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Columna
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Los tiempos de Rajoy

Los acontecimientos surgen de manera imprevisible y llegará el momento en que se le adelanten al presidente

La llegada al poder produce efectos sobre quienes ingresan en ese círculo prodigioso. Por eso entre nosotros se ha hablado, por ejemplo, del síndrome de La Moncloa, que afecta a sus inquilinos y les lleva al aislamiento y a la desconexión con la realidad del país. El presidente queda limitado por el perímetro de los asesores de máxima confianza. La voluntad de mantener abiertos los contactos, si existiera, queda cercenada primero por razones de seguridad y, enseguida, de comodidad. La condición de inaccesible tiene capacidad de inducción electromagnética y favorece el carisma, incluso cuando el personaje es refractario al mismo. El poder es la distancia y la distancia se refuerza con el protocolo. El común de los mortales no puede saltarse el protocolo, actitud que tanto se celebra en los presidentes, por la elemental razón de que al público de a pie ningún protocolo lo protege. De que el protocolo se mantenga se ocupan los servicios de la presidencia, respaldados si fuera necesario por las fuerzas de orden público. El resultado es que el presidente, cuando sale extramuros de La Moncloa, lo hace dentro de la burbuja protectora de sus asesores, que lo preservan del contacto con el exterior.

Examinadas las condiciones de ingravidez, bajo las cuales discurre la circulación espacial del presidente en el transcurso de su vida política, conviene ahora atender a las coordenadas cronológicas. Porque la instalación en el poder lleva al presidente a considerar que adquiere una capacidad nueva, la de disponer a su libre albedrío de ese fluido inaprensible que es el tiempo cronológico. De ahí que ahora se diga de Mariano Rajoy que tiene sus tiempos, como se dijo también de sus antecesores en la presidencia. Pero esa pretensión de apropiarse del tiempo, de detenerlo o acelerarlo a voluntad, ni es absoluta ni es indefinida. Tiene limitaciones y fecha de caducidad. El transcurso del plazo para el cual el presidente ha sido elegido deriva sus efectos implacables y cuando queda fijado el momento improrrogable esa fantasmagoría salta por los aires. Es el fenómeno del pato cojo, que caracteriza el segundo mandato de los presidentes norteamericanos, sin posibilidad de optar a un tercer periodo. Pasaba en el servicio militar porque, según se aproximaba la fecha en que se produciría la licencia de los encuadrados, aumentaba la dificultad de sostener la disciplina.

Los exégetas del presidente, dispuestos a dar razón de su dontancredismo, se complacen con la referencia a que Rajoy tiene tiempo propio. Así explican cómo se ha sacado de la manga el candidato para la presidencia del PP de Andalucía, su silencio ante las realidades aducidas por los portavoces de los grupos parlamentarios en el reciente debate sobre el estado de la nación y su repliegue dialéctico cuando se indaga sobre sus proyectos, bajo el lema de que no conviene adelantar acontecimientos, lo mismo si se trata de la candidatura para las elecciones europeas o de la reforma fiscal. Pero los acontecimientos surgen de manera imprevisible y llegará el momento en que se le adelanten.

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