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Un héroe trágico

Josep M. Colomer
Un grupo de personas espera el paso del féretro de Suárez.
Un grupo de personas espera el paso del féretro de Suárez.ANDREA COMAS (REUTERS)

Héroe es el que se sacrifica a sí mismo para el bien de los demás. Esto le diferencia del dictador, que hace todo lo contrario, es decir, aprovecharse de los demás, pero también del líder típico, que obtiene tantos o más beneficios que sus seguidores, y del mártir, cuyo sacrificio es inútil. Adolfo Suárez se sacrificó a sí mismo para dejar atrás el pasado y hacer que todos pudiéramos mirar hacia delante, hasta el punto de atreverse a decir, nada menos que en el momento de presentar su candidatura a las primeras elecciones: “Nunca he perseguido en mis acciones de gobierno pedir nada para mí”. Quizá le creímos porque entonces todos éramos más ingenuos, pero también es cierto que ningún político se ha atrevido luego a decir algo así.

Probablemente el mayor acierto de Suárez en la Transición fue no diseñar un objetivo, sino sólo un proceso, cuyo resultado dependería de unas elecciones abiertas —es decir, una ley “para” la reforma política, más que la reforma misma—. Su motivación principal fue el deseo de abandonar un régimen político obsoleto y, en sus recordadas palabras, “elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal”. Negó que existiera el determinismo histórico y creyó que “el futuro, lejos de estar decidido, es siempre el reino de la libertad, abierto e inseguro”. Mirar hacia adelante, olvidar el pasado —ésta fue su actitud fundamental—.

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Muchas cosas nuevas aprendimos todos de la Transición. Suárez se adelantó a los estudiosos al analizarse a sí mismo y observar las dificultades de combinar la construcción de nuevas reglas institucionales con la gestión regular de gobierno, la cual sólo puede desarrollarse normalmente una vez las nuevas reglas han sido establecidas. ¡Cuántos países han enfrentado después problemas semejantes! Con metáfora insuperable, señaló que se le pedía “que cambiemos las cañerías del agua, teniendo que dar agua todos los días; que cambiemos el tendido eléctrico, dando luz todos los días; que cambiemos el techo, las paredes y las ventanas del edificio, pero sin que el viento, la nieve o el frío perjudique a los habitantes de ese edificio”. Casi lo consiguió. No está claro si hoy sería posible otra vez.

Reflexionando después, opinó que su éxito no se había basado en un ansia masiva de libertad, ya que esa demanda era sólo minoritaria. La gente le apoyó, decía Suárez, “porque yo los alejaba del peligro de una confrontación a la muerte de Franco. No me apoyaban por ilusiones y anhelos de libertades, sino por miedo a esa confrontación; porque yo los apartaba de los cuernos de ese toro”. Interpretó así los mejores intereses de su pueblo e hizo de reclamaciones confusas un proyecto viable que casi todos pudieron aceptar.

Cuando el pasado regresaba para provocar la confrontación y mover el proceso hacia atrás, Suárez trató de evitarlo con su total sacrificio político, es decir, con su dimisión, para evitar que “el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. No lo fue; pudimos seguir mirando hacia el futuro, tratar de olvidar el pasado.

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Adolfo Suárez no sólo promulgó la amnistía de los conflictos anteriores, sino que propugnó la amnesia. Fue el político más importante de la Transición, pero el único que no escribió sus memorias. Ni siquiera cuando había terminado la tarea quiso echar la vista atrás. Olvidó trágicamente, olvidó, olvidó. Afortunadamente para él, no llegó a darse cuenta de que un día acabaría regresando una nueva versión de aquella España eterna que él había querido dejar atrás.

Josep M. Colomer es autor de La transición a la democracia: el modelo español.

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