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Columna
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Fronteras

Las fronteras ya no coinciden con los límites geográficos: se ubican en los aeropuertos o en las bases de datos

Fernando Vallespín

En un libro de Z. Bauman que, ¡cómo no!, lleva el título de Vigilancia líquida, el anciano y lúcido profesor nos hace ver que las fronteras ya no coinciden con los límites geográficos. Ahora se ubican generalmente en los aeropuertos o en las bases de datos que en muchos casos están incluso fuera del país en cuestión. En este nuevo mundo las fronteras se han hecho, en efecto, móviles o “líquidas”. Si no, que se lo digan a la NSA, que nos espía allí donde estemos, sin necesidad de que sus funcionarios se muevan de Washington, Utah o dondequiera que tengan sus sedes. Tampoco hay fronteras para los satélites. El control se ha des-espacializado, la geografía es secundaria.

Y, sin embargo, nos empeñamos en pretender que todo sigue siendo “sólido”, que nada ha cambiado, y que la seguridad solo es posible al modo tradicional, afirmando el Estado territorial. Lo piensa Putin, desde luego, y también esta temerosa Europa de la renacionalización de todo, amenazada ahora incluso por nuevas fronteras interiores. O los países a los que se ha pedido que informen del seguimiento del desafortunado vuelo del avión desaparecido de Malaysian Airlines, que se niegan a dar la información de sus radares para que no se sepa la vigilancia efectiva que son capaces de ejercer sobre sus “fronteras”. ¡Increíble!

No es de extrañar así que respecto a la inmigración predomine una visión que S. Sassen ha calificado como de “imaginería de las invasiones masivas”, que tanto y tan profundamente están calando en la conciencia europea. La “violación” de las fronteras se convierte en algo insoportable; la de los derechos humanos parece, por el contrario, bastante más llevadera. La afirmación de las fronteras ha devenido en el signo de la incapacidad de nuestro mundo para tomar conciencia de que todo ha cambiado, que aquí también hace falta una nueva política; una política que tome como punto de partida la vulnerabilidad, la nuestra y la de ellos, la de los pobres “bárbaros” del sur; que nuestra seguridad pasa por su bienestar, y no por el filo de las cuchillas o la altura de las vallas; que solo mediante mecanismos de gobernanza global conseguiremos resolver los problemas de unos y de otros; que somos interdependientes, no sociedades aisladas y amuralladas, y que esas interdependencias son lo que hemos que gestionar.

Hoy se nos enfrentan dos imágenes, la de Putin con el ceño fruncido en su encendido discurso ante la Duma, tan lleno de resabios y remembranzas del mundo de ayer, y la de la alegría y los bailes de quienes consiguen saltar la valla de nuestra “frontera”, aquellos a quienes negamos un porvenir. A estos últimos les expulsaremos o les pondremos a ganarse la vida en las calles. A aquel le consentiremos casi cuanto se proponga. Somos enanos geopolíticos con ínfulas de grandes potencias a la antigua. Siempre mirando al pasado, el futuro queda como un mero tiempo verbal.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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