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opinión
Columna
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¡Viva el periodismo!

La crítica no se puede convertir en una actividad perseguida y sospechosa

Fernando Vallespín

La noticia ya es conocida, The Guardian y el Washington Post obtienen el premio Pulitzer de periodismo por desvelar las filtraciones de Edward Snowden sobre la NSA y su estrategia de vigilancia generalizada. Parece una noticia más, pero es de una importancia superlativa, hay que recordarla una y otra vez. Primero, porque nos hace recuperar la esperanza en las virtudes de la sociedad abierta. Recordemos que Snowden es un prófugo de la justicia estadounidense por desvelamiento de secretos, un apestado oficial. Ello no obsta para que una institución del mismo país le reconozca su labor a través de un medio que también es de los Estados Unidos, y otro británico que asimismo denunció las complicidades del Reino Unido en el asunto. El “patriotismo” se acaba cuando en su nombre se subvierten los principios que se supone dotan de sentido al Estado de pertenencia. Punto.

Y en segundo lugar, la noticia es fantástica porque nos reconcilia con el periodismo, que sigue dando muestras de estar mucho más vivo de lo que lo pintan. Al menos aquellas cabeceras que mantienen el rigor y la capacidad de denuncia de antaño, las insobornables. Es posible que no sepamos bien cómo va a sobrevivir la prensa después del papel o tras el cambio de paradigma en el que está inmersa. O si sabrá mantener su capacidad para establecer los necesarios criterios de relevancia en medio del creciente y ensordecedor ruido que hoy prevalece en el espacio público. Lo que es innegable es que lo necesitamos como imprescindible instrumento para desvelarnos la realidad que se oculta detrás de las apariencias.

Cuando todo se torna en ficción y la mentira convive cómodamente con la verdad; cuando los imperativos de la información, con su celeridad por cambiar de temas, ofrecer opiniones y evaluaciones de urgencia, y someterse al entretenimiento y la variedad; cuando, en fin, la parcialización del espacio público nos impide pensar que existe algo así como un “mundo común conocido”, resulta que sí es posible imaginar instancias con capacidad para separar el trigo de la paja y enhebrar un relato argumentado que sepa levantar acta de lo existente. Esta es la labor de los grandes medios. Si no existieran, no cabría ya hablar de sociedades abiertas.

La muerte del periodismo de calidad será también el fin de la democracia. Porque es imprescindible que el debate no caiga en un mero intercambio de ideas entre quienes piensan lo mismo; porque la crítica no se puede convertir en una actividad perseguida y sospechosa. Pero, sobre todo, y el caso Snowden es una prueba irrefutable de ello, porque hoy el poder ya no se recubre de sus habituales mantos institucionales. Ahora ha mutado hacia otros espacios, se ha hecho más opaco e invisible, “descontrolado”. Snowden nos permitió perder nuestra candidez a este respecto. Aunque no hubiera sido nadie de no poseer un mensajero valiente, esos intermediarios que han recibido el premio.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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