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La mirada de una mujer cercana: “Una travesía del desierto en gran soledad”

Carmen Díez de Rivera compartió con Adolfo Suárez momentos cruciales de su mandato

Carmen Díez de Rivera e Icaza.
Carmen Díez de Rivera e Icaza. Rafael Samano

Carmen Díez de Rivera (Madrid, 1942-1999) fue junto con la Reina, a quien admiraba con afección profunda, la mujer más importante entre la clase política española que gestionó de cerca la Transición de la dictadura a la democracia. Y lo hizo a un latido de distancia de Adolfo Suárez, como jefa de su Gabinete en Presidencia del Gobierno en fechas cruciales de su mandato, entre 1976 y 1977. La legalización del Partido Comunista de España y las conversaciones con medios políticos alemanes más proclives a los socialistas que al centrismo de Suárez fueron dos de sus principales contribuciones políticas, entre otras muchas. Asimismo, su papel negociador con entidades políticas y civiles tras los asesinatos de abogados laboralistas de Atocha, en enero de 1977, fue considerado clave para el desarrollo pacífico de los acontecimientos que siguieron a aquel crimen de alcance estatal. Años después de su paso por la primera línea de la política Carmen Díez de Rivera definía, en declaraciones a este periódico, los rasgos de Adolfo Suárez que más llamaban su atención: “Su valor y convencimiento, incuestionables, en la defensa de la libertad y la democracia, como quedó patente en su mandato presidencial durante la dificultosísima transición política; su gallardía ante el golpe de Estado de febrero de 1981 y su incansable constancia en la lucha política de cada día, a lo largo de la cual, sin aparente desfallecimiento, ha recorrido la llamada "travesía del desierto" en gran soledad”.

Junto a Adolfo Suárez, al que había conocido años atrás, y desde la jefatura de su Gabinete, Carmen destacó por su sinceridad, incluso crudeza, a la hora de exponer lo que ella interpretaba como el parecer de la calle, el “sentido común” al que Suárez quería mostrarse atento. Según sus propias revelaciones “Adolfo Suárez no tuvo clara la necesidad de legalizar el Partido Comunista de España, como prueba suprema de acreditación de la futura democratización española, hasta que se le persuadió de ello después de meses de obstinada firmeza, obstinación compartida por otras altas magistraturas de la nación”, frase que convirtió en impersonal pese a que, sin duda, tal persuasión llevaba la marca de ella, principal consejera del presidente en la versión proclive a la legalización, ante tan crucial asunto.

A juicio de Carmen Díez de Rivera, imperaba entonces en el poder Ejecutivo una visión de la Transición de la dictadura que, inducida por la Embajada estadounidense y saludada por la Embajada alemana, contemplaba excluir plenamente a los comunistas de la escena y realzar, como mal menor a corto plazo y opción estratégica a largo plazo, la alternativa socialdemócrata. Y ello porque, tras el asesinato de Carrero Blanco en diciembre de 1973, ya había quedado duramente dañada la posibilidad de que los comunistas se erigieran en principal motor del cambio político en España, dada la impopularidad del “cantado” sucesor de Franco, cuya prolongación del régimen, de no haber sido eliminado, la habría, sin duda, estimulado, desplazando hacia el PCE la hegemonía del proceso, dado su ascendiente en la lucha de masas del movimiento obrero y estudiantil, de los profesionales y de asociaciones vecinales y feministas que los comunistas hegemonizaban. Se trataba pues, para los estadounidenses, de asestar el golpe definitivo al PCE y apartarlo de la arena, para conjurar los temores de Washington a una reedición de los acontecimientos de Portugal, en clave revolucionaria, acaecidos un par de años antes.

En la vida pública a de Adolfo Suárez, Carmen Díez de Rivera e Icaza (Madrid, agosto de 1942-noviembre de 1999), jugó un papel en verdad muy destacado. Fue el Rey -en cuyo entorno Carmen, aristócrata de cuna, se hallaba-, quien los vinculó a ambos, en una de esas presentaciones interpersonales que han contribuido, de manera evidente, a vertebrar una cuota sustanciosa de historia; de historia de España, más precisamente. Desde el departamento de Relaciones Internacionales de Radiotelevisión Española, de la que el político abulense sería director general, comenzó a colaborar con él. Poco después, en el verano de 1976, ella fue llamada por Suárez a la Presidencia del Gobierno, a la sazón ubicada en el Paseo de la Castellana, 3, desde donde desplegó numerosas gestiones con dirigentes políticos de la oposición clandestina, sobre todo comunistas.

Fue una etapa corta, pero intensísima y crucial, por el alcance de los acuerdos que se iban trabando, señaladamente con el Partido Comunista de España. Una invitación a tomar un chinchón de Carmen a Santiago Carrillo, aún en semiclandestinidad, en una fiesta de premios convocada el 21 de enero de 1977 por la revista Mundo en el hotel Ritz de Barcelona, fue el primer guiño que permitió preludiar la disposición, tal vez del Rey o quizá del propio Adolfo Suárez, a ponderar la legalización de los comunistas, paso considerado por ella necesario para homologar plenamente la futura democracia española que, a la sazón, se gestaba. Carmen, que nunca se asignó protagonismo alguno al respecto, reveló entonces a sus íntimos que “aquel envite costó y me costó muchos disgustos”, sin excluir al propio Adolfo Suárez entre los disgustados/disgustadores. Consecuencia colateral de aquel gesto fue el acoso sufrido por Carmen Díez de Rivera por parte de medios ultras (fue, posiblemente, la primera mujer de la política española que dispuso de un arcaico spray anti-asalto, dadas las reiteradas amenazas de muerte recibidas desde individuos de extrema derecha e, incluso, “desde agentes uniformados el propio cuerpo de guardia del palacio de La Moncloa”, como ella misma confesó a sus amistades). Estos medios no pararon hasta conseguir que Díez de Rivera abandonara el palacio de La Moncloa en mayo de 1977, donde el presidente del Gobierno se había trasladado recientemente. Por cierto, fue un periodista de este diario quien le informó de su inminente cese, que ella temía pero aseguró desconocer.

Carmen, nacida de una relación extramatrimonial de la marquesa de Llanzol con Ramón Serrano Súñer, cuñado y ministro de Franco, trató de orientar siempre una parte de la atención del presidente Suárez, no muy ducho menesteres internacionales, hacia la escena interestatal, señaladamente europea y más precisamente, alemana. Su amistad personal con Willy Brandt, a quien decía mostrarse hermanada “por el vínculo de nuestra común bastardía (Brandt era como ella hijo natural)” y sus nexos con Hans Dietrich Genscher y Hans Mathoffer, entre otros políticos alemanes, abrió muchas puertas europeas en los durísimos meses en los que las presiones de todo tipo se cernían sobre el mandato de Adolfo Suárez y sobre ella misma. Además, la socialdemocracia alemana apoyaba abiertamente la opción del PSOE como apuesta estratégica, iniciativa que Carmen trataba de cohonestar proponiendo la legalización del PCE.

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Carmen dominaba el alemán, el inglés –siguió un curso en Oxford- y el francés, ya que cursó estudios complementarios en la Sorbona, además de seguir la licenciatura en Ciencias Políticas en la madrileña Universidad Complutense, donde vivió las turbulencias del quinquenio anterior a la muerte de Franco. Fue en aquella facultad, a la sazón entre las más combativas del movimiento estudiantil antifranquista, donde aseguraba haber aprendido a ponderar que era desde abajo, desde la lucha de masas, en la calle, de obreros y estudiantes, la que determinaría en definitiva las condiciones del cambio político que, a su juicio, España necesitaba “por arriba”. Pese a su destacado papel en aquellos cometidos políticos, donde topó con mucha incomprensión apenas a un latido de distancia de los timoneles formales de la Transición, como Adolfo Suárez, Carmen Díez de Rivera nunca se atribuyó a sí misma un protagonismo especial en aquel proceso que cambió España tan extensa e intensamente.

Con Suárez, al que ella siguió en el Centro Democrático y Social, también tuvo Carmen desencuentros políticos como el subsiguiente a la integración del partido centrista en la Internacional Liberal, que determinó su salida de aquella formación; pero, sobre todo, su principal objeción política a Adolfo Suárez fue, señaladamente, su convicción de que el presidente no debía concurrir, como había anunciado, a una nueva prueba electoral, sino más bien optar por una posición arbitral intra-partidaria, ya que en caso de desplome de las opción centrista –como así sucedió- dejaba sin colchón amortiguador a la Corona.

De la Corona fue Carmen leal colaboradora, afección que nunca consideró incompatible con su conciencia de mujer feminista y de izquierdas, convicta como estuvo de la necesidad “ineludible” de legalizar al Partido Comunista de España, por el que mostró siempre un profundo respecto, con admiración declarada hacia Dolores Ibárruri, Pasionaria, y lazos de amistad personal con José María Llanos, Santiago Carrillo y su formación política -en la que nunca militó- bien que si lo hizo posteriormente a su salida de La Moncloa en el PSP de Enrique Tierno Galván y en el PSOE, como eurodiputada beligerantemente ecologista. Carmen Díez de Rivera murió en el hospital madrileño de San Rafael en noviembre de 1999, a consecuencia de un cáncer generalizado. Sus cenizas fueron enviadas un convento de Arenas de San Pedro, en la provincia de Ávila, para ser allí inhumadas.

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