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Columna
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Reconsideración

La cuestión no es votar, sino sobre qué es posible hacerlo sin dividir en dos a Cataluña

Artur Mas ha valorado el resultado de las europeas en Cataluña como prueba del avance del soberanismo (ERC, CiU, IC), que sube 18 puntos desde 2009. Es una forma de diluir su propio retroceso y la pérdida de la primera posición en favor de ERC. Hubiera preferido ir en coalición con los de Junqueras para evitar ese riesgo, pero no hubo acuerdo. Mas había llamado a una participación masiva, como muestra de la voluntad de votar de los catalanes. No ha sido masiva (menos del 50%), pero ha pasado de ocho puntos por debajo de la media española a casi dos por encima. También llamó a votar preferentemente a su partido porque un mal resultado de CiU minaría su autoridad como líder del soberanismo. Los resultados confirman ese temor: aumenta su dependencia respecto a Junqueras, lo que también debilita su posición en CiU. La primera reacción de su Gobierno ha sido reclamar diálogo a Rajoy.

¿Hay margen para ello? En septiembre está prevista la aprobación de la ley catalana de consultas que invoca Mas para indicar su voluntad de plantearla de manera legal. Pero ya se sabe que el Gobierno la recurrirá, lo que implicará su suspensión. Se desconoce si eso hará desistir a Mas de convocar la consulta, o buscará alguna fórmula para mantenerla, como quiere ERC, que la considera irrenunciable.

De momento, el Govern ha encargado varios miles de urnas de cartón, en un gesto que forma parte de los escenarios (de cartón-piedra) construidos para demostrar a Junqueras que mantiene su compromiso. Pero al mismo tiempo dice a los empresarios y otros interlocutores estar abierto a posibles ofertas del Gobierno, o de PP y PSOE, sobre un acuerdo que incluyera un pacto fiscal y otras reivindicaciones clásicas, siempre que el mismo fuese sometido al veredicto de las urnas.

Esa condición podría interpretarse como que pone el acento menos en el contenido del acuerdo que en un procedimiento que le permita cumplir su compromiso de convocar una consulta. Tal vez haya llegado el momento de tomarle la palabra. Porque hay que reconocer que el “no nos dejan votar”, aun siendo una falacia tras decenas de elecciones de todo orden, ha calado en sectores amplios y llevado a personas muy sensatas distanciadas del independentismo a considerar necesaria la consulta para desencallar la situación creada.

Es defendible la idea de que un referéndum sobre un acuerdo negociado entre los Gobiernos respectivos, que tenga en cuenta otros intereses en juego, es más representativo de la pluralidad catalana que la opción binaria y simplista entre sí o no a la independencia. El Gobierno ha hecho bien en no ceder a la pretensión de legalizar una consulta en esos términos. Pero quizás convendría supeditar el debate sobre la consulta a la cuestión sobre la que versaría. Consulta sí, pero no sobre la independencia sino sobre una alternativa a la misma que satisfaga a una mayoría más amplia sin dividir en dos a la población catalana.

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