para frenar el drama humano.

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Los sirios que huyen de la guerra podrían en principio pedir asilo. Pero profundas grietas en el sistema provocan que los protagonistas de uno de los mayores éxodos desde la II Guerra Mundial —2.700.000 refugiados— renuncien a un derecho que en el caso español se eterniza.

La ley impide desde 2009 a los solicitantes de asilo salir de Ceuta o Melilla durante los meses o años que duran los trámites —la norma marca un tope de seis meses, pero no suele cumplirse—, lo que provoca que los sirios renuncien a pedir el asilo cuando cruzan la frontera. Confían su suerte a que la saturación del CETI obligue a nuevos traslados y les lleve más pronto que tarde a la Península en condición de inmigrantes irregulares. Tal es su convencimiento de que el sistema no funciona, que en 2012 se produjeron sólo dos solicitudes de asilo de personas sirias en Melilla y en 2013 un total de 15, según CEAR.

“Los sirios saben que si piden el asilo se tendrán que quedar más de un año e incluso hasta tres en el CETI, así que optan por el laissez passer humanitario [el que les lleva a la Península] que se otorga en función de la saturación del centro. Ellos no piden asilo, pero es porque el sistema no funciona”, opina Paloma Favieres, coordinadora de los servicios jurídicos de CEAR. “Son casos claros de personas necesitadas de protección internacional. ¿Por qué no se pueden acelerar sus peticiones teniendo en cuenta que Melilla no cuenta con las condiciones adecuadas?”, se preguntan fuentes de la delegación de ACNUR.

Preguntado el Ministerio de Interior por una valoración de la situación, un portavoz se limita a indicar que cuando detectan casos de pasaportes falsos los rechazan en la frontera. El Ministerio de Empleo, responsable del CETI, no ofrece cifras oficiales de ocupación ni de salidas de sirios. Carlos Montero, director del centro, reconoce que “no piden asilo porque se les retendría aquí más tiempo”. Mientras, en el centro, la frustración se acumula. “Hay gente que duerme en el suelo. Este no es un lugar para niños”, dice un joven de Latakia, al oeste de Siria, que lleva cuatro meses en el CETI.

Una vez en la Península, buena parte de los sirios viajan a otros países de Europa donde tienen familiares y donde creen que encontrarán trabajo y obtendrán asilo con más facilidad. El problema es que el Reglamento de Dublín dicta que sólo podrán pedir asilo en el país por el que han entrado, lo que les devolvería eventualmente a España.

“En España no hay futuro. Lo único que queremos es que nos dejen cruzar hacia el norte de Europa”, dice Khaled al Hassan, sirio de 38 años, con cinco hijos en el centro para inmigrantes. Como los demás, compró su pasaporte en Nador y ahora espera “la lotería” para salir a la Península y llegar hasta Francia donde vive su hermano.

En el periplo que comienza en Siria con fajos de billetes atados al cuerpo y termina en los mejores casos en una capital europea, los sirios dilapidan los ahorros conseguidos tras vender el oro, la casa y el coche en Siria y toneladas de energía, ambos necesarios para empezar una nueva vida en el país de acogida final.

La noche del jueves, un grupo de unos 40 sirios espera en la terminal del puerto de Melilla el barco que les llevará hasta Málaga, donde pasarán a ser inmigrantes irregulares y quedarán en manos de ONG o de familiares en caso de que los tengan en España. Un ex soldado del régimen de Bachar el Assad trastornado, un joven revolucionario, familias con niños, todos comparten ahora destino en la sala de embarque del puerto. Se han vestido de tiros largos para la ocasión. Lucen las joyas que no vendieron y atrevidos maquillajes. Están felices de dejar atrás las estrecheces del CETI, pero algunos también lloran. Dejan en el centro de Melilla a parte de la familia que no ha sido agraciada con la palabra mágica: “salida”.

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