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Columna
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El valor de la concordia

Tal vez el principal legado de Adolfo Suárez haya sido el haber sabido, junto con el Rey, salvarnos de nosotros mismos y de nuestros viejos demonios

José Luis Leal

Recordar a Adolfo Suárez es sentir el soplo de la Historia sobre un país perdido en el tiempo. Es cierto que la Historia la hacen los pueblos pero también los hombres que se cruzan en su destino. Tal fue el caso de Adolfo Suárez y de su majestad el Rey. Sin ellos la transición de una dictadura a la democracia habría sido muy diferente: puede, incluso, que no hubiera habido transición, o que hubiéramos caído en una democracia limitada, indigna de su nombre.

La España de los primeros momentos de la transición tuvo que hacer frente a una difícil herencia. Se había intentado puentear la crisis del petróleo con el resultado de una inflación galopante y un fuerte desequilibrio exterior. Las últimas ejecuciones por motivos políticos se habían llevado a cabo a cabo dos meses antes de la muerte de Franco. A su llegada a la Presidencia del Gobierno Adolfo Suárez sabía que el camino sería arriesgado y difícil.

Todo conspiraba en aquellos primeros momentos para dejar fuera del juego democrático al Partido Comunista: el peso de los militares, que habían trazado su línea roja, las voces de muchos políticos que consideraban que aún no había llegado el momento de legalizarlo, la aparente apatía de las masas. Pero Adolfo Suárez arriesgó y ganó: era un hombre valiente.

Vino luego la elección del Vicepresidente económico, nombrado fuera del partido, por su prestigio profesional y su credibilidad. Confiar la economía a una persona independiente y creíble era y es, para cualquier político, un riesgo importante porque lo necesario desde el punto de vista técnico no siempre es factible desde el punto de vista político, al menos en el corto plazo, terreno privilegiado de la política. Adolfo Suárez arriesgó y ganó: era un hombre de Estado. Los Acuerdos de la Moncloa allanaron el camino de la Constitución.

Hablar de consenso era para muchos desdibujar los perfiles del programa del partido, entrar en tierra de nadie, enfrentarse a los militantes. Más aún cuando de lo que trataba era de redactar una Constitución. Como en otros momentos de nuestra Historia, Adolfo Suárez podría haber encargado su redacción a miembros de UCD para que reflejara los valores que habían triunfado en las urnas y que, dada la naturaleza de la propia UCD, eran bastante amplios. Pero prefirió una Constitución de consenso. De nuevo arriesgó y ganó. Y con él ganamos todos: España pasó sin trauma de la dictadura a la democracia.

A veces se critica la calidad de nuestra democracia poniendo el acento en la transición. Pero no se suele tener en cuenta que una cosa es el entramado jurídico, el equilibrio de poderes, los derechos y obligaciones de los ciudadanos, el juego de mayorías y minorías, y otra la interiorización de los valores que se plasmaron en la Constitución. Esa interiorización lleva tiempo y no depende del arquitecto ni de los redactores ni de quienes, en abrumadora mayoría, la aprobaron en su día. Depende más bien del ejercicio cotidiano del poder y del ejemplo de quienes lo ejercen.

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La enfermedad de Adolfo Suárez le impidió desempeñar el papel que siempre le gustó de búsqueda de concordias y consensos. Nos ha faltado su presencia cuando las tensiones de nuestra vida política han llegado a un punto a partir del cual ya nadie tiene nada que ganar. Adolfo Suárez habría podido, por su personalidad, su carisma y el inmenso caudal de cariño y respeto del que gozaba, haber acercado posturas y evitar muchos de los problemas que nos aquejan ahora. Pero no fue posible. El destino fue benévolo al principio, pero cruel al final.

Como en la magistral película de John Ford El sol siempre brilla en Kentucky, tal vez el principal legado de Adolfo Suárez haya sido el haber sabido, junto con su majestad el Rey, salvarnos de nosotros mismos y de nuestros viejos demonios. Se nos ha ido un gran hombre que forma parte de nuestra Historia. El tiempo agranda y seguirá agrandando su figura.

José Luis Leal es exministro de Economía con Adolfo Suárez

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