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Suárez marcó las pautas del futuro para el País Vasco

En 1980, Suárez adquirió conciencia de la necesidad de desbloquear el Concierto Económico y el despliegue de la Policía Autonómica, piezas claves del Estatuto de Gernika

Luis R. Aizpeolea
Suárez con Carlos Garaikoetxea durante su visita al País Vasco en diciembre de 1980.
Suárez con Carlos Garaikoetxea durante su visita al País Vasco en diciembre de 1980.PASTOR CUADRADO (POOL MONCLOA)

Para ilustrar la importancia que para Adolfo Suárez tuvo el País Vasco solo cabe recordar que tan solo un mes antes de presentar su dimisión, recorrió durante tres días sus tres provincias y habló con todos sus representantes políticos, sociales y empresariales. En la rueda de prensa que ofreció en San Sebastián el 12 de diciembre de 1980, con la que cerró aquel maratón de reuniones, publicó su testamento político sobre el País Vasco. Fue un mensaje definitorio del momento y hasta cierto punto premonitorio: “La pacificación que desea el Gobierno español y la inmensa mayoría del pueblo vasco se va a lograr con la dimensión de tiempo que requiera con medidas policiales, políticas y económicas y fundamentalmente con el desarrollo del Estatuto vasco”.

Suárez, ya muy desgastado tras casi cinco años de presidente del Gobierno, contó en aquel viaje con la incomprensión del nacionalismo vasco, que le recibió con un boicot de sus Ayuntamientos y del diputado general de Vizcaya, José María Makua, que ni siquiera acudió a la recepción de su propia institución. Pero aquel viaje de Suárez, el propio PNV lo reconocería a posteriori, fue clave en el desarrollo del autogobierno vasco y en el futuro de la propia comunidad.

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Aquel año de 1980 se cerraba con el récord de asesinatos del terrorismo etarra, cerca del centenar, que acarreaba una enorme inestabilidad institucional, que unas semanas después pondría de relieve el intento de golpe de Estado del 23-F; con una contestación política nacionalista muy fuerte por el bloqueo del Estatuto de autonomía, refrendado un año antes, y con una enorme crisis económica que generaba, a su vez, una fuerte contestación social.

Pero treinta y tres años después, puede decirse que Suárez, en aquel viaje, tras hablar con todos los interlocutores, estableció las pautas de la salida a la gravísima crisis política que atravesaba Euskadi en la Transición.Y también puede decirse que marcó las pautas con que el Estado democrático español trataría en el futuro la cuestión vasca. Sus sucesores en La Moncloa siguieron las líneas generales que marcó Suárez, con la única excepción de José María Aznar.

En aquel viaje, Suárez adquirió conciencia, en vivo, tras hablar con todos los interlocutores políticos, especialmente el lehendakari Carlos Garaikoetxea, de la necesidad de desbloquear el Concierto Económico y el despliegue de la Policía Autonómica, piezas claves del Estatuto de Gernika. Y lo materializó en diciembre, tan sólo días antes de abandonar La Moncloa.

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También, en aquel viaje, en sus conversaciones con los representantes de Euskadiko Ezkerra, Juan María Bandrés y Mario Onaindia, salió con las expectativas de un final negociado de ETA político-militar, con la fórmula de paz por presos, que se materializaría antes de dos años, en septiembre de 1982. Y que, en clave política, estaría vinculado al desarrollo del Estatuto de Gernika. La desaparición de la rama político-militar de ETA hizo buena esta apuesta. Aunque ETA militar tardaría casi treinta años más en seguir sus pasos, pero sin lograr abatir el Estatuto de Gernika, la gran apuesta de Suárez. Bandrés solía comentar que el entendimiento con Suárez en esta materia fue fácil porque al haber liquidado la estructura del Movimiento franquista le resultaba familiar entender la liquidación de otra estructura, en este caso, la de ETA político-militar.

Suárez tuvo claro, desde la celebración de las primeras elecciones democráticas en 1977, que para construir el País Vasco, asediado por el terrorismo etarra, tenía que contar con el nacionalismo democrático. Tras la marginación del PNV del debate constitucional, que le llevó a abstenerse en el referéndum de la Carta Magna en 1978, Suárez trató por todos los medios de repescar al PNV en las instituciones democráticas con la negociación del Estatuto de Gernika.

Suárez tuvo claro que para construir el País Vasco, asediado por el terrorismo etarra, tenía que contar con el nacionalismo democrático

Le otorgó una participación estelar -una negociación personal entre el propio Suárez y Garaikoetxea en la Moncloa- con el objetivo de que el País Vasco tuviera una referencia con la que avalar su identidad propia y con la que combatir a su enemigo, el terrorismo etarra. Lo logró con una negociación flexible y su convicción personal de que responsabilizar al PNV en el Gobierno de Euskadi era una garantía para lograr la pacificación en el País Vasco.

Para ello tuvo que dar batallas internas en su propio partido, la UCD. Así, tuvo que vencer las resistencias de Francisco Fernández Ordóñez frente al Concierto Económico vasco. Donde Fernández Ordóñez veía un privilegio fiscal, Suárez veía un hecho diferencial, anclado en la tradición foral vasca, que había que preservar para garantizar la adhesión del País Vasco a la nueva democracia española. También tuvo que dar la pelea en Álava, donde un sector de la UCD no quería integrar a su provincia en la comunidad vasca. Y en Navarra, donde otro sector de su partido se oponía a la disposición constitucional que permitía la posibilidad de una futura unión entre el País Vasco y Navarra.

Por todo ello, la derecha mediática no perdonó a Suárez. “Frente al pacto UCD-PNV, frente a ETA y Herri Batasuna, frente al terrorismo, España fuera de combate. La aceptación por parte del Gobierno del Estatuto de Gernika consuma la ruptura de la unidad nacional”, decían unos. Otros no tan tremendistas, pero también críticos: “Parece que a Suárez le ha sucedido como a tantos equipos de esos que se empeñan en encerrarse en el área, buscando el empate a cero y, al final, pierden”.

El tratamiento de la cuestión vasca, y la territorial en general, irritaba a una parte del estamento militar, espoleada además por cierta prensa. De tal modo que Suárez no abordaba la cuestión vasca en los consejos de ministros en los que estaban presentes altos mandos del Ejército, como Pita da Veiga y Fernando de Santiago, según recuerda Marcelino Oreja, que fue ministro con él y después delegado del Gobierno en el País Vasco, en Memoria de Euskadi. Pero la presión que pretendían ejercer sobre Suárez, sigue recordando Marcelino Oreja, le era indiferente; era un hombre muy atrevido y valiente, con unas convicciones muy claras.

Se puede decir que Suárez tuvo claras sus convicciones sobre el País Vasco desde el comienzo. Antes de sus grandes logros -el Estatuto de Gernika y el comienzo de la negociación de la disolución de ETA político-militar-, propició la legalización de la ikurriña en enero de 1977; en marzo del mismo año se sentó con Juan María Bandrés, que poco después sería parlamentario por Euskadiko Ezkerra, para buscar una salida para los presos de ETA que garantizara la participación de los partidos nacionalistas vascos en las primeras elecciones democráticas de junio de ese año.

Incluso estando fuera del Gobierno siguió contribuyendo a la pacificación del País Vasco. Felipe González y Txiki Benegas pudieron contar con él, siendo presidente del CDS, como figura clave para poner en marcha el Pacto de Madrid, primer pacto antiterrorista, que propició el Pacto de Ajuria Enea de enero de 1988. Suárez hizo en su etapa de Gobierno una apuesta de largo alcance a la que, desgraciadamente, su salud no le ha permitido ver sus frutos.

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