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Columna
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Los escenógrafos de ETA

La escena final tiene siempre valor de referencia y de su composición se derivan consecuencias decisivas. Porque examinada a la luz de la escena final cobra pleno sentido o lo pierde por completo toda la trayectoria previa que ahí culmina. Así sucede también en el caso de la organización terrorista ETA y por eso su preocupación fundamental ahora es la de preparar una escenografía adecuada que acompañe su inevitable extinción. Pudiera parecer que se trata de un envite sobre el sentido o sinsentido del pasado, pero lo que está en juego es en qué condición comparecerán a partir de ahora los excombatientes de la banda.

A estos bárbaros les gritaban los manifestantes congregados tras el atentado a José Ramón Recalde el 14 de septiembre de 2000, al coincidir marchando en sentido contrario por la misma calle Garibay de San Sebastián, que “sin pistolas no sois nada”. En efecto, su argumentario carece de consistencia alguna sin el respaldo de las balas y de la dinamita. Porque es sabido que los partidarios acérrimos del principio de “la letra con sangre entra”, cuando renuncian a la dialéctica de los puños y las pistolas quedan arrumbados por el viento de la historia en la playa de la insignificancia, como pensaba de sí mismo Julio Cerón, fundador del Frente de Liberación Popular, FELIPE.

Asistimos a la extinción de ETA después de 50 años, de 1961 a 2011, de asesinatos y atentados que han dejado más de 800 víctimas mortales, algunas señaladas individualmente, que sabían a qué se arriesgaban en el cumplimiento de su deber, otras muchas indiscriminadas, que podrían contarse entre las casualidades sangrientas de que habla Juan Marsé en su novela Rabos de lagartija. Porque los terroristas andaban siempre en busca de socializar el sufrimiento. Pero tras la renuncia al empleo del terror armado ahora aflora el residuo sólido de los etarras alistados, muchos de ellos reos en prisión cumpliendo condena por las penas que les fueron impuestas.

También quedan las víctimas, supervivientes de las heridas sufridas, que arrastran lesiones y diferentes grados de invalidez. Con ellas hay un compromiso de honor que no puede traicionarse. No podemos privar de sentido a su sacrificio, aunque tampoco les podamos encomendar la responsabilidad política que incumbe de modo intransferible a las instituciones de que se ha dotado la ciudadanía, erigiendo una especie de victimato absurdo. La democracia ha prevalecido y lo ha hecho depurando los atajos inaceptables. Se ha combatido con los instrumentos del Estado de derecho y las desviaciones se han corregido penalmente. Otra cuestión es que el PP haya instrumentalizado a las víctimas cuando en la oposición luchaba contra el Gobierno socialista y que ahora aquella demagogia le pase factura.

Pero aquí ni habrá rendición de Breda ni abrazo de Vergara ni pacto del capó.

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