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Columna
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Guardar o perder las formas

En el cese de Cañete y el nombramiento de Tejerina como ministra se ha hecho todo al revés

La democracia está constituida también y de manera muy relevante por el respeto a las formas. En esa línea, la vicepresidenta para todo, ministra de la presidencia y portavoz, Soraya Sáenz de Santamaría, reitera hasta la saciedad que “este Gobierno está para cumplir y hacer cumplir la Constitución las leyes”. Cuestión distinta es que luego se proceda en sentido contrario, por ejemplo, pasando por encima de las prescripciones de nuestra norma fundamental cuyo apartado e) del artículo 62 establece que corresponde al Rey “nombrar y separar a los miembros del Gobierno, a propuesta de su presidente”. A cualquiera se le alcanza que ese “a propuesta” requiere que al menos el asunto sea despachado por el presidente con el Rey. La información de Efe mediante la que fuimos enterados del cambio de ayer para nada se refiere a este extremo. Pero téngase por bien averiguado que el último despacho del presidente Mariano Rajoy con don Juan Carlos tuvo lugar en Zarzuela el lunes día 21 de abril.

En el cese de Cañete y el nombramiento de Tejerina como ministra se ha hecho todo al revés

En la secuencia normal el procedimiento hubiera debido iniciarse con el despacho del cese de Miguel Arias Cañete como titular del departamento de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, una vez designado para encabezar la candidatura del PP a las elecciones europeas. A continuación, vendría la propuesta de nombramiento de Isabel García Tejerina como ministra de sustitución. Solo entonces los dos decretos, firmados por el Rey y refrendados por el presidente, deberían haberse enviado al Boletín Oficial del Estado para su publicación al día siguiente. A partir de ese momento se tendría que haber hecho la convocatoria en Palacio ante el Rey para la jura o promesa del cargo por el entrante. Porque estamos ante una de esas ocasiones solemnes en las que el titular de Justicia actúa como Notario Mayor del Reino. Toda esa operación pautada concluye con la toma de posesión en el ministerio del agraciado, con dos grupos a la escucha: la alegre muchachada que se apiña junto al entrante a la espera de favores y nombramientos y la congregación del desamparo, que rodea al saliente llamado a otros destinos.

Pero, en el caso presente, todo ha sucedido del revés. Ni se ha despachado la propuesta de la separación de Arias Cañete, ni la del nombramiento de García Tejerina, ni se han llevado los decretos a la firma del Rey, ni se han publicado una vez firmados en el BOE sino antes. Porque primero se ha dado la noticia, luego se ha ordenado la publicación de los decretos correspondientes a las cinco de la tarde, sabiendo que solo serían despachados y firmados después de la jura o promesa del cargo, fijada para las siete de la tarde de ayer en Zarzuela. Una vez más, en esta cuestión de ceses y nombramientos de ministros se prefiere dar la sorpresa a lograr el acierto, como si el objetivo no fuera acertar sino sorprender. Rajoy ha sabido combinar el retraso con la precipitación y además ser irrelevante. Un mérito indiscutible.

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