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Columna
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Invasiones bárbaras

Fernando Vallespín

Quince muertos. ¡Quince! Y no merecen que se abra una comisión de investigación en el Parlamento español. ¿Se imaginan lo que hubiera ocurrido si entre ellos se encontrara uno, nada más que uno, con pasaporte estadounidense, suizo o similares? Habrían rodado cabezas en el Ministerio del Interior y a Exteriores le hubiera caído un marronazo espectacular. Pero, claro, el contrafáctico se cae por su propio peso: ¿Cómo iban a querer entrar de esa manera, jugándose la vida, quienes pueden hacerlo por la puerta grande? Solo los muy desesperados, la hez de la tierra, tiene que recurrir a esos medios. Son los nuevos bárbaros, quienes ya tienen poco que perder, los que se agolpan ante nuestras murallas, ad portas, para recibir algunas migajas de nuestro presunto bienestar.

Hemos devenido en sociedades cargadas de temores y, lo que es peor, sin alma

Bárbaro es el otro, el extraño, el que no cuenta. Personas sin rostro, sin papeles, sin derechos. No cuentan, pero se les cuenta. Son 80.000 mil los bárbaros que nos acechan, según nos comunica el ministro. Las cifras no nos dicen, sin embargo, si esas vidas importan, si sus muertes o sus penalidades cuentan. Parece que no. Aunque, como nos dijo la comisaria europea, haya que mantener ciertos protocolos. Somos “civilizados”, una cosa es no dejarles entrar y otra es dispararles pelotas de goma mientras de forma lastimera tratan de acceder a la costa. Los procedimientos mandan, se imponen sobre otro tipo de consideraciones porque necesitamos mantener nuestra buena conciencia. Y esta es más importante que el destino de aquellos que solo aspiran a acceder a una vida mejor, a una vida tout-court.

Sí, ya sé que no podemos permitir la entrada a todos los que lo deseen sin tener que renunciar a la vez a las comodidades de las que gozamos. Pero seamos conscientes de una vez de la formidable contradicción en la que incurrimos. Los valores que predicamos y de los que tan orgullosos nos sentimos los subvertimos después con nuestras acciones y nuestra indiferencia y los recubrimos bajo el manto de una justicia puramente procedimental. O nosotros o ellos. A esto la extrema derecha europea lo denomina “eurorrealismo”, el nuevo mantra que se abre camino en el continente y que comienza a prender también en otras formaciones políticas. Nuestro miedo pequeño burgués frente a la esperanza de los sin rostro; nosotros, los asediados, frente a ellos, los “invasores”.

Tocqueville decía que la democracia es algo más que un sistema de gobierno, es una forma de vida, un “estado de la sociedad”. Si esto es así, nuestra democracia, amurallada, solipsista, encerrada en egoísmos nacionales, expresa una forma de vida poco edificante; refleja una sociedad acobardada y sin ambiciones ni utopías. Hemos devenido en sociedades cargadas de temores y, lo que es peor, sin alma, carentes de grandeza. Los bárbaros al menos tienen eso que a nosotros nos falta, ¡coraje!

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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