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Columna
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¿Es deseable el bipartidismo?

Dejar la política en manos de un bipolio no es garantía de calidad democrática

Josep Ramoneda

Hace cinco años el PP y el PSOE agrupaban el 80% de los votos, en las elecciones de 2011 sumaban el 73,3% y en el último sondeo del CIS se quedan con el 58,1%. El control de los dos grandes partidos sobre el sistema político se debilita. ¿Es posible el fin del bipartidismo? ¿Es deseable?

Con la ayuda de la ley d'Hondt, a medida que la democracia se asentaba, el sistema de partidos se fue simplificando. Los destrozos de las políticas de austeridad (2010-2014), responsabilidad de los dos grandes partidos, provocan desazón, irritación y rechazo. Y la dificultad del PSOE para perfilarse como alternativa al gobierno, impide que el hundimiento del PP se traduzca en crecimiento del PSOE. El castigo a los dos grandes beneficia a los pequeños. La prueba del bipartidismo vendrá el año próximo, cuando lleguen las elecciones que la ciudadanía considera decisivas (las legislativas, principalmente). Si el PSOE consigue renacer como recambio, es posible que el voto vuelva a agruparse. Algunos piensan, también, que si la economía mejora los electores regresarán a sus cauces tradicionales. Pero, no desdeñemos las señales que vienen de Europa: populismos azules y pardos, izquierdas varias y movimientos sociales diversos dan voz a millones de ciudadanos que el bipartidismo olvidó.

¿Es el bipartidismo deseable? A favor, está la gobernabilidad. Favorece las mayorías sólidas, la estabilidad, la previsibilidad, garantiza un recambio homologado cuando el gobierno se quema, limita el espacio de lo posible. Por eso es del gusto de los poderes contramayoritarios, siempre alérgicos a los riesgos que no controlen. Sin embargo, en tiempos del "No nos representan", con unas instituciones cada vez más opacas, con sus estructuras muy deterioradas (corrupción) y con sus motores gripados (resistencia a renovarse), el bipartidismo no parece la mejor fórmula para que los ciudadanos sientan reconocida su voz. Dejar la política en manos de un bipolio no es precisamente garantía de calidad democrática. Y menos cuando es un clamor (lo dicen las encuestas) que el régimen político necesita una reforma profunda, es decir, una redistribución a fondo del poder.

Para los que piensan que la despolitización de la sociedad es buena y que la política tiene que ser una tarea de expertos, el bipartidismo es una magnífica solución: garantiza un alto control social, adornado con el ritual democrático. Pero si se cree que la política nos concierne a todos, que la democracia de calidad requiere una ciudadanía activa y un control real del poder, abrir el juego politiza, moviliza e incluye. Hay que escoger entre la democracia de la indiferencia y la democracia activa. La indiferencia es cómoda para los que mandan, pero destiñe la democracia. La ciudadanía ha de decidir si se resigna a las inercias de un régimen gastado o si hace oír su voz para que las cosas cambien.

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