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‘IN MEMORIAM’

Máximo Cajal, un representante ejemplar de España

Sobrevivió a la tragedia del asalto de la embajada en Guatemala para convertirse en una figura clave del diseño de la política exterior de la democracia

Sobrecogidos aún por la inesperada muerte del embajador Máximo Cajal, que falleció el pasado jueves víctima de una fulminante enfermedad, queremos dar testimonio, más allá de nuestra sólida amistad, de su notable personalidad humana e intelectual y de su extraordinaria trayectoria profesional.

Cajal había recibido la atención de los medios informativos hace ya algo más de 34 años con motivo de los trágicos acontecimientos ocurridos en la embajada de España en Guatemala, de la que era titular. Como muchos recordarán, Cajal fue el único superviviente, con graves quemaduras, del brutal asalto a la embajada llevado a cabo por las fuerzas de seguridad de la dictadura militar guatemalteca en flagrante violación del derecho diplomático, del derecho internacional, hecho que provocó la ruptura de relaciones de España con el país centroamericano durante varios años.

Pero su especial relevancia en nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores y en la política exterior española tuvo lugar entre 1983 y 1996, cuando Cajal, a las órdenes directas de los ministros de Felipe González, Fernando Morán, Francisco Fernández Ordóñez y Javier Solana, desempeñó los cargos de director general de Norteamérica, de secretario general de Política Exterior y de subsecretario. En esos años su visión, integridad y tenacidad le convirtieron sin duda en un referente y en un elemento importante en la política exterior que sacó a España de su aislamiento, la puso en su sitio y alcanzó probablemente sus más altas cotas de influencia y prestigio internacional.

Cajal participó en el desarrollo del llamado decálogo de Paz y Seguridad de 1984 y del cumplimiento de las condiciones aprobadas por el pueblo español en el referéndum de 1986 sobre la permanencia de España en la OTAN. Ello implicó la adhesión de España al Tratado de No Proliferación Nuclear, el ingreso en la UEO, la negociación del modelo de contribución española a la Alianza Atlántica sin formar parte de su estructura militar integrada y la negociación de un nuevo acuerdo de defensa con Estados Unidos.

En esta última negociación Cajal encabezó la delegación española y al término de la misma, en diciembre de 1988, firmó por España el Convenio de Cooperación para la Defensa. Fue una negociación larga —más de tres años—, dura y difícil, centrada en la cuestión crucial de la reducción significativa de la presencia militar norteamericana en España, que se traduciría principalmente, aunque no solo, en la salida del ala 401 de Torrejón. En esta negociación Cajal, por un lado, hubo de enfrentarse con firmeza a las presiones americanas, que tardaron en asimilar que la España democrática, resuelta a recuperar parcelas de soberanía cedidas en los primeros acuerdos de 1953, estaba ya muy alejada de la España franquista. Por otro, hubo de soportar con imperturbable estoicismo los ataques e insidias de ciertos medios de la prensa cavernícola española y de algunos de sus prohombres, más en sintonía con los intereses americanos que con los de España. Pero el resultado final fue, en definitiva, la inauguración de una relación bilateral mucho más digna, sana y equilibrada con nuestro aliado norteamericano.

Se le encomendó también a Cajal la dirección, en estrecha coordinación con Moncloa, de la operación de establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel, que los gobiernos centristas no se habían atrevido a realizar. Fue una operación ejemplarmente ejecutada en todas las bandas. En la correspondiente declaración, firmada en La Haya por el propio Cajal, España salvaguardó y reiteró su posición sobre el conflicto árabe-israelí, los derechos de los palestinos, los territorios ocupados, etcétera. El establecimiento de relaciones con Israel permitió acrecentar el papel de España en la región y su interlocución con todas las partes, lo que, junto al reforzamiento de la relación con EE UU, contribuyó luego a que Madrid fuera elegida sede de la Conferencia de Paz de Oriente Medio de 1991.

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Se podría mencionar también el papel de Cajal, europeísta convencido, como primer representante de España en la Cooperación Política Europea (CPE), embrión de la futura Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la Unión Europea, desde nuestra adhesión, o su labor como coordinador de las primeras participaciones de España en las operaciones de paz de las Naciones Unidas a partir de 1989.

Lamentablemente, desde el verano de 1996, siendo embajador en París, Cajal será no el único caso, pero sí uno de los más flagrantes, en los que un sectarismo mezquino desaprovechará sus excepcionales cualidades y acreditada experiencia profesional y terminará su carrera en un puesto marginal. Antes de su jubilación, sin embargo, ascenderá por escalafón al grado más elevado de la carrera diplomática, el de embajador de España. Y aun después de su jubilación y durante unos cuantos años a partir de finales de 2004, accederá a prestar su experiencia al lanzamiento de la iniciativa de la Alianza de Civilizaciones y a su asunción por las Naciones Unidas y por su secretario general, con cuyo representante especial, el expresidente de la República portuguesa Jorge Sampaio, Cajal colaboró estrechamente.

Nosotros estamos orgullosos de que Cajal nos distinguiera con su amistad y de haber tenido el privilegio de trabajar codo con codo con él en innumerables batallas diplomáticas en beneficio de España. Y no podemos por menos de resaltar en estas dolorosas circunstancias nuestra admiración por la honestidad, la coherencia y la lealtad a sus convicciones de este servidor del Estado y compañero ejemplar.

Firman este texto los diplomáticos Francisco Villar, Carlos Miranda, Eudaldo Mirapeix, Juan Antonio Yáñez-Barnuevo, Mercedes Rico, Juan Pablo de Laiglesia, Nicolás Martínez-Fresno y Aurelio Pérez Giralda.

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