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De la “charla de café” a la “comida de amistad”

El hijo sacerdote de Tejero defiende que no hubo celebración del 23-F El acto se celebró en un cuartel de la Guardia Civil

Miguel González
Antonio Tejero Molina (izquierda) y su hijo, Antonio Tejero Díaz.
Antonio Tejero Molina (izquierda) y su hijo, Antonio Tejero Díaz.

Ramón Tejero, hijo del exteniente coronel que asaltó el Congreso en 1981 y hermano del teniente coronel destituido este lunes como jefe del Grupo de Reserva y Seguridad (GRS) número 1 de la Guardia Civil, declaró a Efe que el acto organizado el 18 de febrero en Valdemoro (Madrid) no fue una celebración del 23-F sino “una comida de amistad”.

Pese a su condición de sacerdote, Ramón Tejero no se mordió la lengua: “El cese de mi hermano lo atribuyo a una falta de vergüenza del director general de la Guardia Civil y del ministro del Interior. Es una vergüenza”, prosiguió, “que haya etarras en la calle siendo aplaudidos, que han asesinado a personas inocentes, y que unas personas que han sido juzgadas y han cumplido su condena no puedan comer juntas en privado. Es una vergüenza”.

En algo se equivoca Ramón Tejero. No fue una comida privada. Si lo hubiera sido, el ministro del Interior no habría actuado. Pero la comida de amistad no se celebró en un restaurante y ni siquiera en la vivienda oficial de su hermano —ubicada dentro del complejo de Valdemoro—, sino en las instalaciones de la GRS, donde los invitados fueron atendidos por personal en tiempo de servicio.

Coroneles del 23-F

Lo que admitió Ramón Tejero es que los comensales eran “personas que fueron condenadas por el 23-F, pero que no fueron expulsadas de la carrera, sino que llegaron a coroneles y están retirados”. No reveló, sin embargo, sus nombres.

El primer compló golpista de la democracia se fraguó en una cafetería de Madrid llamada Galaxia, en la que Tejero y el capitán Ricardo Sáenz de Ynestrillas planearon ocupar el palacio de La Moncloa, detener al presidente Adolfo Suárez e impedir el referéndum constitucional.

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Los sediciosos fueron detenidos, pero el consejo de guerra creyó su versión de que se trataba solo de “charlas de café” y les impuso penas mínimas, de apenas unos meses, que les permitieron seguir en activo y pasar, en febrero de 1981, de las musas al teatro, de los planes de Estado Mayor a los orificios de bala en el techo del hemiciclo del Congreso.

Tejero tiene 81 años y no representa ya amenaza alguna para la democracia. Lo preocupante es que exmilitares condenados por sedición —quizá el delito más grave de cuantos pueda cometer un miembro de las Fuerzas Armadas— sean recibidos y homenajeados en una instalación militar sin que nadie se sienta escandalizado. Y que Interior tarde un mes en darse por enterado.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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